El origen del coronavirus tiene una estrecha relación con las fórmulas de agricultura y ganadería industrial de la actualidad; concretamente por la expansión de los monocultivos (vegetales y animales) que provocan la destrucción de la biodiversidad en la naturaleza posibilitando la aparición, incremento y virulencia de nuevas zoonosis. Aunque el virus es microscópico, propongo un viaje planetario —sin romper el confinamiento— que nos puede ayudar a reconocer con nuestros propios ojos esta contundente afirmación. Es importante interiorizarlo para evitar un futuro entre pandemias.
Por Gustavo Duch
Este viaje, al que podemos llamar «la ruta de los monocultivos», nos permite conocer muy bien de qué hablamos cuando hablamos de agricultura industrial. Aunque la tierra agraria en el mundo ocupa 1.500 millones de hectáreas, cuatro ejemplos serán suficientes para retratar el sistema agrario mundial actual, puesto que alrededor de un 80 % de todas estas tierras, según el agrónomo Miguel Altieri de la Universidad de Berkeley, está dedicado a los monocultivos. De hecho, de las más de 2500 variedades de vegetales que el ser humano puede consumir, solo tres cultivos (trigo, arroz y maíz) aportan el 50 % del total de calorías consumidas por toda la población mundial. Nuestro punto de partida es un perfecto y regular mosaico de varios kilómetros cuadrados, cerca de la localidad de Rivadavia, en la provincia de Salta, Argentina; en concreto, este punto preciso.
Una vez situados, se trata de seleccionar el modo satélite e ir alejando la imagen, es decir, elevar el satélite que estamos conduciendo para tener una visión más general. A mí, de este paisaje, me impresiona la prepotencia con la que hemos trasladado nuestras cuadriculadas mentes a los espacios de vida, cómo hemos hecho del fabuloso orden anárquico de la naturaleza un inmundo orden geométrico. Los antiguos bosques, con la llegada de este monocultivo, han quedado literalmente reducidos y encajonados (ellos y toda la biodiversidad que alojaban) en el escaso espacio del perímetro que rodea cada predio. ¿Qué cultivo es el responsable de esta invasión? Correcto, este es el monocultivo de soja transgénica.
La expansión del monocultivo de soja en los últimos veinticinco años —con la introducción de las variedades transgénicas— es de dimensiones ciclópeas. Como se observa en la infografía [DESCARGA JPG], incluida en el Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur, la plantación de soja invade (en color verde) buena parte de Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay, un territorio conocido como República Tóxica de la Soja, porque de algún modo funciona como un estado propio gobernado dictatorialmente por multinacionales agrarias. Más de 65 millones de hectáreas dedicadas a un único cultivo; más de 65 millones de campos de fútbol uno detrás de otro; una república que ocupa el espacio de veinte Cataluñas juntas. Campos y campos de soja y solo soja que a menudo son fumigados con herbicidas como el cancerígeno glifosato (en su momento patentado por Monsanto y que ahora forma parte de Bayer), que elimina todo ser vivo con el que contacta, a excepción de este cultivo, al cual le han insertado genéticamente el superpoder de la resistencia a este veneno.
Las consecuencias de esta epidemia de soja se denuncian desde hace años. En primer lugar, la sustitución de cultivos tradicionales para la alimentación local por el cultivo de la soja cien por cien para la exportación, con la consecuente pérdida de soberanía alimentaria y la expulsión de millones de campesinas y campesinos hacia las ‘villas miseria’ o ‘favelas’ latinoamericanas. En segundo lugar, la contaminación por herbicidas de tierras y acuíferos junto con un incremento muy alto de enfermedades cancerígenas y/o endocrinas en la población de estos lugares. Finalmente, la grave pérdida de fertilidad de los suelos por el agotamiento de la tierra y la destrucción de la biodiversidad; por ejemplo, el incremento de muertes de abejas y anfibios a causa del exceso de fumigación.
Sin embargo, se sabe menos de otra de las realidades que esconde el sistema agrario de este y cualquier otro monocultivo. Para descubrirla, con esta imagen de cuadrados de soja en la retina, saltamos ahora, a través de este enlace, al centro del continente africano, en la población de Lokutu, situada en la cuenca del río Congo.
Esta vez haremos bajar el satélite despacio, procurando aterrizar en la zona oeste de la población, sobre la sombra verde que nace junto a las últimas casas y que se extiende hacia el infinito. A medida que descendemos nos sorprende de nuevo un ejército repetido, regular y en perfecta formación. Visto desde arriba la forma estrellada de sus copas delata a cada uno de estos soldados. Son plantaciones de palmeras africanas para la producción de otra de las estrellas de la agroindustria, el aceite de palma que encontramos en tantísimos alimentos procesados y en buena parte del ‘gato por liebre’ llamado biodiésel. Estas plantaciones de Lokutu son propiedad de la empresa Feronia, que lleva años siendo denunciada, entre otras cosas, por la ocupación ilegal de territorios campesinos.
¿Qué relación hay entre los monocultivos y los virus?
Con este viaje global tenemos bastante para desvelar muy bien la relación entre los monocultivos y las pandemias. Como se ha venido explicando desde hace varias décadas —pero se ha venido desoyendo por todas las instituciones políticas globales—muchas de las nuevas enfermedades que se transmiten de animales a seres humanos (las llamadas zoonosis) surgen de esta aniquilación de selvas y bosques para implantar monocultivos. Las dimensiones son tan abusivas que la fauna silvestre acaba diezmada y confinada en pequeños reductos o ‘islas’ cuya elevada densidad de población facilita la multiplicación y mutación de su carga vírica y microbiana, posibilitando el contagio posterior a los seres humanos. En algunos casos este contagio se produce por contacto directo, como se demostró en otro punto del continente africano, en el norte de la población de Guéckédou (Guinea), en el caso del ébola cuando un murciélago o sus excrementos entraron en contacto con un habitante de estas aldeas rodeadas de palmas africanas. Otros brotes epidémicos se pueden producir cuando un vector de un virus del murciélago, como el pangolín u otro animal, entra en contacto con la población, probablemente a través del tráfico ilegal, como en el caso del coronavirus actual.En cuanto a las enfermedades parasitarias, también se ha documentado la relación entre el aumento de su incidencia y la transformación de la naturaleza. En Borneo, por ejemplo, la fragmentación del bosque está causando el incremento de la malaria. Según explica Zambrana-Torrelio, vicepresidente de EcoHealth Alliance, una organización con sede en Nueva York que monitoriza la relación entre la vida silvestre y las enfermedades emergentes, la razón es que en lugares abiertos hay mayores huecos donde se acumula agua, se reproducen mosquitos y aumentan los casos entre la población que trabaja en las plantaciones de palma africana. De nuevo, visitarlo es más didáctico y podemos hacerlo nosotros mismos si situados en este punto hacemos descender la nave.
El monocultivo de animales en granja, un riesgo para la salud
El tercero de los monocultivos es, sin duda, el mayor de los generadores de zoonosis que pueden convertirse en pandemias. Me refiero al monocultivo de animales de granja, del que no hace falta que muestre ninguna imagen interior porque todos sabemos en qué condiciones de clausura y hacinamiento viven hoy unos 70.000 millones de animales, diez veces más que la población humana. De hecho, este es el gran monocultivo en el pequeño territorio de Cataluña donde hay casi 10 millones de cerdos confinados en grandes granjas que generan graves problemas medioambientales. Solo en el Lluçanès, tenemos 40 cerdos por persona, con la construcción de macrogranjas como esta de la empresa Casa Tarradelles.
Aun así, aconsejo un salto en el viaje hasta las zonas rurales del estado de Wisconsin, en los Estados Unidos, para sobrevolar una de las mayores granjas de vacuno del mundo, puesto que nos permite observar otra realidad menos conocida. Cada una de las más de cincuenta líneas que observamos dispone de unas sesenta jaulas donde casi inmóviles se alojan los novillos en sus primeras etapas de engorde. Esta, como el resto de todas las macrogranjas —incluidas las de cerdo en Cataluña— por muchas medidas de seguridad que utilicen, no pueden evitar que, con cierta frecuencia, un virus de cualquiera de estos animales con un sistema inmunitario deficiente por el estrés al cual está sometido infecte a un empleado iniciando la cadena de contagios. Recordemos las muertes y el tremendo susto que generó el salto de un influenzavirus porcino al ser humano en México en la llamada gripe A.
Como se ha podido apreciar, los tres monocultivos comentados (podríamos añadir seguramente el maíz) tienen una relación estrecha entre ellos: la producción de carne insana, barata y de mala calidad bajo modelos industriales. Efectivamente, casi toda la soja, pero también una parte del aceite de palma se dedica a la elaboración de piensos que alimentarán a los animales criados en granjas intensivas como la visitada en el Lluçanès. Hay cálculos más contundentes, pero no nos equivocamos si afirmamos que al menos una tercera parte de la tierra agraria mundial se dedica a estos propósitos y funciona bajo este modelo uniformador, responsable de la gravísima pérdida de biodiversidad que sufre nuestro planeta y que se conoce como la sexta extinción. El pasado diciembre de 2019 el Departamento de Territorio y Sostenibilidad de la Generalitat hicieron públicos datos que indican que en Cataluña un 75 % de las especies y el 60 % de los hábitats están en estado de conservación desfavorable.
Y ahora, para acabar, mejor apagamos las pantallas y visitamos cualquiera de los huertos ecológicos que tengamos más próximos. En este pequeño espacio se observa muy bien, con los cinco sentidos, que la vida en la naturaleza se sustenta en una complejísima maraña de relaciones entre un inmensa cantidad de seres vivos. Es una orquesta sinfónica donde todos los sonidos de cada uno de los instrumentos emitidos en el mismo instante acaban creando una pieza preciosa y armónica. Un equilibrio mágico que ningún monocultivo puede reproducir y que lo convierte en un simple creador y acelerador de plagas.
P.D. ¿No había dicho qué hablaría de cuatro monocultivos? Simplemente lo citaré, aunque es el más grave de todos. Hablamos del monocultivo que Vandana Shiva denominó «el monocultivo de pensamiento», que es aquel que nos hace comulgar con ruedas de molino y creer en el inverosímil dogma capitalista según el cual el crecimiento económico en un planeta finito es la manera de garantizar nuestras vidas.Gustavo Duch
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