Un Presidente en el Congreso. Allí, el Gato Macri, desencajado, solo mintió y gritó. El discurso del presidente Mauricio Macri en la 137° Apertura del Congreso tuvo poco de contenido económico, más allá de una declaración respecto areducir la inflación en forma sustancial este año. Pero el mercado le daba malas noticias al Presidente mientras hablaba ante los legisladores. Según operadores, el riesgo país rebotó al inicio de la sesión, dada la caída generalizada en los precios de los bonos soberanos argentinos. En base a datos de Rava Bursátil actualizados hasta el mediodía, el indicador que mide el diferencial de tasa que se le exige a la Argentina por sobre un bono similar de Estados Unidos subía 15 puntos en el día hasta alcanzar los 714, por lo que atravezaba la barrera de los 700 puntos por segunda vez en el mes. Un indicador similar al riesgo país, el costo de asegurarse contra un default argentino (credit default swaps a 5 años) mostraba un pico mientras Macri se dirigía a los legisladores.
Sobre los balbuceos del Felino Macri de hoy no hay nada que decir. Ya dijimos que solo cabe esperar un incremento de la violencia estatal (intento de fraude incluido) para estirar su agonía. Aparte, hasta los periodistas alcahuetes hoy están señalando la tristeza de esta apertura de la Asamblea Legislativa, la peor de la historia argentina moderna.
El episodio de hoy es un síntoma de la descomposición del macrismo en el único aspecto cuya destreza podría reconocérsele: el control de la imagen. Ni De La Rúa hizo un papelón semejante. Incluso comparémoslo con la cuidada parquedad discursiva de los discursos del propio Gato en 2016, 2017 y 2018. el Felino Macri expresa hoy en su cuerpo, en su lengua trabada, en su disloque gestual, que ya su equipo de comunicación ni puede controlar su imagen.
En el país de la señora Teresa el Presidente pidió “no aflojar”.Martín Granovsky
La señora Teresa es la que retrató Bernardino Avila de Página/12 mientras recogía las berenjenas con la policía detrás.
En el país donde Peugeot suspendió a los mil trabajadores que fabrican el 308, Mauricio Macri llamó a “no tirar la toalla”.
En el país que le quiebra la voluntad a una chiquita de 11 años y, bajo tormento, le niega el aborto legal, el Presidente informó que las provincias “volvieron a cargar los trenes”.
En la apertura de sesiones de 2018 Macri dijo que “lo peor ya pasó”. Había apuestas sobre si repetiría la frase. Y la citó. Pero explicó que las cosas no resultaron maravillosas porque, “cuando empezábamos a salir”, se produjo la salida de capitales de los mercados emergentes, “la peor sequía en los últimos 50 años” y la causa de los cuadernos.
En 2018 el Presidente pronosticó que la inflación sería menor que el 25 por ciento de 2017. Terminó en el 47 por ciento. Casi el doble.
El mensaje de Macri, un mensaje de campaña, podría ser traducido de este modo: “Estamos mal pero somos una maravilla. Los cimientos son sanos. Ya que se sacrificaron, estírense y denme un crédito de cuatro años más”.
Fiel a sus dos principales consejeros, Nicolás Dujovne y Jaime Durán Barba, Macri se aferró al cuco que debería darle la victoria: Venezuela. El Gobierno quiere instalar que con CFK la Argentina iba camino de serlo y que, si llegase a ganar un frente encabezado por el peronismo, la Argentina terminará por ser Venezuela. Más allá de la opinión que cada uno tenga de Nicolás Maduro, no existe ningún elemento que permita comparar un país y otro. Macri usa la palabra “Venezuela” como construcción macartista. No por el zurdo Paul sino por Joseph McCarthy, el famoso senador que en los años ’50 se dedicó al invento de fantasmas y acusó de comunista incluso a Charles Chaplin.
Dante, el obrero de la construcción que lo interpeló esta semana, le dijo al Presidente: “¡Hagan algo!”.
En la asamblea legislativa, desencajado, Macri solo gritó.
Tampoco vamos a olvidar que está ahí, como él se encargó de recordarlo, porque el 51% de los electores argentinos lo votaron. La imagen del Gato de hoy es también un espejo de la sociedad de la Argentina actual.
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