Que casi todo el mundo opine lo mismo, tengan la misma política y tengan los mismos resultados no quiere decir que casi todo el mundo tenga la razón. Casi toda Europa estuvo contra Rusia cuando Hitler lanzó la operación Barbarroja, lo mismo ocurrió con Napoleón. Ante el discurso y relato dominante, el estancamiento de la movilización social como vía para frenar la arremetida neoliberal y la ausencia de un discurso consistente que ofrezca alternativas a la población ante un escenario crítico como el actual, son algunos de los signos de la bancarrota política, ideológica y estratégica en un mundo guiado por el caos y barbarie fascista. Y elegimos revivir a Pasolini porque su debate e interpelación acerca del fascismo nos parece cada vez más vigente.
Saben que la cultura produce códigos, que los códigos producen el comportamiento, que el comportamiento es un lenguaje y que en un momento histórico en que el lenguaje verbal es del todo convencional y esterilizado (tecnificado), el lenguaje del comportamiento (físico y mímico) adquiere una importancia decisiva.
Pier Paolo Pasolini
George Orwell inventó un nombre para esto. Decía que era un “pensamiento doble”. Son dos ideas contradictorias que conviven en la mente de una persona y esa cree en ambas a la vez. Orwell pensaba que esto solo existía en el Estado ultratotalitario que satirizó en 1984. Pero se equivocaba. También sucede en las sociedades libres y democráticas. La seguridad de la población simplemente no es un asunto que preocupe a los políticos. La seguridad de los privilegiados, de los ricos, del sector empresario, de los fabricantes de armas, sí lo es, pero no la del resto de nosotros. Este doble pensamiento es constante, aunque a veces es consciente y otras veces no. Es lo que definió Orwell: hipertotalitarismo en una sociedad libre.
Noam Chomsky
La contradicción orwelliana de llamar "democracias" a las oligarquías va seguida de la definición de un mercado libre como uno que está libre para la búsqueda de rentas financieras. La diplomacia respaldada por Estados Unidos ha endeudado a los países, obligándolos a vender el control de sus infraestructuras públicas y a convertir las "cimas de mando" de su economía en oportunidades para extraer rentas de monopolio.
Michael Hudson
La represión sexual es la base de la familia patriarcal. Las inhibiciones y el debilitamiento de la sexualidad constituyen los pilares más importantes para la existencia de la familia autoritaria. Wilhelm Reich en su obra «La psicología de masas del fascismo», advirtió que la represión sexual, realizada desde la más temprana infancia, cumple una función política de regulación, ordenamiento y aseguramiento de las relaciones políticas y sociales. Sus teorías sobre la economía sexual, y la influencia de la inhibición y la represión genital en la conformación de la sociedad autoritaria, más la falta de libertad sexual, es la causa y origen de la ausencia de libertad en general.
A medida que los gobiernos profundiza la agresión contra trabajadores, campesinos, personal de salud, maestros y estudiantes, lo único que se nos ocurre es repetir guiones. Repetiremos, pues, lo de los últimos años: el comunicado estéril con posicionamientos ante determinado hecho, cortes de ruta, la marcha intrascendente para medir fuerzas, una enésima acción en la corte o cualquier juzgado (como si el sistema judicial corrupto y parte del problema fuese a resolver algún día la opresión), el desgaste cotidiano tratando de competir con los discursos de las derechas y los medios de comunicación en redes sociales, el conversatorio con los mismos personajes diciendo las mismas lecturas siempre.
En realidad nos hemos comportado con los fascistas (y hablo sobre todo de los jóvenes) en modo racista, es como si rápida y despiadadamente hubiéramos querido creer que estuvieran racialmente predestinados a ser fascistas, y que ante tal decisión de su destino no hubiera nada que hacer.
Y no lo ocultemos: todos sabíamos, dentro de nuestra conciencia, que cuando uno de aquellos jóvenes decidía volverse fascista, se trataba de algo puramente casual, no se trataba más que de un gesto irracional y sin motivo: quizá hubiera bastado una sola palabra para que aquello no hubiera ocurrido.
Pero ninguno de nosotros nunca ha hablado con ellos ni se les ha dirigido. Inmediatamente los hemos aceptado como representantes inevitables del mal. Y a veces se trataba de muchachos y muchachas adolescentes de dieciocho años, que no sabían nada de nada, y que se habían lanzado a la horrible aventura simplemente por desesperación.
Pier Paolo Pasolini
Todo esto porque en algún lugar del camino abandonamos la creatividad, la capacidad de pensar y actuar de nuevas formas, de elaborar estrategias colectivas de largo plazo, de reconstruir lo político desde abajo y horizontalmente. Y, sobre todo, nuestra capacidad de ser críticos con nosotros mismos, y por ello tan necesario recordar a Pasolini y tantos pensadores que se atrevieron a saltar las vallas de las normativas epocales. Hoy que no tenemos a José Pablo Feinmann, Horacio González, Andrés Carrasco y tantos otros necesarios pensadores que supieron mantener la luz del guía, es necesario que nos repensemos, a nosotros, al mundo y a nuestra lucha.
En tal situación de amodorramiento, de inefectividad casi irresponsable, no es casual que las derechas y extremas derechas hayan pasado a embanderar la indignación y la rebeldía, como afirma Pablo Stefanoni en su libro "¿La Rebeldía Se Volvió De Derecha?". Siguiendo esta línea de interpretación, las izquierdas -y en particular nuestros contradictorios progresismos que lograron hacerse con el poder-, al fallar en su promesa de querer cambiarlo todo y no haber logrado cambiar nada, son ahora parte de un statu quo.
Lo de fondo es preguntarse cuánto tiempo más seguiremos dando pasos de ciego y fracasando una y otra vez hasta entender que es imposible querer transformar la realidad sin siquiera primero intentar transformarnos casa adentro. Y como termina la siguiente nota... "¿Qué pensaría Pasolini en estos tiempos?".
100 años de Pier Paolo Pasolini (5 marzo 1922 - 2 noviembre 1975)
Por Lidia Ferrari
Inmediatamente antes de su asesinato en 1975 Pasolini escribe una serie de notas polémicas en diarios de la época. Épocas antiguas en las que los diarios de circulación masiva producían interesantísimos debates intelectuales. Se ocupa de ese nuevo fascismo que emergía en los jóvenes de los años ’70 y hace un contrapunto con lo que denomina el fascismo “normal”, el de la sociedad de consumo capitalista que producirá una mutación antropológica de los italianos.
Para Pasolini siempre fue posible distinguir entre diferentes culturas en Italia, pero esas culturas cedieron a la homologación de la sociedad de consumo, realizando el sueño interclasista. Dirá que ese nuevo poder no es fácil de reconocer y no está ni en el Vaticano, ni en las fuerzas armadas, ni en los potentes democristianos, ni tampoco en la gran industria italiana. Ese nuevo poder tiene rasgos modernos de una falsa tolerancia. Para Pasolini este nuevo poder capitalista es en realidad una forma “total” de fascismo porque ha homogeneizado culturalmente a Italia.
En 1974 concluye una nota que titula “El poder sin rostro” diciendo: “Porque el viejo fascismo, aunque más no sea a través de la degeneración retórica, distinguía: mientras el nuevo fascismo no distingue más: no es humanísticamente retórico, es americanamente pragmático. Su fin es la reorganización y la homologación brutalmente totalitaria del mundo”.
La reacción de diversos intelectuales fue inmediata. Lo acusaron de añorar el pasado rural de Italia. Pasolini los despacha a leer a Gramsci y a ver sus propias películas. Lo que le interesa es afirmar que el centro cultural del consumo ha destruido la diversidad de culturas a escala mundial y esto supone, para Pasolini, “el nuevo y más represivo totalitarismo que nunca se haya visto”. Como Italo Calvino había escrito que no conocía a los jóvenes fascistas ni querría conocerlos, Pasolini le dice que su respuesta es muy desafortunada, por dos razones. Primero porque no reconocería a un joven fascista de uno que no lo es, pero, sobre todo, le propone lo acertado que sería encontrar a alguno de estos jóvenes fascistas pues ellos “no son los fatales y predestinados representantes del Mal: no nacieron para ser fascistas. Nadie […] les puso de manera racista la marca de fascistas. Es una atroz forma de desesperación y neurosis que empuja un joven a una tal elección; y quizás habría bastado una sola pequeña diversa experiencia en su vida, un solo simple encuentro, para que su destino fuera diverso”. Un Pasolini lúcido y sensible que nos explica el terrible error que se comete cuando se hace sustancia del ser de un sujeto.
Me detengo en estas palabras de Pasolini porque considero que nos ayudan a pensar el momento presente y a no practicar el mote de fascista livianamente.
Comenta el filme Fascista de Luca Naldini, hecho con imágenes de archivo de la época de Mussolini y dice que hay que verla para constatar que esa gente ya no existe más. Pasolini, tan sensible a los rostros humanos, nos dice:
“Basta un instante de posar tus ojos en esos rostros para ver que esa multitud ya no existe más, que están muertos, que están enterrados, que son nuestros abuelos. Esto es suficiente para comprender que el fascismo no se repetirá de nuevo. Es por eso por lo que una buena parte del antifascismo de hoy, o al menos lo que se llama antifascismo, o es ingenuo y estúpido o pretencioso y de mala fe: porque libra batalla o pretende dar batalla a un fenómeno arqueológico muerto y enterrado que ya no puede dar miedo a nadie. En resumen, un antifascismo cómodo y aplacado. Creo, lo creo profundamente, que el verdadero fascismo es lo que los sociólogos han llamado demasiado bien “la sociedad de consumo”. Una definición que parece inofensiva, puramente indicativa. Pero no. Si uno observa bien la realidad y, sobre todo, si sabe leer en los objetos, en el paisaje, en lo urbano y, sobre todo, en los seres humanos, ve que los resultados de esta despreocupada sociedad de consumidores son la consecuencia de una dictadura, de un verdadero y propio fascismo”.
(Hasta aquí un fragmento de mi texto ‘Jorge Alemán y Pasolini contra el retorno de los demonios’, publicado en la revista #LacanEmancipa el 5/07/2019, que se puede leer completo acá).
En esta semana, después de haber visto en Italia en acción una caza de brujas sobre ciudadanos rusos y hasta una censura de un curso sobre Dostoievski en una universidad de Milán, procedimiento de censura que ha visto la aprobación de tanta gente, casi se podría pensar que se trata de un retorno fascistoide, de antiguo cuño. Sin embargo, se hace en nombre del ‘mundo libre’. ¿Qué pensaría Pasolini en estos tiempos?
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