Hay que entender que ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados, la propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces y los partidos tradicionales están en crisis. En Europa se han multiplicado los terremotos electorales y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha o de partidos que "se venden" como antisistema y anticorrupción (Argentina, Italia) aunque nada está más alejado de la realidad. El paisaje político aparece radicalmente transformado. Entre esta situación se profundizan desde EEUU las crecientes tensiones bélicas en Medio Oriente, la militarización de la frontera con México, sumado a la llegada de un super halcón a la Casa Blanca que favorece bombas sobre diplomacia y el deterioro generalizado de relaciones con varios del mundo, la mayor amenaza al orden mundial en medio siglo es Donald Trump. Un mundo liderados por dementes y apoyados por pueblos agobiados, aturdidos, embrutecidos, abatidos y sin referencias, en un camino irremediablemente suicida. Hoy, más que nunca, el legado de algunos hombres resulta más necesario que nunca.
El marketing político ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la "rebelión de las bases", las condiciones por las cuales el pueblo de EEUU (y de todas partes del mundo) está harto, embrutecido y mareado, y ello se refleja en que un estúpido delirante y demente como Trump sea hoy presidente de la mayor potencia del mundo. Su equipo de marketing, mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las elites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos y empobrecidos por los efectos de la globalización económica. Luego, la práctica dirá que, obviamente teniendo en cuenta quien es, hará lo contrario a lo que propone. Lo mismo sucede en otros países, sin ir más lejos la situación Argentina es similar, el candidato más bruto y corrupto (repleto de cuentas off-shore) elegido por llamarse a sí mismo como un adalid de la anticorrupción. Y entre todo ello, no debemos descartar las complicidades de los medios y de la justicia. En demasiados lugares del mundo pasa lo mismo, con distintos nombres.
En el contexto internacional, digamos que viene fea la mano. Varios indicios sugieren que se están ultimando los preparativos para algún hecho bélico en Medio Oriente, y tal vez en otros teatros de operaciones.
Desde hace meses circula la preocupación en Washington de que Trump podría decidir provocar una crisis bélica en parte para desviar atención de sus problemas políticos y personales internos.
Hoy en día, más que nunca, deberíamos tener en cuenta el legado de aquellos que verdaderamente se opusieron al sistema, no como una manera de engañar a la gente como lo han hecho Trump, Macron o Macri, sino porque se revela desde lo más humano y verdero. Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Henry David Thoreau, Silo, Mandela, Bayard Rustin y tanto otros que nos brindan un legado que resurge por necesidad de supervivencia... al fin y al cabo el principio de desobediencia civil (si una ley es injusta, es lícito no acatarla) ha llevado a numerosos líderes a rebelarse contra gobiernos que violaban Derechos Humanos, y muchos han cambiado la Historia.
El marketing político ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la "rebelión de las bases", las condiciones por las cuales el pueblo de EEUU (y de todas partes del mundo) está harto, embrutecido y mareado, y ello se refleja en que un estúpido delirante y demente como Trump sea hoy presidente de la mayor potencia del mundo. Su equipo de marketing, mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las elites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos y empobrecidos por los efectos de la globalización económica. Luego, la práctica dirá que, obviamente teniendo en cuenta quien es, hará lo contrario a lo que propone. Lo mismo sucede en otros países, sin ir más lejos la situación Argentina es similar, el candidato más bruto y corrupto (repleto de cuentas off-shore) elegido por llamarse a sí mismo como un adalid de la anticorrupción. Y entre todo ello, no debemos descartar las complicidades de los medios y de la justicia. En demasiados lugares del mundo pasa lo mismo, con distintos nombres.
En el contexto internacional, digamos que viene fea la mano. Varios indicios sugieren que se están ultimando los preparativos para algún hecho bélico en Medio Oriente, y tal vez en otros teatros de operaciones.
Desde hace meses circula la preocupación en Washington de que Trump podría decidir provocar una crisis bélica en parte para desviar atención de sus problemas políticos y personales internos.
Hoy en día, más que nunca, deberíamos tener en cuenta el legado de aquellos que verdaderamente se opusieron al sistema, no como una manera de engañar a la gente como lo han hecho Trump, Macron o Macri, sino porque se revela desde lo más humano y verdero. Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Henry David Thoreau, Silo, Mandela, Bayard Rustin y tanto otros que nos brindan un legado que resurge por necesidad de supervivencia... al fin y al cabo el principio de desobediencia civil (si una ley es injusta, es lícito no acatarla) ha llevado a numerosos líderes a rebelarse contra gobiernos que violaban Derechos Humanos, y muchos han cambiado la Historia.
El reverendo Martin Luther King Jr., al morir el 4 de abril de 1968, se había convertido en un hombre mucho más peligroso del que dio su histórico discurso "Tengo un sueño", en 1963: se había atrevido a cuestionar los fundamentos del sistema político y económico del país y llamó a una "revolución moral" contra "los trillizos gigantescos del racismo, el materialismo extremo y el militarismo".David Brooks
En su último año de vida, King Jr. declaró que el movimiento de derechos civiles que había encabezado necesitaba transformarse en un movimiento de derechos humanos y condenó no sólo la violencia y explotación dentro del país, sino también la política imperial. Se proclamó contra la guerra en Vietnam y la explotación del tercer mundo, afirmando que, como campeón de la no violencia –expresada en el histórico (y casi nunca citado por las élites) discurso en la iglesia Riverside, de Nueva York, que ofreció justo un año antes de su asesinato–, "sabía que nunca más podría elevar mi voz contra la violencia de los oprimidos en los guetos sin antes haber hablado claramente sobre el más grande proveedor de la violencia en el mundo actual: mi propio gobierno".
Fue repudiado no sólo por opositores, sino por muchos de sus colegas que le aconsejaban no salirse del guion de los derechos civiles, y enfrentó la reprobación de la opinión pública, con dos tercios expresando desacuerdo con sus nuevas posiciones y una mayoría de los afroestadounidenses. Medios que lo habían elogiado, como el New York Times, el Washington Post o la revista Time, criticaron su nueva posición. La Oficina Federal de Investigaciones (FBI), que lo había espiado por considerarlo un peligro para la nación, ahora buscaba cómo destruirlo políticamente por órdenes personales de su director, J. Edgar Hoover. El presidente Lyndon Johnson jamás lo perdonó. A la vez, se intensificaron las amenazas de muerte ya comunes durante muchos años y varios políticos y hasta colegas de lucha que lo habían elogiado cuando su mensaje se había limitado sólo al tema del racismo lo abandonaron.
Él había anunciado una nueva Campaña de los Pobres (Poor people’s campaign) enfocada en la desigualdad económica y la explotación de los trabajadores. Viajó a Memphis, Tenesí, para brindar su apoyo a una huelga de trabajadores municipales de limpieza, y mientras se preparaba para ir a cenar, al salir al balcón del motel Lorraine una bala segó su vida.
La noticia sacudió al país, y estallaron furiosos disturbios en decenas de ciudades alrededor del país, y en la capital –donde había ofrecido un discurso cinco días antes– se contaron más de 800 incendios y 13 muertes en los cuatro días de explosiones de ira.
Su imagen oficial post mortem fue cuidadosamente maquillada para que se quedara en 1963, con el sueño de igualdad racial, y hasta la fecha, en todo festejo oficial en escuelas o en los pasillos del poder en Washington, está congelado ahí, y casi nunca hay referencia al King del último año, uno que convocaba una transformación radical de su país.
"Lo amaban como un mártir después de que fue asesinado, pero lo rechazaron como manifestante cuando estaba vivo", comentó recientemente a The Guardian Jesse Jackson, quien estaba con él ese día trágico.
Su último discurso –en un acto en Memphis donde no estaba programado– pareció pronosticar su muerte, declarando que Dios "me permitió subir la montaña. Y vi al otro lado, y he visto la tierra prometida. Yo podría no llegar ahí con ustedes, pero quiero que sepan esta noche que nosotros, como un pueblo, llegaremos a la tierra prometida".
Los ecos de sus mensajes, entregados con esa inconfundible voz sonora, retumban por este país medio siglo después. Sus críticas y condenas al sistema estadounidense al enlazar el tema del racismo con el de la injusticia económica y el militarismo se podrían aplicar a la coyuntura actual. A la vez, sus ecos están en las movilizaciones por un salario digno en estos momentos expresado por decenas de miles de maestros de educación pública en West Virginia, Kentucky, Oklahoma y Arizona; están en el nuevo movimiento estudiantil contra la violencia de las armas, donde en la masiva Marcha por nuestras vidas, hace unos días, apareció entre los cientos de miles de jóvenes Yolanda Renee, de nueve años de edad, nieta de King; está en el movimiento de Black Lives Matter, y también con el de los jóvenes inmigrantes dreamers, está en luchas en los campos y en los centros urbanos.
Esta primavera, King estará presente en el renacimiento de su último proyecto, La campaña de los pobres: un llamado nacional por la renovación moral, convocada por el reverendo William Barber (quien algunos consideran potencialmente como un nuevo King) organizado desde abajo con la idea de detonar seis semanas de desobediencia civil no violenta con el objetivo de "salvar el alma de Estados Unidos" [https://poorpeoplescampaign.org].
Barber, como también Jesse Jackson y el representante John Lewis, entre otros veteranos del movimiento encabezado por King, estará en Memphis junto con otros en una serie de actos ahí, como otros en Atlanta donde está el monumento y centro de King (dirigido por su hija, Bernice King), para marcar los 50 años de su muerte –y habrá todo tipo de eventos en todo el país para conmemorar al gran líder moral. Pero la disputa sigue sobre a cuál King se recuerda, si sólo el del mensaje de amor y reconciliación, festejado por políticos, iglesias, empresarios y funcionarios, o el hombre de las palabras peligrosas que permanecen más vigentes que nunca en este país.
"Cuando nuestros días se vuelven grises con las nubes bajas de la desesperanza, y cuando nuestra noches se vuelven más oscuras que mil medianoches, recordemos que hay una fuerza creativa en este universo trabajando para bajar las gigantescas montañas del mal, un poder que es capaz de hacer un camino donde no existe camino y transformar los ayeres oscuros en brillantes mañanas. Que nos demos cuenta de que el arco del universo moral es largo, pero que se inclina hacia la justicia", declaró Martin Luther King Jr. en 1967 al animar a sus seguidores a confrontar la injusticia fundamental del sistema estadounidense.
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