Jaime sin Tierra evolucionó de un rock con guitarras espesas a los viajes espaciales y, por qué no, hacia cierta neopsicodelia. Del noise rock al minimalismo explorado en un estudio de grabación, con una poética circular que coquetea con lo naif. Cada sonido, cada silencio, está claramente planeado en busca de crear atmósferas densas, pero no hay oscuridad, no, sino recorridos sonoros, propuestas de viajes a través de paisajes hondos. Tan hondos que, en el último tema, "Chascomús", llega casi a los veinte minutos para concretar lo que parece ser la idea general en "Tren": hacer de la canción el camino menos evidente. Tomar la estructura original y llevarla a un lado y otro, y a otro más, y a otro. Una estructura que amplíe las posibilidades iniciales con movimientos mínimos, pero constantes en diferentes repeticiones.
Vivimos una época violenta, muy violenta; quizás tan violenta como otras épocas, sin embargo, la diferencia radica en que la actual es una violencia estructural y mundial; que hasta la OMS retrata como "epidemia mundial" en muchos de sus variados informes de situación. En ese engendro imperial denominado (grandilocuentemente) como "el gran país del norte", la ignorancia (junto con otras bestialidades, como el supremacismo, el racismo y la xenofobia, etc.) adquiere ribetes escandalosos, y más por la violencia que se ejerce directamente sobre aquellos seres que los "ganadores" han determinado como "inferiores". Aquí, un texto fechado en 1980 donde el genio de la ciencia ficción Isaac Asimov hace una crítica mordaz sobre el culto a la ignorancia, un culto a un Dios ciego y estúpido cual Azathoth, que se ha esparcido por todo el mundo, y aquí tenemos sus consecuencias, las vivimos en nuestra cotidaneidad. Hoy, como ayer, Cthulhu sigue llamando... ah,
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