El escenario argentino es tragicómico visto desde afuera. Hasta el diario uruguayo El observador se permite titular: "El colmo argentino: cae la recaudación impositiva en pleno ajuste fiscal", el Banco Mundial se preocupa por el “alto precio (consecuencias sociales) del ajuste” y el propio FMI sostiene que podría fracasar a pesar del empeño.
El derrumbe es incontenible. Desde adentro es sólo trágico, pulveriza toda comicidad. De acuerdo con la UCA uno de cada tres argentinos está bajo la línea de pobreza y uno de cada dos niños es pobre.
Los argentinos tenemos la mala costumbre de acostumbrarnos a cosas que no deberían ser costumbre. Desde el comienzo de la gestión amarilla, la mentira, la hipocresía y los conflictos de intereses han sido una constante. Además, la proliferación de explicaciones insostenibles que podrían calificarse de puro chamuyo: un torrente de incoherencias adornadas con palabras vaciadas como ‘equipo’, ‘diálogo’, ‘honestidad’ y muchas más. Y abundantes contradicciones, por supuesto. El Jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun puede clamar en el Congreso, como si fuera un principio irrenunciable que “no creen en los controles de precios” y, al día siguiente anunciar un acuerdo para que las cosas no aumenten tanto. O promueven servicios precarizados como oportunidad laboral y después ni se lamentan por un ciclista de Rappid que murió atropellado por un camión. Cuando una sociedad se acostumbra a cosas como éstas está habilitando un futuro de extinción.
Aquí, la nota que lleva como título "Argentina: la Venezuela del Sur":
Los argentinos tenemos la mala costumbre de acostumbrarnos a cosas que no deberían ser costumbre. Desde el comienzo de la gestión amarilla, la mentira, la hipocresía y los conflictos de intereses han sido una constante. Además, la proliferación de explicaciones insostenibles que podrían calificarse de puro chamuyo: un torrente de incoherencias adornadas con palabras vaciadas como ‘equipo’, ‘diálogo’, ‘honestidad’ y muchas más. Y abundantes contradicciones, por supuesto. El Jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun puede clamar en el Congreso, como si fuera un principio irrenunciable que “no creen en los controles de precios” y, al día siguiente anunciar un acuerdo para que las cosas no aumenten tanto. O promueven servicios precarizados como oportunidad laboral y después ni se lamentan por un ciclista de Rappid que murió atropellado por un camión. Cuando una sociedad se acostumbra a cosas como éstas está habilitando un futuro de extinción.
Aquí, la nota que lleva como título "Argentina: la Venezuela del Sur":
Meses atrás, el presidente argentino Macri fue galardonado con el premio “Global Citizen Award” que entrega el grupo estadounidense de supuestos expertos en economía “Atlantic Council”. Tal distinción le fue entregada en el restaurante Cipriani de Wall Street ante unos 500 invitados, entre los que se contaba la directora del FMI, Lagarde, con quien el presidente dijo tener un "flechazo". El eje de su discurso de agradecimiento e interpretación de las razones de la distinción lo centró en el "compromiso de Argentina para frenar el ‘populismo’ que hubiera llevado al país a convertirse en otra Venezuela". Dice haberlo evitado con un "flechazo" de 50.000 millones de dólares, precisamente del FMI. Intentaré aquí subrayar las varias similitudes entre los desaguisados económicos de ambos países. También hay similitudes en el autoritarismo que dejaré para otra oportunidad. A pesar de lo que diga Macri, va en camino hacia "otra Venezuela".
La política argentina (no exclusivamente el macrismo) se caracteriza por la simulación y la mera formulación de deseos, carentes de todo sustento empírico y planificación de medidas. La discursividad nunca es programática sino el producto de un coaching a cargo de expertos en marketing y opinión pública. En el caso de Macri resulta conocida la función que cumple el ecuatoriano Durán Barba, para quien nunca hay que proponer nada ni explicar medidas sino hablar de los deseos y la vida cotidiana. Pero el kirchnerismo lo tuvo a Savaglio, además de la corrupción del Indec, fuente de estadísticas y datos. En Argentina el cotillón ha sustituido al debate político.Emilio Cafassi
Cuando Macri fustiga la economía venezolana -cuyo deterioro no pongo en duda ni menos aún las consecuencias sociales e incluso morales que conlleva el desquicio de un capitalismo prácticamente en negro y con niveles de inflación que exceden toda posibilidad de cálculo- elude sin embargo comparar las variables en ambos casos. La diferencia entre el desarrollo del capitalismo en Venezuela (hablar de “socialismo del siglo XXI” no solo es inexacto por la vigencia hegemónica del capital, sino además una deshonra para los ideales socialistas) y en Argentina sólo se refleja en magnitud, no en cualidad y consecuencias.
Su primera promesa de campaña fue la de bajar la inflación que en 2015, cuando asumió, llegó al 22%. Se jactó de hacerlo inmediatamente porque aplicaría la política económica “más fácil del mundo”. La inflación oficial del año pasado, reconocida por el “saneado” Instituto de estadísticas (Indec) fue del 47,6%, la más elevada de los últimos 27 años, superando inclusive a la de la crisis de 2001/2. Es sin embargo un dato promedial, ya que el transporte público, los alimentos y bebidas y los servicios públicos aumentaron muchísimo más aún. Las tasas de interés, tanto para el consumo cuanto para el capital, superan el 70%, con las inevitables consecuencias en materia de recesión. El desdoblamiento cambiario múltiple que impera en Venezuela (con su ineludible estímulo a la especulación y al mercado negro cuando no a la corrupción) impide realizar la comparación directa con Argentina, pero exceptuándola, Argentina lidera el ranking mundial de depreciación de su moneda con un pico del 100% en 2018, muy por delante de Turquía, Brasil, Indonesia, etc.
No podía faltar dentro del menú neoliberal la reducción de impuestos. En ese sentido, Macri prometió comenzar con la eliminación del impuesto a las ganancias, el que en general en el mundo se denomina IRPF y afecta directamente a los salarios a partir de cierto umbral. No sólo no se eliminó ese impuesto, sino que cuando asumió lo pagábamos 1,2 millones de asalariados y ahora son 2 millones, casi el doble. Se prevé que esa cantidad siga en aumento y pase a alcanzar a los jubilados hasta ahora exentos.
Dentro de ese festival de deseos simulaciones y fe, Macri no dudó en superar a Lula con su plan de hambre cero. Para el argentino la promesa fue directamente pobreza cero. Obviamente las cifras oficiales no sólo no la ubican en cero, sino en una tendencia creciente de 1,6% por semestre a través de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). No debe sorprender, ya que dejó de recaudar impuestos progresivos, disminuyó los subsidios a los servicios públicos y viene eliminando sistemáticamente los programas sociales. La única fábrica que funciona es la fábrica de pobres. La excusa para tales medidas es la habitual cháchara de producir crecimiento a través de la inversión interna y externa, acompañada de la remanida teoría del derrame. Ha habido efectivamente redistribución de la riqueza pero exclusivamente a favor de un pequeño conglomerado de empresas, bancos y terratenientes que potenciaron aún más la fuga de capitales y la inestabilidad económica y cambiaria. La inversión ha estado ausente, salvo la especulativa o rentística-extractiva.
La caída constante del poder adquisitivo de los salarios contrae el mercado interno cuyas primeras víctimas capitalistas son las pymes. Oficialmente el gobierno reconoce en el último año una caída del PBI del 2,4%, pero el FMI lo sitúa en 2,6% en tanto la Cepal y la OCDE en 2,8%. Tomando los 3 años de gobierno macrista, la economía se redujo 1,4% respecto a 2015. La deuda pública creció en casi 93.000 millones respecto a 2015, un 28% en tres años con las consecuencias hipotecarias sobre el futuro, además del dictado de las políticas por el FMI.
La crisis venezolana adquiere efectivamente niveles catastróficos que explican fundamentalmente la diáspora de ingentes proporciones de su ciudadanía. Pero, ¿puede el demoledor gobierno argentino exhibir autoridad alguna para condenar el hambre en el país hermano cuando todos los indicadores económico-sociales lo ubican en un indiscutible segundo lugar en la debacle socioeconómica regional?
Más que anti-Maduro lo de Macri es un ensayo in-Maduro.
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