Por Sergio Defino
En el caso particular de la Argentina, se expresa en un establishment de un nivel cultural paupérrimo, pero de nudos gordianos de intereses cruzados sólidamente entrelazados, entre lo sectores del tradicional modelo agroexportador (la "oligarquía terrateniente", hoy diversificada), el mundo de las finanzas transacionalizadas y globales, las grandes empresas de medios y las multinacionales con sede en el país.
Ese núcleo duro tiene un fuerte sesgo ideológico liberal en lo económico (con todo lo que eso implica en la Argentina, es decir sin desmedro de lo prebendario); y en el plano social marcadamente anti peronista. Esta última característica muchas veces los ha hecho cerrar filas en una dirección, dejando de lado las contradicciones que existen al interior del bloque de poder dominante, por ejemplo entre los "mercado internistas", o las favorecidos por una economía más anclada en el comercio exterior. El resultado de esas alianzas contra natura siempre fue perjudicial para el país.
Y esos núcleos duros de poder tienen ramificaciones profundas en los aparatos ideológicos que crean sentido social (como los medios de comunicación, que son a su vez grandes empresas hechas para ganar dinero), y en ciertas estructuras del propio Estado diseñadas para la defensa del orden imperante, como el poder judicial.
Pero como necesitan ser competitivos en términos electorales, deben apelar a "ideas blandas", una especie de papilla pre digerida que traduzca las cambiantes indignaciones cotidianas del hombre común, son así el "partido dell uomo cualunque" que se vio en Italia. Por eso sus "referentes" son subproductos de la alfabetización que dicen incoherencias absolutas, como si fueran discursos estructurados: Juan Acosta, Sandra Pitta, Alfredo Casero, el Dippy, Horacio Cabak; y sus dirigentes (como Macri o Patricia Bullrich) están a ese nivel.
No hay discursos estructurados, racionales o argumentados: hay simplemente una apelación brutal a las emociones, al simplismo reduccionsista y efectista que no busca convencer racionalmente, sino impactar emotivamente, para manipular.
Ese discurso no necesita datos, ni se lo puede contrarrestar con hechos; u oponérsele los hechos, porque simplemente los desconoce, si conviene a su propósito. De allí que sea completamente inútil debatir con ellos, tratar de hacerlos entrar en razones, o suponer que se les puede ganar un discusión y convencerlos o traerlos para nuestro lado: es un esfuerzo vano.
Con esa derecha pura y dura (política, social, económica, mediática, judicial) no se discute ni se debate, tampoco se negocia. No tanto porque no queramos nosotros, sino porque a ellos no les interesa: reniegan de la "grieta" pero la generaron, la alimentan y viven de ella, en sentido literal y metafórico. La necesitan incluso más que nosotros.
Y lo expuesto no cambia porque descubramos o quede manifiesto, su pobreza conceptual, su pereza intelectual, su ramplona falta de ideas, su simplismo pueril a la hora de plantear las cosas, su obstinación en repetir siempre las mismas cantinelas económicas, sociales, políticas: son un dispensador de frases de sobrecitos de azúcar.
Cuando hablan de corrupción -estando como están, más sucios que una papa- no es porque sean honestos, sino porque no les interesa discutir ideas, ni proyectos políticos, por una razón muy sencilla: el que expresan no lo pueden decir de frente, claro, conciso y con todas las letras. Porque tutela los intereses del 15 % del país, máximo.
Por eso hay que ignorarlos tanto, como concentrarse en disciplinar los intereses que representan desmontando sus lógicas corporativas, en beneficio del conjunto. La vieja dicotomía entre tratar con los payasos, o con los dueños del circo.
Sergio Defino
Y esos núcleos duros de poder tienen ramificaciones profundas en los aparatos ideológicos que crean sentido social (como los medios de comunicación, que son a su vez grandes empresas hechas para ganar dinero), y en ciertas estructuras del propio Estado diseñadas para la defensa del orden imperante, como el poder judicial.
Pero como necesitan ser competitivos en términos electorales, deben apelar a "ideas blandas", una especie de papilla pre digerida que traduzca las cambiantes indignaciones cotidianas del hombre común, son así el "partido dell uomo cualunque" que se vio en Italia. Por eso sus "referentes" son subproductos de la alfabetización que dicen incoherencias absolutas, como si fueran discursos estructurados: Juan Acosta, Sandra Pitta, Alfredo Casero, el Dippy, Horacio Cabak; y sus dirigentes (como Macri o Patricia Bullrich) están a ese nivel.
No hay discursos estructurados, racionales o argumentados: hay simplemente una apelación brutal a las emociones, al simplismo reduccionsista y efectista que no busca convencer racionalmente, sino impactar emotivamente, para manipular.
Ese discurso no necesita datos, ni se lo puede contrarrestar con hechos; u oponérsele los hechos, porque simplemente los desconoce, si conviene a su propósito. De allí que sea completamente inútil debatir con ellos, tratar de hacerlos entrar en razones, o suponer que se les puede ganar un discusión y convencerlos o traerlos para nuestro lado: es un esfuerzo vano.
Con esa derecha pura y dura (política, social, económica, mediática, judicial) no se discute ni se debate, tampoco se negocia. No tanto porque no queramos nosotros, sino porque a ellos no les interesa: reniegan de la "grieta" pero la generaron, la alimentan y viven de ella, en sentido literal y metafórico. La necesitan incluso más que nosotros.
Y lo expuesto no cambia porque descubramos o quede manifiesto, su pobreza conceptual, su pereza intelectual, su ramplona falta de ideas, su simplismo pueril a la hora de plantear las cosas, su obstinación en repetir siempre las mismas cantinelas económicas, sociales, políticas: son un dispensador de frases de sobrecitos de azúcar.
Cuando hablan de corrupción -estando como están, más sucios que una papa- no es porque sean honestos, sino porque no les interesa discutir ideas, ni proyectos políticos, por una razón muy sencilla: el que expresan no lo pueden decir de frente, claro, conciso y con todas las letras. Porque tutela los intereses del 15 % del país, máximo.
Por eso hay que ignorarlos tanto, como concentrarse en disciplinar los intereses que representan desmontando sus lógicas corporativas, en beneficio del conjunto. La vieja dicotomía entre tratar con los payasos, o con los dueños del circo.
Sergio Defino
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