Aunque la ley es compasiva –muy compasiva- con los envenenadores del agronegocio, de todas maneras se las arreglan para violarla. Por deporte, por exhibición de poder, por impunidad. El lunes la escuelita rural de Parada de Robles –Exaltación de la Cruz, provincia de Buenos Aires- tuvo que levantar pizarra, pupitres y alumnos para huir de la lluvia maldita que llegó desde un avión en pleno horario de clases. Glifosatos, atrazinas y vaya a saber qué otro agroquímico se disparó en la mañana apacible en la que los sembrados contiguos a la escuela habilitaron una fumigación indiscriminada. Sobre la cabeza a dos aguas del edificio que dejaba entrar el sol por las ventanas, confiadas en el mito de la bonhomía rural. Sobre las cabezas de todo ser vivo circundante.
Dicen los vecinos de Exaltación: “pulverizaron en un campo que se encuentra a menos de 300 metros de las escuelas, incumpliendo la Ley provincial 10.699, que establece que no puede fumigarse por vía aérea a menos de dos kilómetros de centros poblados; y también la débil ordenanza municipal 101/12, que indica (solamente) que se debe informar previamente a las instituciones educativas ante cada fumigación que se vaya a realizar”.Silvana Melo - Agencia de Noticias Pelota de Trapo
Niños, adolescentes y docentes de las escuelas primaria y secundaria (N° 4 y Técnica N°1) tuvieron dificultades para respirar, se les irritaron los ojos y sufrieron vómitos y dolores de estómago. Fue Patricio Eleisegui, autor de Agro Tóxico, quien plantó el video en las redes para que no hubiera espacio para los yonofui ruralistas ni institucionales. Porque no hay un productor responsable, sino todo un sistema que determina que la molestia real son las escuelas diseminadas en la llanura, diseñada para sostener un modelo productivo dependiente del veneno. Por lo tanto aquel olvido del Ministro de Agronegocios Leonardo Sarquís, que abrió las puertas para que se fumigara hasta un minuto antes de que empezaran las clases en las escuelas rurales y un minuto después de que los chicos salieran de las aulas, fue un porlasdudas que no pasó. Y que Sarquís tuvo que rever para dictaminar que no se fumigue nunca cerca de las escuelas.
No a 3.000 metros -como la norma legal de Entre Ríos que desquició al gobernador, a los ministros, a los dirigentes ruralistas y a toda la dirigencia estructural- sino con la vaguedad necesaria para la libre interpretación: “abstenerse en forma total de realizar aplicaciones y pulverizaciones de fitosanitarios en los lotes que linden con establecimientos educativos…” Para alterar la ley cuando pinte.
En nombre de las buenas prácticas agrícolas.
Y de la desubicación de las escuelas que insisten en la ruralidad y no se aguantan una deriva.
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