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Pink Floyd - The Endless River (2014)


Artista: Pink Floyd
Álbum: The Endless River
Año: 2014
Género: Ambient / Rock sinfónico / Space rock
Duración: 57:30
Nacionalidad: Inglaterra


Lista de Temas:
1. Things Left Unsaid
2. It's What We Do
3. Ebb and Flow
4. Sum
5. Skins
6. Unsung
7. Anisina
8. The Lost Art of Conversation
9. On Noodle Street
10. Night Light
11. Allons-y (1)
12. Autumn '68
13. Allons-y (2)
14. Talkin' Hawkin'
15. Calling
16. Eyes to Pearls
17. Surfacing
18. Louder Than Words

Alineación:
– David Gilmour / Guitarras, voz, teclados y bajo
– Nick Mason / Batería y percusión
– Richard Wright / Órgano Hammond, piano, sintetizador y teclados
Músicos adicionales:
Guy Pratt, y Bob Ezrin / Bajo
Jon Carin y Damon Iddins / Teclados
Gilad Atzmon / Saxofón tenor y clarinete
Chantal Leverton / Viola
Victoria Lyon y Honor Watson / Violín
Helen Nash / Cello
Durga McBroom, Louise Marshal y Sarah Brown / Coros


No se alegren que no voy a compartir este disco (eso sería suicidio y nos quedaríamos sin blog en un rato). En realidad muy pocas veces me ocupo de un disco internacional que recién sale a la venta, encima de una banda popular, pero este caso requiere de un tratamiento aparte, quizás como homenaje a Richard Wright, quizás porque es un disco que luego de la lamentable muerte de éste nunca pensamos que saldría a la luz, ya que implica a toda la banda (Wright incluído) reunida nuevamente. Aunque "nuevamente" no es adecuado para un registro que fue grabado hace 20 años y que incluye canciones nunca antes publicadas... y aquí comienza la historia de este "nuevo" disco de los Floyd.







The Endless River es el decimoquinto y ultimo álbum de estudio del grupo británico Pink Floyd. Producido por David Gilmour, Youth, Andy Jackson y Phil Manzanera, el álbum fué publicado por Parlophone y Columbia Records el 10 de noviembre. Supone el primer trabajo del grupo desde la muerte del tecladista Richard Wright, y el tercero tras la marcha de Roger Waters en 1985. The Endless River es también el primer disco del grupo distribuido por Parlophone y Warner Bros. Records, después de la compra de EMI y sus activos por Universal Music Group en 2012.
Descrito como un «canto de cisne» para Richard Wright, The Endless River comprende en su mayoría música ambiental e instrumental, basada en veinte horas de material inédito de la banda. Fue escrito, grabado y producido con Wright durante las sesiones del anterior trabajo del grupo, The Division Bell, en 1994. El trabajo fue terminado a bordo del Astoria, una casa flotante y estudio de grabación propiedad de Gilmour, entre 2013 y 2014.
Pink Floyd y Parlophone lanzaron una campaña de promoción previa al lanzamiento del álbum con anuncios de televisión y réplicas de la portada del álbum colocadas en ciudades como Londres, Nueva York, París, Berlín y Milán. El concepto de la portada es de Ahmed Emad Eldin, con el diseño realizado por Stylorouge.
Tras la marcha de Roger Waters en 1985 y el intento fallido del músico por disolver el grupo después de definirla como una «fuerza gastada», el guitarrista David Gilmour pasó a liderar el grupo junto al baterista Nick Mason. Aunque el tecladista Richard Wright fue despedido por Waters durante la grabación de The Wall, fue invitado de nuevo tras la marcha de Waters y volvió a convertirse en miembro de pleno derecho durante la grabación de The Division Bell en 1994. El grupo grabó dos discos de estudio bajo el liderazgo de Gilmour: el primero, A Momentary Lapse of Reason, fue creado con la intención de restaurar «el equilibrio más exitoso y temprano entre las letras y la música», con Gilmour afirmando que The Dark Side of the Moon and Wish You Were Here «tuvieron tanto éxito no por las contribuciones de Roger, sino también porque había un mejor equilibrio entre la música y las letras». Aunque el álbum fue recibido con críticas mixtas tras su lanzamiento, A Momentary Lapse of Reason obtuvo la misma atención que los trabajos anteriores del grupo y alcanzó el puesto tres en las listas de discos más vendidos de los Estados Unidos y el Reino Unido.
The Division Bell, el segundo de dos discos publicados bajo el liderazgo de Gilmour, fue publicado en 1994 como el último trabajo de estudio producido por el grupo hasta la edición de The Endless River. Aunque el álbum fue también recibido con mezclas mixtas de la prensa musical, alcanzó el primer puesto en las listas de ambos países. El álbum contó con una mayor participación de Wright, que durante los tres álbumes anteriores había tenido un rol reducido dentro del estudio. Con The Division Bell, sin embargo, no solo compartió por primera vez créditos en la composición de un disco desde Wish You Were Here, sino que también grabó su primera voz solista desde The Dark Side of the Moon. A petición de Gilmour, Pink Floyd se disolvió sin incidentes después de cerrar la gira The Division Bell Tour, concluyendo con casi treinta años de actividad en la industria musical.
Al final de su carrera, Pink Floyd se había convertido en uno de los grupos más exitosos a nivel comercial de la historia musical, con ventas de sus álbumes que superaron los 200 millones de copias vendidas. Pink Floyd fue también incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll en una ceremonia que tuvo lugar el 17 de enero de 1996 y a la que acudieron Gilmour, Mason y Wright y que contó con la ausencia de Waters. En años sucesivos, el grupo editó dos recopilatorios, Echoes y A Foot in the Door, y reeditó su catálogo musical en dos cajas, Oh, By the Way y Discovery. El 2 de julio de 2005, los miembros del grupo, incluyendo a Waters, volvieron a reunirse para participar en el concierto Live 8. El evento marcó la primera y única reunión de la formación original del grupo después de la marcha de Waters dos décadas antes.
Tras la separación del grupo, Richard Wright grabó y publicó Broken China en 1996. El álbum conceptual, mayoritariamente compuesto junto a Anthony Moore y con voces de Sinéad O'Connor, obtuvo escasa atención comercial tras su lanzamiento, aunque recibió buenas reseñas de la prensa musical. Wright también ayudó a Gilmour años después en la grabación de On an Island y salió con él en la siguiente gira, apareciendo en los álbumes en directo Remember That Night y Live in Gdańsk. Sin embargo, Wright falleció el 15 de septiembre de 2008, a la edad de 65 años, a causa de un cáncer. Los primeros homenajes a Wright incluyeron declaraciones de Gilmour, Mason y Waters, así como tributos musicales de artistas como Elton John y especiales televisivos en la semana posterior a su muerte.
The Endless River ha sido descrito por el grupo como un álbum de música ambiental e instrumental, con una única canción cantada, «Louder Than Words», y escrita por la esposa de Gilmour, Polly Samson, quien también comparte créditos en la composición de canciones de The Division Bell y de On an Island. Es también el primer álbum de estudio en otorgar créditos de composición a Nick Mason desde The Dark Side of the Moon, cuarenta años después.
Wikipedia

El guitarrista David Gilmour y el batería Nick Mason dicen que han hecho "The endless river" como un homenaje a Rick Wright. La desaparición, dos años antes, de Syd Barrett (perdido para el mundo de los cuerdos desde décadas atrás) y el ostracismo de Roger Waters (expulsado de la banda por la vía legal, aunque él siga haciendo la guerra por su cuenta y resucitando los espectáculos de "The Wall" y "Animals") dejan bastante claro que éste es el final de Pink Floyd. He de decir que mucho el disco no me ha entusiasmado y podría vivir tranquilamente sin él, pero... a esta altura eso no importa, quizás importe más el hecho de que los miembros plantaron la bandera y reconocieron definitivamente a Richard Wright como parte completa de uno de los grupos más importantes de la historia del rock. Quizás simplemente es un disco simbólico para todos los nostálgicos, pero esto no es cualquier simbolismo...
Aquí va el comentario del disco (que yo me animo a hacer):

A mis casi 30 años de edad, y desde que empecé a tener eso que llaman uso de razón, jamás llegué a imaginar que viviría el lanzamiento de un nuevo álbum de mi banda preferida de todos los tiempos. Menos aún cuando uno de tus músicos favoritos, Richard Wright, teclista de dicha banda, fallece inesperadamente de cáncer de pulmón. Pero cuando te revelan la noticia de que sí, de que Pink Floyd van sacar material nuevo, primero te ríes del disparate y luego te frotas los ojos de manera continua ante la gran revelación. Un momento… ¿Nuevo? Ahí está la “trampa”. Son cortes provenientes de las sesiones de los años 93-94 correspondientes a la gestación de la tremenda joya que es ‘The Division Bell’ y que no encontraron un hogar en su día. Pero si tiene 20 años de antigüedad, ¿es música nueva o no? Dado que no se ha editado de ninguna manera hasta ahora, sí, podemos considerarlo tranquilamente como material nuevo. Se concibió hace 20 años, pero para todos nosotros, el público hambriento, es todo absolutamente nuevo. Un material que, además, se ha anunciado como lo último novedoso que va a sacar la banda.
De primeras, la situación se te hace rara y provoca una gran cantidad de ansiedad, revuelo y preguntas no sin cierto miedo: si es realmente el último disco, ¿será un broche de oro a una historia cercana al medio siglo de antigüedad? ¿Estará a la altura? Realmente, lo que yo creo es que este disco hay que tomarlo como lo que es: un bonus, un regalo, un extra, un algo más que decir. Muy diferente habría sido esta historia si David Gilmour y Nick Mason se hubieran juntado en el estudio, con o sin Roger Waters, para construir ideas desde cero en pleno 2013 ó 2014. Eso sí que habría sido arriesgado y, además, una tremenda falta de respeto a un elemento indiscutible del sonido Floyd como lo fue Richard Wright. Pero no es ese el caso. Se ha trabajado con música ya existente y se ha remozado y añadido elementos musicales a gran parte de los temas con voces, guitarras y batería grabadas recientemente para formar un todo, una continuidad coherente muy bien unida y ensamblada. Phil Manzanera, de Roxy Music, Youth y Andy Jackson son tres nombres que sin ellos, esto no habría sido posible. Han ayudado y han puesto sangre, sudor y lágrimas a algo que, desde el principio, se antojaba muy complicado, sobre todo por lo que simboliza trabajar en un nuevo disco de Pink Floyd en el siglo XXI. Estás jugando con una leyenda, o lo que viene a ser lo mismo, estás jugando con fuego. Visto el resultado, lo único que puede hacer un humilde seguidor es quitarse el sombrero una vez más. Desde la portada, pasando por el título, hasta la última nota, ‘The Endless River’ es una obra bellísima.
Las sesiones de los años 93-94 fueron tan prolíficas que se propuso lanzar un álbum doble: un disco contendría lo que finalmente todos conocimos como ‘The Division Bell’ y otro de material instrumental y ambiental. La historia acabo siendo la que todos conocemos y ese disco (casi) instrumental y atmosférico sale ahora, en 2014, renovado. No se ha promocionado intencionalmente como un homenaje a Richard Wright, pero en el fondo lo es, inconscientemente siempre lo fue; sus teclados grabados hace 20 años están omnipresentes en el álbum. El disco está dividido en cuatro partes con varias secciones cada una. Creo que no sería una locura afirmar que la suma de las cuatro partes son un perfecto resumen de las diferentes etapas de Pink Floyd.
“Ciertamente, tenemos un entendimiento no verbal”. “Hay muchas cosas sin decir”. “Nos gritamos y discutimos como todo el mundo”. Wright abre el disco con esas dos primeras frases y Gilmour le sigue. La no existencia de comunicación verbal, directa y clara siempre fue un problema no resuelto en la historia de Pink Floyd. La primera sección de las tres que compone la primera gran pieza se titula ‘Things Left Unsaid’. Es el primer mensaje del disco con una doble lectura: siempre hubo cosas que no nos dijimos abiertamente y, al mismo tiempo, musicalmente, esto es lo que nos queda por decir. Un aura celestial nos rodea. Personalmente, me imagino esta primera parte como una ascensión a los cielos. Vamos a visitar a Wright porque nos va a comunicar lo que le quedaba por decir. Nos recibe con un colchón de teclados que apoya unas delicadas y suaves notas de la guitarra con E-bow de Gilmour. ‘It’s What We Do’ es otro título que viene que ni pintado. Recuerdo la primera vez que escuché este corte por primera vez, hace escasas semanas. Prácticamente, hizo que se me saltaran las lágrimas porque volví a sentir que los tres genios estaban ahí otra vez, estaban de vuelta, aunque en un sueño. Esto es ‘Shine On You Crazy Diamond’ en el siglo XXI. Entra Mason y la base rítmica es como de andar por casa, la guitarra entra en acción, es absolutamente genial y Wright dibuja melodías y detalles infinitos con el órgano Hammond, el piano eléctrico y los sintetizadores. El sonido es perfecto, cristalino, impoluto, te traslada al más allá. ‘Ebb And Flow’ retoma la paz y el recogimiento del primer corte para poner fin a una primera pieza que supone una obertura clásica de Pink Floyd, como siempre han sabido hacer. El sueño se está haciendo realidad y acaba de comenzar.
La segunda pieza se compone de cuatro cortes y podría decirse que la mayor parte recuerda bastante a esos años de experimentación y aprendizaje pre-‘Dark Side Of The Moon’. ‘Sum’ se abre con sonidos varios y la introducción del órgano Farfisa (sí, el de la parte central de la mítica ‘Echoes’, anterior al clímax). Mason redobla con sumo gusto, Gilmour desata la locura, sonidos producidos con el sintetizador VCS3 (sí, el de ‘On The Run’) y todo estalla en una explosión de sonidos para dar paso a ‘Skins’. Es el turno de Mason para demostrar sus ideas y ofrecernos un solo de batería y percusión digna de un ‘A Saucerful Of Secrets’. Que no se diga que Mason nunca tuvo ideas. Más sonidos y efectos y aparece ‘Unsung’, que rescata la tensión de ‘Skins’ para, poco a poco, introducirnos en la dulzura de ‘Anisina’. La melodía principal de piano es bellísima y está, curiosamente, ejecutada por Gilmour en un corte en el que no aparece Wright. Lo que sí aparece es un precioso saxo a cargo de Gilad Atzmon, que junto con la guitarra y los coros de Gilmour realzan el final y lo hacen más apoteósico. Esta segunda pieza es una lección de eclecticismo y delicadeza en poco más de 10 minutos.
La tercera composición consta de siete partes. ‘The Lost Art Of Conversation’ está enteramente acreditada a Wright y no está muy lejano del ambiente siniestro y oscuro de su particular ‘Broken China’, segundo y último disco en solitario del genial teclista. Guy Pratt al bajo y Jon Carin a los teclados de apoyo respaldan al trío de genios en ‘On Noodle Street’, casi dos minutos de jazz con aires nocturnos misteriosos. Habría sido interesante comprobar qué habrían sido capaces de hacer con un tema así si en su día hubiera estado destinado a ser ampliado. El E-bow y las dramáticas capas de teclados vuelven a aparecer en ‘Night Light’, pero por poco tiempo porque llega ‘Allons-y (1) en forma de rock al más puro estilo floydiano. Este es uno de esos cortes que uno desea se hubiera convertido en canción como tal. Sin embargo, Mason lo hace desvanecer con el gong para dar paso a una de las secciones más exquisitas del disco: ‘Autumn ’68’. ¡Esta es la parte de órgano que Wright grabó en el Royal Albert Hall en junio de 1969! Y lo más curioso es que, al parecer, el bueno de Rick estuvo tocando una sinfonía inacabada de 20 minutos en dicho órgano y está grabada íntegra. Sería maravilloso que esa sinfonía saliera a la luz alguna vez porque, desde luego, el minuto y medio que nos ofrecen aquí vale oro. Del otoño del 68 volvemos a la actualidad con ‘Allons-y (2)’, con la misma melodía de la primera parte, pero con más protagonismo de los solos de guitarra. Y para cerrar esta tercera composición, ‘Talkin’ Hawkin”, otra maravilla musical. El piano y el bajo guían al resto. Gilmour aporta sus adornos tan personales y en los coros, además de él, se encuentra Durga McBroom, habitual en las dos últimas giras de Pink Floyd. Pero, lo más llamativo, es la intervención hablada del físico Stephen Hawking, que como en ‘Keep Talking’, del ‘The Division Bell’, nos habla de la comunicación para concluir con la ya conocida frase “all we need to do is make sure we keep talking”.
La cuarta y última pieza se compone de cuatro partes. La primera, ‘Calling’, quizás no sea lo más destacable del disco. Si hay algo que no falta en los discos de Pink Floyd son ruidos raros, indefinibles. El efecto que se escucha en el primer minuto de esta sección es un claro ejemplo. ‘Eyes To Pearls’ es otra pieza ambiental enteramente compuesta por Gilmour, un tanto melancólica y tensa con unos estallidos de órgano y batería que recuerdan a ‘One Of These Days’. En ‘Surfacing’, la guitarra acústica introductoria repite en cierta medida la melodía de ‘Eyes To Pearls’, pero los solos de guitarra son los protagonistas, arropados por el estilo típico de Mason a la batería y unos preciosos coros. Nos estamos acercando al final.
Las campanas de Cambridge, que ya aparecieron en ‘High Hopes’, introducen ‘Louder Than Words’, como ya lo hicieran con aquella joya que cerraba ‘The Division Bell’. Aquí, Gilmour y compañía han querido crear una canción con una letra escrita por Polly Samson, letrista y esposa de Gilmour, que es un claro homenaje a su propia historia. Se vuelve al concepto del comienzo del álbum: lo que nunca fuimos capaces de expresar con palabras, lo hacíamos con la música, el arma más poderosa y duradera. Es especialmente emocionante y, por qué no decirlo, un tanto triste leer la letra mientras se escucha el tema y mentalizarse de que este es el fin, de que se acabó. Había que cerrar a lo grande: con grandes coros, teclados de fondo y un solo de guitarra precioso, no demasiado largo, pero lo suficientemente claro como para hacer llegar el mensaje. Los mismos sonidos que iniciaban el disco lo cierran y desaparecen en la nada. Nos despedimos de Wright, el mensaje ha sido claro. Bajamos del cielo y decimos adiós.
Y así han querido Pink Floyd despedirse de nosotros, con un eterno torrente de sensaciones. Han hecho llegar todo su mensaje en un derroche de sutileza, fuerza, imaginación, melancolía y, en general, muy buen gusto. Es especialmente satisfactorio que hayan mantenido las aportaciones de Wright tal cual se dejaron hace 20 años, señal de respeto y admiración hacia un personaje clave en el sonido Floyd, al que ni la propia banda tuvo en demasiada consideración durante muchos años. Y es que nunca se sabe lo que se tiene hasta que lo pierdes y esa es la sensación que, sin duda, experimentaron Gilmour y Mason durante la gestación de ‘The Endless River’. Afortunadamente, la fusión de mentes geniales y una tecnología que facilita este tipo de proyectos ha permitido que, a día de hoy, y desgraciadamente, con Wright en el más allá, podamos disfrutar de él, de su música y de una cantidad valiosísima de aportes maravillosos que, a buen seguro, nos hará muy felices durante el resto de nuestras vidas y nos recordará lo fundamental que fue para la banda. Esta experiencia nos hace volver a rememorar la historia tan increíble que ha tenido esta insuperable obra de arte llamada Pink Floyd, su influencia y vigencia en nuestros días y el legado artístico que nos ha dejado y que, eso sí, nunca morirá, seguirá latiendo como aquel pulso que abría y cerraba ‘The Dark Side Of The Moon’. Ahora, tras escuchar y comprender ‘The Endless River’, sólo nos queda decir: gracias.
Fernando Medina




"The Endless River" tiene un sonido claramente perteneciente a la llamada "era Gilmour". El disco recuerda mucho tanto a "The Division Bell" como a los trabajos en solitario del guitarrista. Da gusto escuchar muchas de las canciones, en su gran mayoría completamente instrumentales, y vivir de nuevo la experiencia de un nuevo disco de esta gran banda.
Personalmente, aclaro, el disco no me gusta... pueden escucharlo completo en el video.




Comments

  1. Este fue un raro posteo informativo, raro como el disco publicado.
    Ni piensen que van a encontrar algo por aquí.

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  2. Genial reseña te mandaste. Voy a fichar lo de Wright de solista ya que nunca escuché.

    Personalmente me gustó más toda la primera parte. Es como decís vos, un Shine on you del siglo XXI. Un volver a vivir.

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  3. hahahaha! esta en deezer ...buenazo el disco!

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