“¿Qué ocurrirá —pregunta Sahli— cuando los hombres ya no pudieran repetir ni comprender lo que lleva el sello de la eternidad? Débora responde: Eso se llama barbarie” (Henry, 2014, p. 79).
Por Andrés G. Chaur
I
Entender la barbarie como fenómeno meramente social puede desvirtuar su trascendencia ontológica. La barbarie es, a la lupa de una discusión más amplia, una crisis del ser, un desprecio a la construcción de un proyecto de vida, a la vida en su totalidad más profunda, subjetiva y sensible. Su construcción estética radica en la negación del otro, en formas absolutas y totalitarias que dan cuenta de la destrucción de cualquier dialogo; es la racionalidad convertida en objetividad absoluta e irreductible, como explica el filósofo francés Michel Henry [1]. El “Quédate en casa o te matamos”, la violación perpetrada por militares o la re-victimización de jóvenes y líderes y periodistas sociales asesinados, demuestran el ethos de la barbarie, en especial su carácter irreflexivo: la vida como elemento instrumentalizado, como elemento de poder.
La cultura, entendiéndola como formadora de la subjetividad en la construcción de la vida (Palomar, 2018, pp. 9) es claramente la antítesis de la barbarie: si la barbarie es el triunfo de la objetividad única y totalitaria, la cultura es el dialogo profundo entre subjetividades, es el puente entre “uno y el otro”, es la exaltación propia de la vida y es el constante cambio del ser como individuo y como sociedad.
Y es ahí donde quiero detenerme para comenzar un debate que considero urgente: la cultura como “el contrapeso a la barbarie” [2] nunca ha estado en mayor crisis en Colombia como lo está ahora. El artista, como formador, pensador y divulgador de cultura; como conciencia crítica del mundo y de la vida se vuelve (o se transfigura) prescindible en tiempos de barbarie. Sin ahondar en el debate sobre arte político [3], el rol del artista para incomodar, poner en evidencia y reflexionar a la barbarie se torna un mero accesorio social: el artista para alegrarnos la vida, una ironía moderna.
II
Como contrapeso, es imposible negar el soporte que algunas
manifestaciones culturales están teniendo actualmente en Colombia: la
música ha sido un gran catalizador de identidad, de representación y de
dignidad de la vida en Tumaco, Nariño con el grupo PluConPla; el muralismo como expresión social de reivindicación y lucha se evidencia en los murales conmemorativos a los líderes sociales asesinados en algunas zonas de Bogotá realizados por artistas independientes.
Los proyectos de emprendimiento y memoria que realizan las tejedoras de Mampuján, en los Montes de María.
La presentación de “Sacrifixio” una obra de danza contemporánea sobre arte, política y paz vía Facebook Live presentada por la compañía “El Colegio del Cuerpo” |
Los distintos ejercicios de diseño gráfico para la movilización social, como los presentados por la ilustradora Carolina Urueta, los cuales por medio del color y la diagramación, denuncian y visibilizan la barbarie; los proyectos colaborativos de apoyo a artistas locales como APP, las denuncias a la profunda precarización del gremio cultural presentados por el portal web esferapública.org
La revelación del horror en las obras de Rosemberg Sandoval y Luz Lizarazo expuestas virtualmente bajo la alianza del diario El Tiempo y El Museo de Arte Moderno de Bogotá-MAMBo para presentar obras de arte sobre la pandemia
Estos son solo algunos ejemplos del contrapeso que están teniendo decenas de proyectos tanto territoriales como nacionales. Sin embargo, estructuralmente se evidencia el peligroso auge de la banalización de las industrias culturales y de la profesión del arte. La barbarie prescinde del artista y de cualquier proyecto que intente pensar. Esto empieza desde la institucionalidad.
III
Duele ver lo que ocurre con el Ministerio de Cultura. La institución encargada de promover y velar por el acervo artístico y por sus hacedores, se convirtió en una mera agencia de trámites de ayudas estatales: ¿Dónde está la reflexión entorno a la crisis cultural actual?, ¿Cómo debe participar las industrias culturales en un nuevo modelo de gestión?, ¿En que manera se sostiene al artista y a los espacios de difusión del arte?, ¿Qué paso con el “empuje” que estaba teniendo la “Economía Naranja”? Son debates que el Ministerio debería liderar y no lo ha hecho. El contexto de la pandemia ha desdibujado a un Ministerio y a una ministra que no ha entendido la enorme importancia que tiene el artista y la cultura, no solo dentro del aparato económico sino como faro reflexivo para entender el mundo.
IV
Duele aun más evidenciar el rol y la percepción que están teniendo las industrias culturales en la sociedad. En una reciente encuesta realizada por el diario británico The Sunday Times, resalta que 71% considera al artista como el trabajador “menos esencial actualmente”; En Colombia, la profesión del artista pasa por una coyuntura de precarización del trabajo nunca antes visto; el cierre de librerías, teatros, cines, museos, galerías, espacios culturales y las tímidas alternativas en digitalización que se han presentado evidencian también la poca importancia de estos espacios a nivel social (se prefiere abrir un centro comercial o realizar días sin IVA a abrir museos). En el ámbito editorial, los pocos proyectos culturales pasan de igual forma por su momento más critico: la “auto-censura” realizada por la Revista Arcadia y los problemas financieros de “El Malpensante” también dejan muy huérfanos a la reflexión que debe dar la cultura.
Pensar que solo instituciones privadas como la Cámara de Comercio de Bogotá con ArtBo y el Banco de la República con el programa “Intercambios artísticos en época de pandemia” han sido abanderadas en presentar propuestas de dialogo, dejan un sabor muy agridulce.
V
¿La cultura colombiana está en crisis? No hay duda alguna. La pandemia también ha exacerbado una crisis sin precedente en todos los sectores, sin embargo, entender la cultura es entender procesos que van más allá a una reactivación económica y no comprender su importancia en cualquier sociedad, sobre todo una gobernada por la barbarie, es donde considero se encuentra la GRAN crisis de la cultura colombiana.
No es posible reflexionar sobre la violencia, sobre la desigualdad o sobre la injusticia sin tocar procesos estéticos y culturales propios del arte. Reitero la idea de que solo a través del lente de la cultura y el arte se puede dialogar en la búsqueda de consensos profundos contra la barbarie. En el arte y la cultura se pueden encontrar herramientas que apaleen lo que actualmente está ocurriendo en gran parte de nuestros territorios. El “Quédate en casa o te matamos”; el caso del joven que cercenó el brazo de otro compañero por ser homosexual o las recientes masacres son problemas de orden público, pero también son problemas ontológicos, problemas culturales entrelazados que pueden ser analizados también por la cultura y pensados por el artista.
PD.
Michel Henry en su libro La Barbarie, pregunta: ¿Es posible una sociedad sin cultura, sin arte? Contra pregunto ¿Acaso no estamos en camino de serlo?
Espero que de algo sirva estas ideas: para reforzar el debate en torno al papel de la cultura en tiempos de barbarie o por lo menos para evidenciar mi decepción (y espero que la de muchos) por la manera en como se ha presentado al arte como mero entretenimiento para hacer más llevadera esta pandemia.
Bibliografía
- Henry, M. (2014). “La Barbarie”. Paris: PUF.
- Palomar, A. (2018). “El valor cultural del arte en la época de la barbarie: la fenomenología estética de Michel Henry”. Estudios de Filosofía, 58, 143–167.
- Padilla, N (2010). “El arte es el contrapeso de la barbarie”. Tomado de: https://www.elespectador.com/noticias/cultura/el-arte-es-el-contrapeso-de-la-barbarie/
[1] En su ensayo: “La Barbarie”, Henry problematiza sobre la exclusión de la cultura, entendida como autodesarrollo de la vida, en la agenda de la modernidad. Palomar, Agustín en su artículo “El Valor Cultural del arte en la época de la barbarie: la fenomenología estética de Michel Henry”, interpreta la barbarie como negación objetivizada de la cultura: “Permanecemos en la barbarie mientras no se restaure el sentido de la cultura como aquella fragua donde se forja la experiencia de nuestra actividad en el mundo como manifestación de la inmanencia de la vida”. Tomado de: Palomar, A. (2018). “El valor cultural del arte en la época de la barbarie: la fenomenología estética de Michel Henry”. Estudios de Filosofía, 58, 143–167.
[2] (…) “En nuestro caso, el horror en la obra muestra la capacidad de pensamiento que tenemos. El arte le hace contrapeso a la barbarie y a una realidad muy compleja.” Entrevista a Doris Salcedo. Tomado de Padilla, N (2010). “El arte es el contrapeso de la barbarie”. https://www.elespectador.com/noticias/cultura/el-arte-es-el-contrapeso-de-la-barbarie/
[3] Para profundizar en el debate sobre arte político, propongo estos dos articulos publicados por Esferapública.org: http://esferapublica.org/nfblog/arte-politico-y-mercado-en-colombia-una-breve-genealogia-1962-1992/ http://esferapublica.org/nfblog/el-arte-de-representar-victimas/
Andrés G. Chaur - Comunicador Social, Magister en Estudios Culturales. Chaur_andres@hotmail.com
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