En ocasión de la tan apremiante situación que envuelve a Bolivia, sumida en un abierto golpe de Estado, creo necesario dar forma a un análisis que tenga algo de sentido común, sentido crítico y conciencia y, lejos de las pandémicas fake news, considere al fenómeno que se vive en Bolivia como un signo de estos tiempos fascistas que estamos viviendo. Un golpe de Estado con características xenófobas (lo que es doblemente grave), por lo que graficamos con los agresivos tuits contra "originarios" e "indígenas" que borró Áñez, una especie de Guaidó a lo boliviano, jurando con una Biblia, como una santa impoluta, en contraposición con un Evo Morales tan humano, que no es un santo, pero tampoco un demonio. Es un hombre de carne y hueso que encarnó ilusiones y fracasos y cuyo balance de resultados no me corresponde porque lo deberán realizar principalmente sus compatriotas. Lo que llena de dolor es el actual desenlace de su liderazgo institucional. La historia dará su versión (que nunca es unánime, claro). Por supuesto, proceso lleno de claroscuros. Porque la historia no es un combate entre santos y demonios. La triste imagen de policías de rasgos indígenas recortando de sus uniformes la whipala (bandera multicolor originaria) y escupiéndola o quemándola no puede ser más emblemática de lo que logran los mecanismos tradicionales de dominio.
La sociedad civil, eso que Gramsci llamaba la trama privada del estado, es capturada por las redes sociales, por la guerra de la información, y muy trabajada en los países donde han asumido gobiernos emancipatorios o países donde la lucha política ha abierto una posibilidad a proyectos emancipatorios.
El neoliberalismo y sus narraciones entran en nuestras casas, llegan al último de los rincones porque van con nosotros en nuestros dispositivos electrónicos. Llegan directamente al interior del alma de cada persona. Nos encuentran en su soledad y le hablan. La llegada a través de la televisión y la radio es potente. Pero la información que nos llega por Facebook y por WhatsApp es altamente personalizada, se nos pega sin que debamos hacer nada. No es en ese momento de pausa cuando nos sentamos a mirar televisión. Llega en todo momento. Nos asalta, nos llama, nos requiere, nos interpela, nos obliga a responder. Sólo podemos no responder cuando hayamos decidido abstenernos.
La mayoría de las personas no desactiva las notificaciones ni el dispositivo. El aparato electrónico en forma de celular inteligente es el objeto más íntimo que exista. No hay otro objeto o persona que pueda tener esa relación de intimidad con cada uno. Alguna vez el cigarrillo, pero el cigarrillo no responde, no demanda. El celular, aunque se diga que estimula la soledad, ofrece un grado de compañía que es capaz de erradicar cualquier otro contacto social, porque allí se condensa todo lo social. Esa es su potencia. He visto en varias oportunidades padres con hijos muy pequeños que para comer le colocan al niño su celular en frente. El niño come mirando un video en una mesa de restaurante. Esos padres dimiten de su función de estar con el niño y sus conflictos para que el niño coma y se tranquilizan porque encuentran una manera de desentenderse de las zozobras de la vida con el niño. También para el niño hay un objeto que lo colma y lo calma, le brinda una compañía que le hace prescindir de cualquier otra cosa, objeto o persona, incluyendo sus padres.
Es a través de este objeto, con su valor de acompañante vital, que le demanda o le oferta, de acuerdo con el momento, que las eficaces propagandas políticas, ideológicas o religiosas llegan a todos.
Si alguien se ocupa de indagar las redes sociales de bolivianos que están en este momento a favor del golpe de estado en Bolivia, se encontrará con que han sido bombardeados por consignas, proverbios, solicitaciones, imprecaciones, advertencias, convocatorias que tienen un tono perentorio y autoritario. Hay un dogma que se reitera una y otra vez. Desde afuera uno lee y escucha mentiras, invenciones descabelladas. Pero, si se lee el itinerario periódico, se encontrará una línea narrativa coherente que ha conducido a que estas personas consideren como verdades estos mensajes que reciben. Estas verdades proclamadas y reiteradas son tomadas como banderas. La interpelación es clara. Les llegan mensajes continuos en los que se denuncian las tropelías, corrupciones que realizan, en este caso, los líderes del Mas o Evo Morales. Continuamente se les muestran situaciones en las que estos líderes están arruinando o amenazando su vida.
Así se prepara a estas personas para que cuando haya una decisión, como la de hacer el golpe de estado en Bolivia, mucha gente esté preparada para pensar de determinado modo y para actuar. No estoy segura de que se trate de mestizos que detestan al indio, es decir, que sean racistas de “motu proprio”. Les han inculcado de muchas maneras que hay allí un enemigo, un peligro. Este es el actual poder narrativo de las estrategias de dominación neoliberal. Llegan directamente al consumidor, pero no estoy segura de que sean hechas a la medida del consumidor. ¿Cuál sería esa medida? ¿Podemos decir que llegan a los mestizos que no quieren ser indios? Más bien pienso que se pueden moldear personas que odien a las coyas. Es cierto, funciona con las personas más vulnerables a estos relatos. Los que han podido sostener una posición contraria a ese intento de manipulación es porque se han alojado en otro tipo de discursos, porque ya han construido un pensamiento diverso y consolidado. Es preciso que el antirracismo se sostenga en un discurso. Ha debido trabajar y trabajarse para llegar a serlo. Los principios de libertad, igualdad y fraternidad de la revolución francesa tuvieron que desplegarse e instituirse a fuerza de una revolución social, cultural y política. Esos principios requieren el trabajo de cada uno inmerso en un universo simbólico que los acoge. No son datos de la naturaleza. Los principios de los derechos humanos también han debido y deben sostenerse en políticas, leyes y discursos. Hay quienes los atacan. Eso confirma que no son datos de hecho de la estructura del ser humano.
Estas personas dispuestas a odiar a cierto prójimo han sido arrojadas a eso a partir de narraciones que desde hace décadas -mucho antes, pues es parte de la constitución no igualitaria de las sociedades que portan el germen de la jerarquía y la desigualdad social inscripto en su matriz cultural- les advierten que son una amenaza para ellos. Esto no es ninguna disculpa para quienes sostienen esta manera de estar en lo social con sus semejantes. Pero intenta entender por qué sucede que las banderas más reaccionarias, desiguales y racistas sean levantadas por las clases populares.
Al ir a leer lo que comparten estas personas moralmente indignadas contra los partidarios de Evo, de Lula o de Kirchner, cuando vamos a leer sus Facebook -no quiero imaginarme sus WhatsApp- estamos en presencia de un aparato gigantesco de propaganda que llega al corazón de los más frágiles. Si creemos que están surgiendo personas fascistas por todos lados, sin entender que están siendo “domesticadas” para fines ideológico-políticos, los aborrecemos y podemos llegar a odiarlos, lo que es el efecto deseado del Divide et impera en clave neoliberal. No nos sirve para tratar de entender cómo es posible su emergencia y sus razones. Decir que hay una derechización del mundo no explica cómo ni por qué estaría sucediendo.
Lo que nos muestran estas operaciones estratégicamente dirigidas a cada persona es que ellas se realizan en silencio, en los momentos opacos, íntimos de la vida social. Nos sorprende su irrupción porque creemos que lo que pensamos y lo que circula alrededor nuestro es el mundo de todos. Sin embargo, parece que estamos viviendo en mundos paralelos. La actual física teórica acepta la existencia de múltiples dimensiones invisibles para nosotros. Los divulgadores, para que podamos entender esta idea física tan compleja, nos dicen que vivimos en uno de esos universos y nos invitan a pensar que el nuestro sería como una rebanada de pan con muchas otras a nuestro lado, completamente invisibles. Estos otros mundos serían, en un sentido literal, universos paralelos. Haciendo uso metafórico de esta imagen quizás se haya logrado en la geopolítica nacional e internacional separar gruesas capas sociales o culturales -que ya no están en relación con la concepción marxista de las clases sociales- donde cada una poseería una ideología, una manera de estar en la cultura, hasta una ética de vida totalmente separada de la de su vecino. En Argentina la dieron en llamar grieta. Se trata de universos paralelos. Casi como los concebidos por la teoría física. Aunque estén a menos de un milímetro de distancia se desconocen profundamente entre ellos. Y, si llegan a colisionar, producirían un bigbang. Temo que la construcción de universos paralelos está circulando como forma de dominación en casi todo el planeta. Invito a visitar los Facebook y los Twitter de aquellas personas de las cuales nos separa un abismo ideológico. Después de esa visita, cuidándonos de la náusea, quizás podamos admitir que no es tan difícil que esas personas, en el universo narrativo en el que están capturados, puedan pensar que la tierra es plana.
Lidia Ferrari
Por Lidia Ferrari
La sociedad civil, eso que Gramsci llamaba la trama privada del estado, es capturada por las redes sociales, por la guerra de la información, y muy trabajada en los países donde han asumido gobiernos emancipatorios o países donde la lucha política ha abierto una posibilidad a proyectos emancipatorios.
El neoliberalismo y sus narraciones entran en nuestras casas, llegan al último de los rincones porque van con nosotros en nuestros dispositivos electrónicos. Llegan directamente al interior del alma de cada persona. Nos encuentran en su soledad y le hablan. La llegada a través de la televisión y la radio es potente. Pero la información que nos llega por Facebook y por WhatsApp es altamente personalizada, se nos pega sin que debamos hacer nada. No es en ese momento de pausa cuando nos sentamos a mirar televisión. Llega en todo momento. Nos asalta, nos llama, nos requiere, nos interpela, nos obliga a responder. Sólo podemos no responder cuando hayamos decidido abstenernos.
La mayoría de las personas no desactiva las notificaciones ni el dispositivo. El aparato electrónico en forma de celular inteligente es el objeto más íntimo que exista. No hay otro objeto o persona que pueda tener esa relación de intimidad con cada uno. Alguna vez el cigarrillo, pero el cigarrillo no responde, no demanda. El celular, aunque se diga que estimula la soledad, ofrece un grado de compañía que es capaz de erradicar cualquier otro contacto social, porque allí se condensa todo lo social. Esa es su potencia. He visto en varias oportunidades padres con hijos muy pequeños que para comer le colocan al niño su celular en frente. El niño come mirando un video en una mesa de restaurante. Esos padres dimiten de su función de estar con el niño y sus conflictos para que el niño coma y se tranquilizan porque encuentran una manera de desentenderse de las zozobras de la vida con el niño. También para el niño hay un objeto que lo colma y lo calma, le brinda una compañía que le hace prescindir de cualquier otra cosa, objeto o persona, incluyendo sus padres.
Es a través de este objeto, con su valor de acompañante vital, que le demanda o le oferta, de acuerdo con el momento, que las eficaces propagandas políticas, ideológicas o religiosas llegan a todos.
Si alguien se ocupa de indagar las redes sociales de bolivianos que están en este momento a favor del golpe de estado en Bolivia, se encontrará con que han sido bombardeados por consignas, proverbios, solicitaciones, imprecaciones, advertencias, convocatorias que tienen un tono perentorio y autoritario. Hay un dogma que se reitera una y otra vez. Desde afuera uno lee y escucha mentiras, invenciones descabelladas. Pero, si se lee el itinerario periódico, se encontrará una línea narrativa coherente que ha conducido a que estas personas consideren como verdades estos mensajes que reciben. Estas verdades proclamadas y reiteradas son tomadas como banderas. La interpelación es clara. Les llegan mensajes continuos en los que se denuncian las tropelías, corrupciones que realizan, en este caso, los líderes del Mas o Evo Morales. Continuamente se les muestran situaciones en las que estos líderes están arruinando o amenazando su vida.
Así se prepara a estas personas para que cuando haya una decisión, como la de hacer el golpe de estado en Bolivia, mucha gente esté preparada para pensar de determinado modo y para actuar. No estoy segura de que se trate de mestizos que detestan al indio, es decir, que sean racistas de “motu proprio”. Les han inculcado de muchas maneras que hay allí un enemigo, un peligro. Este es el actual poder narrativo de las estrategias de dominación neoliberal. Llegan directamente al consumidor, pero no estoy segura de que sean hechas a la medida del consumidor. ¿Cuál sería esa medida? ¿Podemos decir que llegan a los mestizos que no quieren ser indios? Más bien pienso que se pueden moldear personas que odien a las coyas. Es cierto, funciona con las personas más vulnerables a estos relatos. Los que han podido sostener una posición contraria a ese intento de manipulación es porque se han alojado en otro tipo de discursos, porque ya han construido un pensamiento diverso y consolidado. Es preciso que el antirracismo se sostenga en un discurso. Ha debido trabajar y trabajarse para llegar a serlo. Los principios de libertad, igualdad y fraternidad de la revolución francesa tuvieron que desplegarse e instituirse a fuerza de una revolución social, cultural y política. Esos principios requieren el trabajo de cada uno inmerso en un universo simbólico que los acoge. No son datos de la naturaleza. Los principios de los derechos humanos también han debido y deben sostenerse en políticas, leyes y discursos. Hay quienes los atacan. Eso confirma que no son datos de hecho de la estructura del ser humano.
Estas personas dispuestas a odiar a cierto prójimo han sido arrojadas a eso a partir de narraciones que desde hace décadas -mucho antes, pues es parte de la constitución no igualitaria de las sociedades que portan el germen de la jerarquía y la desigualdad social inscripto en su matriz cultural- les advierten que son una amenaza para ellos. Esto no es ninguna disculpa para quienes sostienen esta manera de estar en lo social con sus semejantes. Pero intenta entender por qué sucede que las banderas más reaccionarias, desiguales y racistas sean levantadas por las clases populares.
Al ir a leer lo que comparten estas personas moralmente indignadas contra los partidarios de Evo, de Lula o de Kirchner, cuando vamos a leer sus Facebook -no quiero imaginarme sus WhatsApp- estamos en presencia de un aparato gigantesco de propaganda que llega al corazón de los más frágiles. Si creemos que están surgiendo personas fascistas por todos lados, sin entender que están siendo “domesticadas” para fines ideológico-políticos, los aborrecemos y podemos llegar a odiarlos, lo que es el efecto deseado del Divide et impera en clave neoliberal. No nos sirve para tratar de entender cómo es posible su emergencia y sus razones. Decir que hay una derechización del mundo no explica cómo ni por qué estaría sucediendo.
Lo que nos muestran estas operaciones estratégicamente dirigidas a cada persona es que ellas se realizan en silencio, en los momentos opacos, íntimos de la vida social. Nos sorprende su irrupción porque creemos que lo que pensamos y lo que circula alrededor nuestro es el mundo de todos. Sin embargo, parece que estamos viviendo en mundos paralelos. La actual física teórica acepta la existencia de múltiples dimensiones invisibles para nosotros. Los divulgadores, para que podamos entender esta idea física tan compleja, nos dicen que vivimos en uno de esos universos y nos invitan a pensar que el nuestro sería como una rebanada de pan con muchas otras a nuestro lado, completamente invisibles. Estos otros mundos serían, en un sentido literal, universos paralelos. Haciendo uso metafórico de esta imagen quizás se haya logrado en la geopolítica nacional e internacional separar gruesas capas sociales o culturales -que ya no están en relación con la concepción marxista de las clases sociales- donde cada una poseería una ideología, una manera de estar en la cultura, hasta una ética de vida totalmente separada de la de su vecino. En Argentina la dieron en llamar grieta. Se trata de universos paralelos. Casi como los concebidos por la teoría física. Aunque estén a menos de un milímetro de distancia se desconocen profundamente entre ellos. Y, si llegan a colisionar, producirían un bigbang. Temo que la construcción de universos paralelos está circulando como forma de dominación en casi todo el planeta. Invito a visitar los Facebook y los Twitter de aquellas personas de las cuales nos separa un abismo ideológico. Después de esa visita, cuidándonos de la náusea, quizás podamos admitir que no es tan difícil que esas personas, en el universo narrativo en el que están capturados, puedan pensar que la tierra es plana.
Lidia Ferrari
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