Para quien no los conozca, Goblin fueron un grupo de prog-rock italiano de los 70 y los 80, liderados por el gran Claudio Simonetti y que gozaron (de hecho siguen gozando aún hoy) de un culto considerable gracias principalmente a sus bandas sonoras. Su asociación con Dario Argento, el rey del giallo, nos ha dejado los memorables scores de "Profondo Rosso" (1975), "Suspiria" (1977) y "Tenebrae" (1982), entre otras. Ya saben: sangre a raudales, cuchillos siempre a mano, colores intensos, delirio visual y música progresiva generosa en sintetizadores cósmicos. Pero esta nota no habla ni de Goblin, ni de Dario Argento, pero sí de Argentina y su versión del Buenos Aires Rojo Sangre: a cien años de la Semana Trágica, "Del 7 al 12 de enero de 1919 Buenos Aires fue una zona de guerra. Con centenares de muertos que se incineraban antes de que sean reclamados por sus deudos...".
La llamada "Semana Trágica" de Buenos Aires fue, junto a los fusilamientos de los peones rurales de la Patagonia en los años siguientes, una de las dos mayores matanzas de la historia argentina, por encima de los degüellos de confederados por las tropas mitristas de Venancio Flores en Cañada de Gómez y del bombardeo a Plaza de Mayo el 16 de junio de1955. Y ambas matanzas se produjeron, paradójicamente, durante el gobierno nacional y popular de Hipólito Yrigoyen. Hoy se cumple un siglo del inicio de la masacre. ¿Qué pasó? ¿Cómo fue?.
Un siglo después, el episodio que marcó a sangre y fuego al gobierno de Yrigoyen ofrece lecciones para el presente. El desarrollo de los acontecimientos demuestra cuánto costó cada uno de los derechos laborales que en los tiempos que corren son considerados "privilegios".
La llamada "Semana Trágica" de Buenos Aires fue, junto a los fusilamientos de los peones rurales de la Patagonia en los años siguientes, una de las dos mayores matanzas de la historia argentina, por encima de los degüellos de confederados por las tropas mitristas de Venancio Flores en Cañada de Gómez y del bombardeo a Plaza de Mayo el 16 de junio de1955. Y ambas matanzas se produjeron, paradójicamente, durante el gobierno nacional y popular de Hipólito Yrigoyen. Hoy se cumple un siglo del inicio de la masacre. ¿Qué pasó? ¿Cómo fue?.
Un siglo después, el episodio que marcó a sangre y fuego al gobierno de Yrigoyen ofrece lecciones para el presente. El desarrollo de los acontecimientos demuestra cuánto costó cada uno de los derechos laborales que en los tiempos que corren son considerados "privilegios".
Imaginen que cien años atrás, en el sofocante verano porteño, obreros reclamaban a una metalúrgica trabajar solamente 8 horas, frente a las 11, 12 o más que exigían los descendientes de Pedro Vasena. Que frente a la negativa manda la patronal reprimir, en las inmediaciones de los talleres por Pepirí y Santo Domingo, cerca del Riachuelo, provocando muertos por la zona de Constitución un 7 de enero de 1919. Que en los funerales de los trabajadores caídos se trenzaron en lucha en pleno cementerio de Chacarita con la policía. Y que a partir de allí se declara una huelga que involucra varios gremios, parando toda Buenos Aires y cortando toda la zona sur de la ciudad. Que hubo piquetes y barricadas donde obreros, anarquistas, socialistas, sindicalistas y proto comunistas, se tiroteaban contra las “fuerzas del orden”.
Todo esto en el contexto del primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, de inicial buen trato con los sindicatos, pero que se vio desbordado. Que esas fuerzas represivas eran la policía, los bomberos (que en esa época iban armados y podían disparar), el Ejército, la Marina de Guerra, matones a sueldo de la patronal organizados en la Asociación del Trabajo y un grupo parapolicial que se transformaría en la Liga Patriótica. Donde hubo denuncias que la huelga revolucionaria tenía por objetivo instaurar un Soviet en nuestras Pampas. Que allí, además, estuvo un joven teniente Juan Domingo Perón en el Arsenal Esteban De Luca, donde algunos maliciosos quisieron verlo al frente de la represión. Y que se inició un “progrom” de la “guardia blanca” contra la comunidad judía por Once, Almagro y Villa Crespo.
Del 7 al 12 de enero de 1919 Buenos Aires fue una zona de guerra. Con centenares de muertos que se incineraban antes de que sean reclamados por sus deudos. Donde para algunos el Estado ejerció terrorismo y para otros estuvo ausente, delegando en bandas de la patronal y matones la represión contra los trabajadores.
Para unos fue, huelga y represión mediante, el inicio de un estallido social, al amparo del ejemplo de la Revolución Rusa. Para otros la oportunidad de restablecer el orden perdido por la presencia de sindicatos, comunistas y judíos, bajo el amparo o la inoperancia del radicalismo en el gobierno, y sentar un precedente de intimidación y terror paraestatal.
El problema inicial fueron los “chumiros”, palabra ya dejada en uso, que significa quien cubre a otro trabajador en sus tareas cuando éste se encuentra en huelga, que aparecieron por doquier, tratando de hacer fracasar la acción gremial. Cuando éstos tomaron las chatas para llevar el metal, como todos los días, los huelguistas intentaron impedirlo. A su vez la policía respondió con sus fusiles, provocando la muerte de cuatro obreros.
Según Julio Godio en La Semana Trágica (1985): “El hecho indignó a los obreros metalúrgicos: la Comisión Administradora de la Sociedad de Resistencia metalúrgica lanza la huelga general en todo el gremio… los obreros marítimos, que se encontraban también en huelga, apoyan a sus compañeros metalúrgicos.Pablo Vázquez - Licenciado en Ciencia Política; Docente de la UCES; Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas. Artículo publicado por APU.
Los sucesos del día 7 pasaron inadvertidos para la gran prensa. Tampoco el gobierno les dio inicialmente gran importancia. Sin embargo… daría lugar a la huelga general más importante hasta esa fecha…”.
El movimiento obrero estaba organizado en dos centrales obreras, la FORA V° (anarquistas) y FORA IX° (sindicalistas, socialistas y comunistas), esta última más dialoguista con el yrigoyenismo. Aunque ambas centrales se pusieron de acuerdo en la huelga, diferían en el alcance. Para los anarquistas debía ser revolucionaria, mientras que para la segunda debía limitarse al reclamo originario. Lo cierto que el día 9 se cortaron las salidas de Capital Federal con piquetes (en las calles Cochabamba, Rioja, Urquiza, Oruro, etc), se quemaron tranvías, se cortó la luz y paró el transporte. Buenos Aires estuvo aislada. Desde el barrio de Nueva Pompeya marchó el cortejo fúnebre con los obreros muertos a Chacarita, Previamente hubo, por parte de los trabajadores, incidentes en Yatay y Corrientes en una parroquia, y un asalto a una armería en San Juan al 3.900. Eso fue la excusa que necesitaron la policía y la “policía privada” de la Asociación del Trabajo.
María Ester Rapalo, en Patrones y Obreros. La ofensiva de la clase propietaria 1918 – 1930 (2012), señaló: “La AT tuvo un rol protagónico en el desencadenamiento y en la dinámica de los enfrentamientos de enero de 1919. Alentó la intransigencia de Vasena y desplegó todos sus recursos – Presión indisimulada sobre el gobierno de Yrigoyen, alianza con embajadores y representantes extranjeros, exaltación y financiación de la violencia privada – para garantizar la represión en la ciudad de Buenos Aires”.
Efectivamente, la represión en Nueva Pompeya cobró la vida de 12 obreros, 2 de las cuales eran mujeres, aunque los medios socialistas afirmaron que fueron 50 muertos. A su vez se sitió a la fábrica, y tuvo que intervenir el Ejército para desalojar a los combatientes atrincherados. La Boca estuvo por la noche en llamas. Se sumaron más víctimas obreras: para unos fueron 40, para otros más de 100.
Los enfrentamientos siguieron, a los que se sumaron la persecución a los “maximalistas”, o como definieron Roberto perdía y Horacio Silva en Trienio en Rojo y Negro (2017): “La hora del máuser: [a la caza del ruso]”. Cientos de judíos y extranjeros con pinta de “bolcheviques” fueron apresados, violentados y algunos ejecutados por los grupos parapoliciales, hasta el punto que la propia policía se vio desbordada por estos grupos de tareas.
Capítulo aparte lo ofrecen las versiones que ponen a Perón al frente de la represión, desde el propio Presidente en un acto organizado por la UOM el 1° de mayo de 1952 hasta trabajos de Enrique Pavón Pereyra, Ignacio Cloppet y Jorge González Crespo lo desestiman, señalando que actuó en carácter de subordinado en el Arsenal, sumando iguales apreciaciones Norberto Galasso en su obra sobre el tres veces Presidente.
El fin de la huelga deparó, para La Nación y La Prensa, la cantidad de 100 muertos, y para los medios anarquistas y socialistas la suma de 400.
Invisibilidad permanente tuvo este tema, salvo la obra del recientemente fallecido Osvaldo Bayer y de los otros autores citados, por los grandes medios y la “historia oficial”, es bueno refrescar estos hechos en momentos donde la “mano dura”, el uso de armas y denostar al movimiento obrero es moneda corriente desde el oficialismo, y, de paso, homenajear a los compañeros y compañeras que en esas jornadas dieron su vida por mejorar las condiciones laborales de la época y estar esperanzados en un mundo mejor.
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