Por Gabriel Rocca para NEXCiencia
Desde hace meses Europa viene enfrentando primero la segunda y ahora la tercera ola de la pandemia de COVID-19 con éxito dispar. Países como Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia y España han dispuesto confinamientos más o menos extensos en el tiempo y en el territorio, han aumentado controles de frontera y restringieron diferentes actividades según las recomendaciones de las autoridades sanitarias. Esto ocurrió aun cuando algunos sectores sociales se oponen activamente a estas decisiones, con movilizaciones en las calles que en algunas ocasiones terminaron en hechos de violencia.
En Sudamérica, en casi todos los países que limitan con Argentina, la pandemia está haciendo estragos. Brasil, Chile –a pesar contar con un alto porcentaje de población vacunada-, Uruguay y Paraguay registran récords diarios de contagios y muertos, y sistemas de salud colapsados o al borde de colapsar.
Lamentablemente, ya nadie duda de que la segunda ola de COVID-19 ha llegado a nuestro país. La curva de contagios viene creciendo a gran velocidad y las estadísticas indican que el promedio diario de casos pasó de 6.039 en la primera semana de marzo, a 12.128 para la primera semana de abril en todo el territorio nacional. Mientras que en la Ciudad de Buenos Aires, la media de personas infectadas aumentó de 651 a 1.705 durante ese mismo período. Al mismo tiempo, son cada vez más claros los indicios que sugieren que algunas de las nuevas cepas del SARS-CoV-2, como la llamada variante de Manaos y la británica, tienen circulación comunitaria en diversas regiones del país. La mayoría de los expertos alertan sobre la posibilidad de que, si no se toman medidas, Argentina podría encaminarse hacia una catástrofe sanitaria similar a la que viven nuestros países vecinos.
A pesar de estar frente a un escenario sumamente peligroso, una recorrida rápida por los diferentes canales de noticias y programas televisivos y radiales, es suficiente para escuchar repetidamente frases como las siguientes: “el gobierno no se anima a dictar nuevas restricciones porque la sociedad no está dispuesta a tolerarlas”; “la gente está harta de las prohibiciones”; “las personas quieren vivir con libertad”; “no se puede hacer nada, la gente no respetaría un nuevo confinamiento”.
Ahora bien, esas afirmaciones reiteradas hasta el cansancio ¿representan fielmente el pensamiento de la mayoría de la sociedad argentina? De acuerdo con un estudio realizado por el Instituto de Economía y Sociedad en la Argentina Contemporánea de la Universidad Nacional de Quilmes (SocPol UNQ), la respuesta es: decididamente no.
El trabajo, realizado por los investigadores Javier Balsa, Daniel Feierstein, Guillermo de Martinelli, Pehuén Romaní y Juan Spólita, fue llevado a cabo antes de que la segunda ola llegara a la Argentina y abarcó a 1496 personas mayores de 18 años de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires. Allí se les pidió a los encuestados que se imaginaran en la situación de ser presidentes y se les preguntó: ¿Qué harían si aumentaran mucho los casos de COVID-19 y se empezaran a llenar las salas de terapia intensiva? Las alternativas iban entre cuarentenas estrictas y ninguna restricción nueva.
La sorpresa es que, contra la imagen predominante, una amplia mayoría (63%) afirmó que decidiría una cuarentena estricta o cuarentenas intermitentes. Solo una minoría (21%) opinó que sólo le pediría a la población que extreme los cuidados. Ni el grupo de edad, ni el género, ni el nivel educativo, ni la residencia (Ciudad o Provincia de Buenos Aires) presentan diferencias significativas en la respuesta a esta pregunta. (Gráfico 1)
“Aquí se revela toda esta construcción sobre la existencia de una situación de hartazgo y de desobediencia que no se constata en los estudios de opinión. Porque los distintos estudios, el nuestro y otros, muestran de manera más o menos similar, que hay entre un 50 y un 65 % de las personas que estaría de acuerdo con restricciones bastante severas para enfrentar la segunda ola”, señala el sociólogo Daniel Feierstein, uno de los autores del informe. Y completa: “Es interesante porque tanto la oposición como la mayoría del oficialismo, y los medios de comunicación, parecen estar mucho más convencidos del hartazgo de lo que la población misma expresa”.
Una imagen distorsionada
El trabajo avanza un paso más y logra poner de manifiesto la distancia que existe entre la percepción mayoritaria y el clima social realmente existente. En ese sentido, retoma la ficción y le vuelve a pedir a las personas que se imaginen como presidentes para preguntarle a ese 63 por ciento que dijo que dictaría medidas de cuarentena, cómo piensa que reaccionaría la gente frente a esa decisión. Solo la mitad de ellos piensa que la mayoría apoyaría estas medidas, mientras que la otra mitad cree que todos le tendrían bronca o, incluso, que se generarían demasiadas protestas que impedirían su cumplimiento. (Gráfico 2)
La otra cara de la moneda surge con claridad cuando se indaga entre el sector de los consultados que manifestaron que no decretaría cuarentenas ante una segunda ola, cómo creen que reaccionaría la sociedad frente a esa decisión. Llamativamente, la mayoría (66%) está convencida de que “todos estamos hartos” y que “la gente” apoyaría la decisión de no restringir nada. (Gráfico 3)
En esos datos aparece la confianza que han logrado construir en esa minoría intensa. Ellos creen que habría una mayoría (inexistente según indica esta encuesta) que apoyaría una política de baja o nula acción estatal frente a terapias intensivas que se van llenando. Las consecuencias sanitarias de esta percepción son graves.
“Se da una situación paradójica, en la cual, se termina llevando adelante la política de una minoría intensa, no mayor al 15 por ciento de la población, que dice que están hartos y que no respetarían ninguna restricción, como si esa fuera la opinión de la mayoría de la sociedad. Y eso se da porque esa minoría tiene capacidad de movilización y una disposición a oponerse de modo activo a las restricciones, por lo tanto, para poder imponer la opinión de la mayoría sería necesario recurrir a sanciones que el Estado, durante 2020, no estuvo dispuesto a encarar, sobre todo, en relación con los sectores medios altos y altos”, reflexiona Feierstein.
Justamente un aspecto que resulta curioso para el investigador es que la mayor militancia contra un confinamiento no proviene de los sectores que sufrieron las peores consecuencias económicas durante la pandemia. “A mí me llama la atención el nivel de responsabilidad de las organizaciones populares, nosotros no hemos tenido saqueos a pesar del aumento de la pobreza y la indigencia. Por lo tanto, hay que reunirse con ellos, saber qué es lo que necesitan y garantizarlo para después ver de qué manera se impone el cumplimiento de la ley en aquellos sectores mucho más acomodados que no quieren aceptar algunas limitaciones que son necesarias para el bien común. Habrá que ver cómo se construye la solidez sociopolítica para implementarlo”.
A la hora de pensar en cuáles han sido los instrumentos utilizados para instalar esas falsas tendencias mayoritarias en la opinión pública aparecen los medios de comunicación ocupando un rol clave. Sin embargo, para el investigador, las responsabilidades abarcan también a otros sectores. “Es cierto que los medios han jugado un rol determinante. Pero una cosa es que vos tengas a los medios diciéndote que las cosas son de una manera y a una voz gubernamental importante rechazando esos puntos de vista y, otra muy distinta, es que esos funcionarios legitimen ese discurso. Acá, el problema es que si bien es verdad que la idea de cansancio, de hartazgo y de imposibilidad de tomar medidas la sostienen los medios, no es menos cierto que también lo hacen los representantes políticos”.
Frente al enorme daño sanitario que estas posturas negacionistas pueden provocar en un escenario de veloz crecimiento de los contagios que, de mantener este ritmo, pueden hacer colapsar el sistema de salud, la pregunta que aparece naturalmente es de qué manera deberían actuar las autoridades políticas para revertir esta ilusión que lleva a un trágico desenlace. “Me parece que lo más importante es dejar de avalar las miradas negacionistas. Es necesario explicitar con toda la crudeza que sea posible cuál es la gravedad de la situación y cuáles son los caminos posibles. Esto es incorporar a la sociedad, a los movimientos sociales, a los sindicatos, a las asociaciones barriales, para pedirles apoyo en estas circunstancias. Pero no para sostener lo que se viene haciendo sino para hacer lo que hay que hacer. Hay un error en no poner a la sociedad en la disyuntiva que existe hoy en la Argentina: ¿Estamos dispuestos a que mueran otras 50 mil personas o vamos a hacer algo para evitar ese resultado?”, se pregunta Feierstein.
—Hacer una convocatoria masiva para que la mayoría exprese su apoyo a una estrategia de mayores cuidados, aun con el costo sanitario que esa movilización podría tener, ¿lo ve como una estrategia viable para terminar con la ilusión negacionista?
—Si mostrar una vez la mayoría en las calles puede revertir este clima social y determinar el acompañamiento a las medidas de cuidado necesarias, entonces, quizás haya que hacerlo. Obviamente, una manifestación muy masiva puede ser problemática, tiene un riesgo, pero hay que evaluarlo al lado de los otros costos, porque el costo de no hacer nada puede ser muy superior. Pero estas son decisiones que no puede tomar un presidente en soledad sino que requiere de un diálogo con las organizaciones del campo popular para evaluar ventajas y desventajas de cada salida. Pero, sobre todo, lo importante de ese diálogo es romper el inmovilismo, romper este dogma que impone el neoliberalismo de que no hay otro camino. A mí me parece que hay tomar otro camino. Tenemos que ver conjuntamente cómo recorrerlo.
Gabriel Rocca
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