Chile no era el oasis en Latinoamérica, tal como nos lo querían hacer creer. Sí fue, mientras duró, un excelente slogan publicitario que se está cayendo a pedazos frente a nuestros ojos desde hace 15 días: desde que comenzó el feroz estallido social de un país en vías de desarrollo y con cifras envidiables para cualquier vecino de la región: casi 25 mil dólares per cápita, crecimiento constante en las últimas décadas y una postal que ha sido imán para inmigrantes con tal alcanzar el sueño chileno. Pero no hay tal sueño chileno. There is no Chilean dream. Esto ha sido más una pesadilla para una gran mayoría desde que los Chicago Boys instauraron a la fuerza, en los años 70, su feroz modelo de capitalismo salvaje y privatizaron los derechos de todos los chilenos. Un cruel modelo que le da privilegios casi monárquicos al 1% de la población -un grupo de millonarios donde once de ellos están en la lista Forbes) que los convirtió en dueño de casi el 30% de la riqueza del país todo. Décadas de violencia económica, maltrato, desactivación del tejido social y la construcción de un ethos individualista, explican el gran descontento, la rabia y la explosión de violencia.
La imagen de rebelión, fuego y barricadas últimamente está siendo un elemento común internacional. Tras los ya crónicos enfrentamientos de Hong Kong y mirando más allá del humo de las barricadas de Barcelona hemos visto que primero en Ecuador y luego en Chile la población se ha rebelado para combatir las medidas económicas de sus gobiernos.
América Latina esta revuelta debido a los regímenes neoliberales que se han impuesto en los últimos años en la región impulsados por Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y las oligarquías criollas.
Las fuertes reglas neoliberales que se han adoptado por países como Argentina, Chile, Honduras, Ecuador, Colombia, Haití, han motivado numerosas manifestaciones populares las que rechazan el incremento de la desigualdad entre la población, el crecimiento de la pobreza y la desatención gubernamental de las grandes mayorías.
Para Estados Unidos y las potencias occidentales, Chile ha sido, desde la dictadura de Pinochet, el paradigma del sistema neoliberal en la región con el objetivo de permitir la entrada de las compañías transnacionales que se enriquecen con la extracción de sus grandes reservas mineras.
La normalidad y el constante llamado del gobierno a regresar a ella. Ese grito desesperado pero vacío, que solo quiere que los trabajadores vuelvan a encajar en una realidad que de tanto soportarla los terminó haciendo explotar, desde lo personal y lo colectivo.
El pueblo chileno continúa en las calles encabezando una resistencia épica ante la feroz represión ordenada por el gobierno de Sebastián Piñera. El 85,8 por ciento de los chilenos se mostró a favor del movimiento social, que ya lleva más de dos semanas, mientras que solo el 7,3 por ciento se manifestó en desacuerdo con las protestas, según el "Termómetro Social Octubre-2019", una encuesta de la Universidad de Chile a 1033 personas realizada entre el 29 de octubre y el 1 de noviembre. Piñera solo cuenta con un trece por ciento de respaldo y marca un récord en impopularidad.
La imagen de rebelión, fuego y barricadas últimamente está siendo un elemento común internacional. Tras los ya crónicos enfrentamientos de Hong Kong y mirando más allá del humo de las barricadas de Barcelona hemos visto que primero en Ecuador y luego en Chile la población se ha rebelado para combatir las medidas económicas de sus gobiernos.
América Latina esta revuelta debido a los regímenes neoliberales que se han impuesto en los últimos años en la región impulsados por Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y las oligarquías criollas.
Las fuertes reglas neoliberales que se han adoptado por países como Argentina, Chile, Honduras, Ecuador, Colombia, Haití, han motivado numerosas manifestaciones populares las que rechazan el incremento de la desigualdad entre la población, el crecimiento de la pobreza y la desatención gubernamental de las grandes mayorías.
Para Estados Unidos y las potencias occidentales, Chile ha sido, desde la dictadura de Pinochet, el paradigma del sistema neoliberal en la región con el objetivo de permitir la entrada de las compañías transnacionales que se enriquecen con la extracción de sus grandes reservas mineras.
Que las protestas en la hermana República de Chile se orienten hacia una reforma semejante replantea, en esencia, las mismas demandas que movilizan a los pueblos de Ecuador, Brasil, Guatemala, El Salvador o Haití. Con matices propios, se trata de las mismas grandes preguntas básicas y fundamentales de los pueblos latinoamericanos: ¿cómo frenar los embates fondomonetaristas que imponen medidas insoportables para nuestros pueblos? ¿Cómo hacer para que nunca más un presidente o un gobierno nos endeude hasta las verijas, como nos sucedió aquí y ahora? ¿Cómo garantizar para siempre que la educación, la salud y la previsión social sean responsabilidad del Estado democrático y por ende intransferibles? ¿Cómo reorganizar, modernizar y moralizar la Justicia, hoy tan cuestionada como insatisfactoria? ¿De qué manera lograr que la moneda nacional tenga valor parejo y estable, y todas las medidas económicas sean benéficas para los pueblos y defiendan las riquezas naturales y el talento de nuestr@s científic@s, trabajador@s y empresari@s? ¿Cómo acabar con la locura de que cada nuevo gobierno debe primero revisar todo lo que hizo el anterior, dificultado para rectificar y forzado a tolerar lo mal hecho? ¿Cómo neutralizar la utilización de las responsabilidades de gobierno para beneficiar a corporaciones empresarias, amigos y familiares? ¿Cómo acabar con la utilización de las instituciones para transferir riqueza a los sectores más concentrados de la economía? ¿Cómo terminar con negociados e impunidades? ¿Cómo corregir la constante degradación institucional de la República y el achicamiento de la democracia? ¿Cómo pacificar los ánimos y protestas sin violencia y con reglas claras? ¿Cómo mejorar las representaciones parlamentarias, cuyas taras se han vuelto absurda normalidad? ¿Cómo pasar de la deficiente y exclusivista democracia representativa a formas modernas de democracia participativa? ¿Cómo reorganizar la federación que somos y replantear la coparticipación de modo equitativo, satisfactorio y mutable cada cierto tiempo? ¿Como establecer reglas claras y definitivas para la transparencia institucional y la eticidad de la vida colectiva en toda la geografía nacional? ¿Cómo asegurar para siempre nuestra integridad territorial recuperando las Malvinas y asegurando nuestra porción antártica? ¿Cómo reordenar la propiedad y el manejo de la tierra con justicia, equidad, riguroso respeto ambiental y logrando un pacto nacional definitivo y respetado los próximos siglos? La respuesta a cada interrogante es una sola: necesitamos una nueva Constitución Naciona!.Mempo Giardinelli
La normalidad y el constante llamado del gobierno a regresar a ella. Ese grito desesperado pero vacío, que solo quiere que los trabajadores vuelvan a encajar en una realidad que de tanto soportarla los terminó haciendo explotar, desde lo personal y lo colectivo.
¿A qué normalidad quieren que volvamos? ¿A esa que nos empuja por inercia a actuar en medio de un contexto cruel, en medio de una sociedad que nos violenta con su maldita indiferencia? ¿A esa normalidad que nos quiere como corderitos ordenados y silenciosos en su rebaño? ¿Nos quieren en la normalidad de los que aguantan una vez más los abusos de tantos años? ¿A esa normalidad que justifica que pacos y milicos impongan “orden” a través de su violencia desmedida y miserable?Romina Cerda Allende
¿De qué normalidad nos hablan desde el poder? ¿Realmente los gobernantes de esta convaleciente y despierta franja de tierra nos quieren ver de esa forma?
“Volvamos a la normalidad”, “normalización constitucional”, “normalizar la vida cotidiana”. Es lo que se ha oído hace varios días, mientras nos tratan de apagar en medio de esta lucha que tanto sentido nos ha regresado. No es casual que haya personas que se sientan mejor, más vivas y felices luego de este sublime estallido. ¿Acaso es posible en medio de este caos aparente? Este movimiento vino a cuestionar nuestro modo de vivir, en el que constantemente nos vemos presionados a ser parte de un espectáculo que nos duele de lunes a viernes. “No era depresión, era capitalismo”, expresan algunos. Esto dice muchísimo de cómo nos hemos ido uniendo, luego de ni siquiera haberlo considerado.
¿A qué normalidad quieren que volvamos? ¿A esa que nos empuja por inercia a actuar en medio de un contexto cruel, en medio de una sociedad que nos violenta con su maldita indiferencia? ¿A esa normalidad que nos quiere como corderitos ordenados y silenciosos en su rebaño? ¿Nos quieren en la normalidad de los que aguantan una vez más los abusos de tantos años? ¿A esa normalidad que justifica que pacos y milicos impongan “orden” a través de su violencia desmedida y miserable?
(...) Yo me sigo preguntando: ¿así quieren imponernos su normalidad de mierda? ¿Creen que después de tantos golpes, violaciones y muertes esto volverá a ser como antes? No quiero que así sea, no quiero que olvidemos y confío en que no lo haremos.
Es de una violencia tremenda pedirnos que la “normalidad” vuelva a tomar la tribuna que tuvo hasta hace un par de semanas. Porque es imposible ir con ese discursito indolente por la vida. ¿Acaso los familiares de nuestros muertos “en democracia” volverán a ver o sentir su vida desde la “normalidad”? ¿Alguien puede creer que los sobrevivientes de torturas y heridas volverán a esa normalidad que tanto predican?
Yo no quiero ni concibo esa normalidad para mi gente, porque fue precisamente esa normalidad la que nos lastimó tanto hasta tener que llegar a este punto. Sí, hemos llegado lejos y me emociono en medio de testimonios que continúo reconociendo, y de acciones que cada día me van devolviendo más fuerza y convicción.
El pueblo chileno continúa en las calles encabezando una resistencia épica ante la feroz represión ordenada por el gobierno de Sebastián Piñera. El 85,8 por ciento de los chilenos se mostró a favor del movimiento social, que ya lleva más de dos semanas, mientras que solo el 7,3 por ciento se manifestó en desacuerdo con las protestas, según el "Termómetro Social Octubre-2019", una encuesta de la Universidad de Chile a 1033 personas realizada entre el 29 de octubre y el 1 de noviembre. Piñera solo cuenta con un trece por ciento de respaldo y marca un récord en impopularidad.
Parecen ser mayoría los chilenos que se creen inmersos en 30 años de postdictadura y una vida totalmente privatizada . Eso podría explicar semejante hartazgo unido al deseo de un cambio profundo. Los Carabineros continúan reprimiendo manifestaciones espontáneas y pacíficas con gases cada vez más fuertes, camiones hidrantes y perdigones que han causado lesiones oculares a cerca de 160 personas. Hay un afán por disparar a la cara. Ayer había niños atrapados en el humo y se oían disparos en la zona de Plaza Italia, epicentro de la lucha en Santiago. Una novedad es que, mediante un documento filtrado por hackers, se conoció que la Policía catalogó como “blancos de interés” a dirigentes de base para vigilarlos. Rigoberta Menchú se reunió en Santiago con referentes del Instituto Nacional de Derechos Humanos y condenó el accionar de Carabineros.María Daniela Yaccar
Termina un fin de semana de múltiples cabildos en instituciones de todo tipo y color y a lo largo y a lo ancho del país. En estas instancias de debate y conclusión los ciudadanos están reconstruyendo ni más ni menos que la subjetividad y el tejido social chilenos (muchos reconocen en ese marco lo indiferentes que eran antes de la evasión en el metro). (...) Hay una contradicción entre la fuerza y la valentía de esta sociedad y lo que ha podido conseguir. “El pueblo está convencido de que debe seguir en la lucha. Este maravilloso estallido social ha significado volver a tener una esperanza para terminar con desigualdades e injusticias. Pero en la mejora de condiciones de vida no se ha logrado nada. En términos reivindicativos, sólo se congeló el pasaje de metro”
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