"Buitres que no invierten y razones domésticas y geopolíticas del subdesarrollo". Un artículo que recomiendo especialmente, porque explica con total claridad cómo juega el cientificidio argentino en el plan geopolítico de convertirnos en un país bananero en serio. "Vamos a duplicar la inversión en Ciencia y Tecnología", aseguró el Felino Macri el 30 de octubre de 2015, cinco días después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales que lo habían dejado en un lugar expectante.
Diego Hurtado - Doctor en Física. Ex presidente de la Autoridad Regulatoria Nuclear.
La recompensa que proponemos a quienes logren sobrellevar la lista un poco engorrosa del párrafo siguiente, es comprender el subdesarrollo argentino desde una ventana que nuestros economistas no suelen enfocar o relegan a un segundo plano, la de la dependencia cultural. La tesis es sencilla: la causa principal del subdesarrollo argentino es geopolítica y en el centro del ajedrez hegemónico que nos condena está la historia de la tecnología y la ciencia argentinas. Vamos, entonces, con la lista engorrosa.
El Estado argentino invirtió
También invirtió con paciencia en electrónica y computación:
- en petroquímica desde la creación de YPF en 1922 y sus laboratorios de Florencio Varela para I+D en 1940,
- en aeronáutica desde la creación de la Fábrica Militar de Aviones en 1927,
- en producción pública de medicamentos desde la creación de la Empresa Medicinal del Estado (EMESTA) en 1946,
- en el sector nuclear desde la creación de la CNEA en 1950,
- en el sector automotor con la creación de Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME) desde 1952,
- en el sector naval desde la creación de Astilleros Río Santiago en 1953,
- en tecnología de cohetes con la creación de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) en 1960.
- la Facultad de Ingeniería de la UBA fabricó la computadora CEFIBA en 1960,
- se creó el Instituto de Cálculo de la FCEyN de la UBA en 1963,
- la empresa FATE abrió su División Electrónica a fines de los años ’60 y desarrolló varios prototipos de computadora a comienzos de los años ’70.
Cuando la Argentina canceló el desarrollo de cohetes en 1991, se reorientó a invertir en aprender tecnología satelital. Y apuntalando estos sectores estratégicos,
- el Instituto Malbrán (1916),
- las universidades públicas, incluidas la Universidad Tecnológica Nacional (1949)
- el Instituto Balseiro (1955),
- el Instituto Antártico (1951),
- CITEFA (1953, hoy CITEDEF),
- el INTA (1956),
- el INTI (1957) y
- el CONICET (1958).
A la lista podríamos sumar algunos hitos de inversión privada, como Siam, la empresa metalmecánica más importante de América Latina a comienzos de los años ’60. Podríamos continuar.
Si la Argentina produjera exportaciones en la mitad de estos sectores o, incluso, en su tercera parte, hoy podría ser un país desarrollado. Pero la Argentina importa todo el equipamiento para la extracción del gas y petróleo de Vaca Muerta –incluidos los servicios de mantenimiento y software–, y la casi totalidad de los bienes de capital para su frágil industria, no exporta aviones, no exporta medicamentos ni reactores nucleares de potencia (los que producen electricidad), tampoco exporta barcos, ni automóviles con porcentaje razonable de componentes nacionales, ni tiene su propio lanzador satelital a pesar de lanzar cohetes desde 1960, ni exporta computadoras o, en general, electrónica de consumo producida por firmas nacionales. Como premio consuelo, sí logró fabricar y exportar reactores nucleares de investigación y pudo fabricar y poner en órbita dos satélites geoestacionarios, aunque el gobierno actual clausuró el Arsat 3 y dilapidó toda la inversión pública en este nuevo sector. También tiene algunas firmas nacionales de biotecnología, pero sus innovaciones “no mueven la aguja”.
Pero entonces, ¿qué exporta Argentina? Los Cuadros 1 y 2 muestran la composición de las exportaciones argentinas y coreanas, respectivamente. A grandes rasgos, Argentina exporta principalmente soja y otros productos del agro, además de autos con escasos componentes nacionales. Corea exporta electrónica, dispositivos de cristal líquido, autos y autopartes, barcos de carga. Podríamos seguir discriminando otros sectores, pero con esto alcanza. El abismo económico entre ambos países se explica por las capacidades organizacionales, institucionales y de políticas públicas para gestionar tecnología y conocimiento, desde el laboratorio hasta el comercio exterior. Esto incluye el disciplinamiento del sector empresarial, tema para otra nota.
Entonces, ¿el problema es la incapacidad de tecnólogxs y científicxs argentinxs? Por supuesto que no. Sabemos que se destacan en el mundo, por eso las fugas de cerebros argentinos son celebradas por las economías avanzadas. El New York Times fue elocuente cuando, luego de la represión en las universidades conocida como “la noche de los bastones largos” (julio de 1966), puso en el copete de una nota “Reclutadores universitarios listos para ubicar profesores” y explicó cómo algunas de las universidades como MIT y Harvard, así como sociedades científicas y académicas de Estados Unidos, “han establecido contacto con profesores argentinos en las últimas dos semanas para colaborar con su plan de partida”.
De esta forma, la historia del estancamiento dinámico de la Argentina en el laberinto de una semiperiferia dependiente se puede comprender a través de su historia tecnológica y científica. ¿Qué obstáculos se oponen al desarrollo autónomo de tecnologías estratégicas? El obstáculo determinante y constitutivo es geopolítico: el lugar asignado a América Latina en el orden capitalista mundial explica los fracasos tecnológicos que se manifiestan en discontinuidades y falta de capacidades organizacionales e institucionales para la gestión de tecnologías estratégicas o “tecnologías tecnologizantes”, como las llamaba Jorge Sábato, estratega del plan nuclear argentino.
Y fueron las dictaduras militares y los gobiernos de Menem, De la Rúa y Macri, los que aplicaron y aplican políticas anti-tecnológicas y anti-científicas que bloquean la generación e incorporación de conocimiento (valor agregado) a la matriz productiva. La consolidación de conductas predatorias y especulativas de una parte de los sectores empresariales nacionales con capacidad de inversión en I+D –el verdadero enemigo interno siempre aliado a los intereses extranjeros– completa el identikit del subdesarrollo. Fugan, no invierten, porque son buitres, no emprendedores.
El gobierno de la actual lumpen-burguesía argentina –como le gustaba decir a Jorge Beinstein, referente en prospectiva económica y autor de Macri. Orígenes e instalación de una dictadura mafiosa, que falleció el pasado 10 de enero– demuestra esta sencilla interpretación del subdesarrollo argentino con la precisión del teorema de Pitágoras: desde 2016, la Argentina destruye capacidades para fabricar vacunas, satélites, vagones de ferrocarril, barcos o aerogeneradores, mientras desmonta las capacidades organizacionales e institucionales del sector nuclear y de salud –dos de los logros históricos de nuestro país– y destruye el CONICET, institución que debería funcionar como la nave nodriza del sector tecnológico-científico (1).
Comprendida esta tesis, luego se pueden buscar razones económicas de segundo orden que la complementan. Pero estas debilidades de segundo orden son similares a las que enfrentaron países de industrialización tardía considerados exitosos, como Corea del Sur, que no enfrentó el obstáculo geopolítico de América Latina, sino que Estados Unidos, por el contrario, la favoreció porque había que generar bienestar en la frontera de la Guerra Fría.
Mientras hoy el mundo se debate alrededor de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, que es una batalla por el acceso a las tecnologías y el conocimiento científico, en el planeta de los simios se degrada el MINCyT en secretaría y se sostiene una comparsa de impresentables para que sigan demoliendo las instituciones de tecnología y ciencia.
(1) Ver documento del Grupo CyTA del 14 de enero aquí.
Diego Hurtado - Doctor en Física. Ex presidente de la Autoridad Regulatoria Nuclear.
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