La verdad que acabó viendo la luz sucedió cuando García propuso que estrenásemos Parte de la religión en el boliche Space Lab de Rosario. Pude conocer así la ciudad que tanto me intrigaba, luego de abordar un bus junto a la comitiva y dos invitados selectos: Fito Páez y Fabi Cantilo.
-¡Acá cursé la secundaria! -gritó Fito, señalando el Dante Alighieri por la ventanilla, mientras ingresábamos a la urbe por el Bulevar Oroño.
-¡Éramos tan pobres! -retrucó Charly, parafraseando a Olmedo.
Corría el otoño de 1987 y mi romance rosarino fue instantáneo. Tomé ese primer vistazo como una educación arquitectónica, rendido ante su halo europeo y art decó. Hasta entonces solo había visualizado algunos relatos de Fontanarrosa, Llegamos de los barcos de Litto Nebbia, el cine de Birri, Los Gatos Salvajes o la denominada “trova” al comprar Tiempos difíciles de Juan Carlos Baglietto y saber de reojo sobre Abonizio, Fandermole, Garré, Goldín o el propio Páez. Gustaba de imaginar al Café de la Flor o el Saudades y bandas como Staff, Irreal, Neolalia, El Banquete y Acalanto, conocidas a través de libros, o los pioneros Los insaciables, Los No y Los Grillos. También pensaba en Berni, Pablo Rodriguez Jáuregui, Grandinetti, Max Cachimba, Napo, Olmedo, Beatriz Guido, Roger Plá, el Gato Barbieri, Lalo de los Santos, Fogliatta, Fabián Gallardo, Pájaro Gómez, Llopis, Tancredo, Moro, Messi, Menotti, Bielsa, Di María, Mascherano y otros que estaré olvidando.
Tras la noche de Space Lab, la banda de García se puso en marcha. Paseamos por Pichincha y el Paraná, hicimos amigos, merendamos con Fabi y Fito en el Café Pasaporte y comenzó una etapa feliz, que me instó a buscar cualquier pretexto para sortear los 300 kilómetros hasta la “Cuna de la Bandera”.
Regresamos ese mismo año al Estadio de Rosario Central. Ya que el río estaba ahí nomás, y contábamos con tres o cuatro horas libres entre prueba y show, el ingeniero y navegante Jorge Llonch nos invitó a pasear en su lancha con motor fuera de borda junto a la Cantilo y el Zorri Quintiero. Pero, nuestras sospechas crecieron ante la presencia de camalotes flotando en las aguas, mientras observábamos al “Gigante de Arroyito” a lo lejos. De súbito, la hélice se clavó en un banco de arena y Fabi, acostumbrada a honores de Princesa, quedó al borde del colapso. ¡Lo cual puso en peligro la estabilidad de la embarcación!
Tras unas cuantas conjeturas y teorías de rescate, helicóptero incluido, la Prefectura logró remolcarnos sobre la hora del concierto. Subimos al escenario empapados, con lo puesto, en medio de la ovación que recibió al Artista. Para colmo, poco pasó hasta que la atmósfera se enrareciese por el mal funcionamiento de los equipos. La división polarizada entre tribunas y escenario hizo que los jóvenes pasasen de la adulación al reproche, mientras Charly contestaba en plan provocador. Siguiendo el consejo que los managers nos daban álgidamente desde un costado, bajamos por las rampas hacia camarines pero, al tener que pasar delante del alambrado de las tribunas colmadas, el inicial “Olé, olé, olé, olééé, Chaaaarly, Chaaaarly” mutó en otro menos alentador: “¡Pooorteños, hijos de puuuta, la puuuta que los parióóó…!”
Los Enfermeros tuvimos la chance de redimirnos en el ´88, en el Cine Radar de la peatonal Córdoba. Hilda Lizarazu ocupó el lugar de Fabi. Esa tarde, tentados de dar un paseo grupal hacia el Monumento a la Bandera, salimos junto al Bicolor por el portal del hotel. De repente, los chicos que hacían guardia allí mismo comenzaron a caminar detrás suyo, a distancia prudente y en respetuoso silencio. Se armó un tumulto de fieles seguidores, a la manera de una procesión. Emulando un film de Buñuel, Charly sacó del bolsillo un cepillo y pasta dentífrica. Continuó liderando la extraña marcha de treinta fans silenciosos… ¡Mientras se lavaba los dientes como en su casa!
Hubo más visitas rosarinas: primero al Patio de la Madera y luego al Estadio Newells All Boys, compartiendo con Páez, Baglietto y el dúo de Sandra Mihanovich y Celeste Carballo. Se trató de una maratón amenizada por el “Por Qué Cantamos” de Benedetti en la voz de Baglietto. Fito mostró sus preciosas “Polaroid de locura ordinaria” y “Once y seis” y, amaneciendo, Charly cerró con “Reloj de plastilina” y “Me siento mucho mejor”. Mientras, por el Parque Independencia, la mayoría despertaba para ir a trabajar.
Me he acercado a la ciudad como público de Robert Fripp o del Secret World Tour de Peter Gabriel y, en los lejanos noventa, regresé como baterista de los Illya Kuryaki & The Valderramas al boliche Ibiza y acompañando a García en el Teatro El Círculo. Además, asomando el siglo XXI, mostré mis humildes melodías de bandoneón en el auditorio de Plaza España junto a mi hermano postizo local Fernando Kabusacki y Migue García.
Reincidente, tras mis años europeos, volví en 2006 con Ahí vamos de Gustavo Cerati, otra vez a El Círculo, y terminamos en el restaurant de la Peña Náutica Bajada España, donde la costumbre era que cada comensal famoso firmara una servilleta. Nuestro líder no fue la excepción. Luego arremetimos por clubes del balneario La Florida hasta altas horas.
Poco después, viajé especialmente al estreno de la película de Fito De quién es el portaligas. Sumado a los ruidosos festejos junto a los Killer Burritos en un antro de Pichincha, conocí a los jóvenes de Flowers Orchestra -Maxi, Matías, Mangas y Pato- y a la chispeante fotógrafa Lucía, con su aire entre Madonna y Betty Boop. Al codearme con las nuevas generaciones rosarinas desde entonces, fui habituándome al Palacio Fuentes y su terraza de Big Ben, al Ross Café, El Sótano Club, Berlín, los silos del Paraná, el cine y bar El Cairo, la Sala Lavardén (con la mística de Circo Beat) y su panorámica fuente Sargento Cabral. Cada vez más curioso por la “Chicago argentina”, he devorado biografías de Olmedo o El Rosario de Satanás de Héctor Zinni, que me obsequió el gran Mario Giacomini, acerca de la “mala vida” y mafias de principios del siglo XX.
Con mi co-equiper Kabusacki musicalizamos films mudos en varias ocasiones, en La Comedia y la Municipalidad. Solíamos alojarnos en el Hotel República o en su casa materna de la calle Entre Ríos, el “refugio natural” del Guitar Craft y los integrantes de King Crimson.
Sucedieron más conciertos con Charly & The Prostitution, Rosario Ortega y los locales S3ptiembre, y hasta pasé un inolvidable Año Nuevo 2015 junto a la familia Llonch, a pura hospitalidad, paseando en lancha con Alejandra Rodenas y sus encantadores hijos.
El ímpetu del promotor Giacomini (quien posibilita hasta el día de hoy nuestras “escapadas underground” al Paraná), nos hizo actuar actuar en el precioso Cine Atlas con el japonés Yoshitake Expe o la cordobesa Any Riwer.
Recuerdo con muchísimo cariño el paso del Mototour con Marina Fages (nuestra aventura musical en motocicleta por Bolivia, Perú, Chile y Argentina) por el C.E.C., y otros conciertos de Leo García y la Lizarazu de los cuales fui parte. Pero cómo olvidar el último del 16 de marzo de 2019, cuando con el Sexteto Irreal ofrecimos un show surrealista en La Comedia. ¡Para 30 personas en un recinto con aforo de 600! Ameritó que, junto a mis compañeros Axel Krigier, Alejandro Terán, Christian Basso y Manu Schaller, bajásemos a la platea a saludarlas una a una, agradeciéndoles su presencia.
Como en un sueño, este fin de semana volveré a la Lavardén junto a Kabusacki, Pietrafesa y Sevilla. Hijo directo del Guitar Craft y la filosofía de Robert Fripp, es un proyecto instrumental que me encanta.
Pareceríaque la espiral de la vida continúa elevando al estado mitológico mis periplos rosarinos. ¡Gracias!
Fernando Samalea - Fuente: Rosario12
Por Fernando Samalea
-¡Acá cursé la secundaria! -gritó Fito, señalando el Dante Alighieri por la ventanilla, mientras ingresábamos a la urbe por el Bulevar Oroño.
-¡Éramos tan pobres! -retrucó Charly, parafraseando a Olmedo.
Corría el otoño de 1987 y mi romance rosarino fue instantáneo. Tomé ese primer vistazo como una educación arquitectónica, rendido ante su halo europeo y art decó. Hasta entonces solo había visualizado algunos relatos de Fontanarrosa, Llegamos de los barcos de Litto Nebbia, el cine de Birri, Los Gatos Salvajes o la denominada “trova” al comprar Tiempos difíciles de Juan Carlos Baglietto y saber de reojo sobre Abonizio, Fandermole, Garré, Goldín o el propio Páez. Gustaba de imaginar al Café de la Flor o el Saudades y bandas como Staff, Irreal, Neolalia, El Banquete y Acalanto, conocidas a través de libros, o los pioneros Los insaciables, Los No y Los Grillos. También pensaba en Berni, Pablo Rodriguez Jáuregui, Grandinetti, Max Cachimba, Napo, Olmedo, Beatriz Guido, Roger Plá, el Gato Barbieri, Lalo de los Santos, Fogliatta, Fabián Gallardo, Pájaro Gómez, Llopis, Tancredo, Moro, Messi, Menotti, Bielsa, Di María, Mascherano y otros que estaré olvidando.
Tras la noche de Space Lab, la banda de García se puso en marcha. Paseamos por Pichincha y el Paraná, hicimos amigos, merendamos con Fabi y Fito en el Café Pasaporte y comenzó una etapa feliz, que me instó a buscar cualquier pretexto para sortear los 300 kilómetros hasta la “Cuna de la Bandera”.
Regresamos ese mismo año al Estadio de Rosario Central. Ya que el río estaba ahí nomás, y contábamos con tres o cuatro horas libres entre prueba y show, el ingeniero y navegante Jorge Llonch nos invitó a pasear en su lancha con motor fuera de borda junto a la Cantilo y el Zorri Quintiero. Pero, nuestras sospechas crecieron ante la presencia de camalotes flotando en las aguas, mientras observábamos al “Gigante de Arroyito” a lo lejos. De súbito, la hélice se clavó en un banco de arena y Fabi, acostumbrada a honores de Princesa, quedó al borde del colapso. ¡Lo cual puso en peligro la estabilidad de la embarcación!
Tras unas cuantas conjeturas y teorías de rescate, helicóptero incluido, la Prefectura logró remolcarnos sobre la hora del concierto. Subimos al escenario empapados, con lo puesto, en medio de la ovación que recibió al Artista. Para colmo, poco pasó hasta que la atmósfera se enrareciese por el mal funcionamiento de los equipos. La división polarizada entre tribunas y escenario hizo que los jóvenes pasasen de la adulación al reproche, mientras Charly contestaba en plan provocador. Siguiendo el consejo que los managers nos daban álgidamente desde un costado, bajamos por las rampas hacia camarines pero, al tener que pasar delante del alambrado de las tribunas colmadas, el inicial “Olé, olé, olé, olééé, Chaaaarly, Chaaaarly” mutó en otro menos alentador: “¡Pooorteños, hijos de puuuta, la puuuta que los parióóó…!”
Los Enfermeros tuvimos la chance de redimirnos en el ´88, en el Cine Radar de la peatonal Córdoba. Hilda Lizarazu ocupó el lugar de Fabi. Esa tarde, tentados de dar un paseo grupal hacia el Monumento a la Bandera, salimos junto al Bicolor por el portal del hotel. De repente, los chicos que hacían guardia allí mismo comenzaron a caminar detrás suyo, a distancia prudente y en respetuoso silencio. Se armó un tumulto de fieles seguidores, a la manera de una procesión. Emulando un film de Buñuel, Charly sacó del bolsillo un cepillo y pasta dentífrica. Continuó liderando la extraña marcha de treinta fans silenciosos… ¡Mientras se lavaba los dientes como en su casa!
Hubo más visitas rosarinas: primero al Patio de la Madera y luego al Estadio Newells All Boys, compartiendo con Páez, Baglietto y el dúo de Sandra Mihanovich y Celeste Carballo. Se trató de una maratón amenizada por el “Por Qué Cantamos” de Benedetti en la voz de Baglietto. Fito mostró sus preciosas “Polaroid de locura ordinaria” y “Once y seis” y, amaneciendo, Charly cerró con “Reloj de plastilina” y “Me siento mucho mejor”. Mientras, por el Parque Independencia, la mayoría despertaba para ir a trabajar.
Me he acercado a la ciudad como público de Robert Fripp o del Secret World Tour de Peter Gabriel y, en los lejanos noventa, regresé como baterista de los Illya Kuryaki & The Valderramas al boliche Ibiza y acompañando a García en el Teatro El Círculo. Además, asomando el siglo XXI, mostré mis humildes melodías de bandoneón en el auditorio de Plaza España junto a mi hermano postizo local Fernando Kabusacki y Migue García.
Reincidente, tras mis años europeos, volví en 2006 con Ahí vamos de Gustavo Cerati, otra vez a El Círculo, y terminamos en el restaurant de la Peña Náutica Bajada España, donde la costumbre era que cada comensal famoso firmara una servilleta. Nuestro líder no fue la excepción. Luego arremetimos por clubes del balneario La Florida hasta altas horas.
Poco después, viajé especialmente al estreno de la película de Fito De quién es el portaligas. Sumado a los ruidosos festejos junto a los Killer Burritos en un antro de Pichincha, conocí a los jóvenes de Flowers Orchestra -Maxi, Matías, Mangas y Pato- y a la chispeante fotógrafa Lucía, con su aire entre Madonna y Betty Boop. Al codearme con las nuevas generaciones rosarinas desde entonces, fui habituándome al Palacio Fuentes y su terraza de Big Ben, al Ross Café, El Sótano Club, Berlín, los silos del Paraná, el cine y bar El Cairo, la Sala Lavardén (con la mística de Circo Beat) y su panorámica fuente Sargento Cabral. Cada vez más curioso por la “Chicago argentina”, he devorado biografías de Olmedo o El Rosario de Satanás de Héctor Zinni, que me obsequió el gran Mario Giacomini, acerca de la “mala vida” y mafias de principios del siglo XX.
Con mi co-equiper Kabusacki musicalizamos films mudos en varias ocasiones, en La Comedia y la Municipalidad. Solíamos alojarnos en el Hotel República o en su casa materna de la calle Entre Ríos, el “refugio natural” del Guitar Craft y los integrantes de King Crimson.
Sucedieron más conciertos con Charly & The Prostitution, Rosario Ortega y los locales S3ptiembre, y hasta pasé un inolvidable Año Nuevo 2015 junto a la familia Llonch, a pura hospitalidad, paseando en lancha con Alejandra Rodenas y sus encantadores hijos.
El ímpetu del promotor Giacomini (quien posibilita hasta el día de hoy nuestras “escapadas underground” al Paraná), nos hizo actuar actuar en el precioso Cine Atlas con el japonés Yoshitake Expe o la cordobesa Any Riwer.
Recuerdo con muchísimo cariño el paso del Mototour con Marina Fages (nuestra aventura musical en motocicleta por Bolivia, Perú, Chile y Argentina) por el C.E.C., y otros conciertos de Leo García y la Lizarazu de los cuales fui parte. Pero cómo olvidar el último del 16 de marzo de 2019, cuando con el Sexteto Irreal ofrecimos un show surrealista en La Comedia. ¡Para 30 personas en un recinto con aforo de 600! Ameritó que, junto a mis compañeros Axel Krigier, Alejandro Terán, Christian Basso y Manu Schaller, bajásemos a la platea a saludarlas una a una, agradeciéndoles su presencia.
Como en un sueño, este fin de semana volveré a la Lavardén junto a Kabusacki, Pietrafesa y Sevilla. Hijo directo del Guitar Craft y la filosofía de Robert Fripp, es un proyecto instrumental que me encanta.
Pareceríaque la espiral de la vida continúa elevando al estado mitológico mis periplos rosarinos. ¡Gracias!
Fernando Samalea - Fuente: Rosario12
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