Vino la gente, su gente, gente apasionada, gente leal, gente con los resquicios de la guerra mundial, de la dictadura, vino el descubrir que para el argentino son importantes los ídolos porque los ídolos los une a su pasado roto pero tambien los salva y los une, y a la vez, le brindan gratitudes y el valor que se merece a los que cumplen el sueño del pibe.
Es en sus calles, en su hablar, en su sentir y su manera de expresarse, que aquel viajero ahora residente de Buenos Aires, descubre que Argentina también es Suramérica y que, cómo ha ocurrido con colombianos, ecuatorianos, venezolanos, peruanos, bolivianos, chilenos, brasileños, paraguayos y los uruguayos, le ponemos a los otros un tipo de sobrenombre o definición popular no grata para distanciarnos (crecidos, drogos, indios, etcétera) y las fronteras se hacen cada vez más fuertes para que no podamos cruzarlas tranquilamente y a los políticos de turno, muchas veces les importa un pito unir y trabajar en conjunto para el sueño de convertirnos en un solo territorio a lo largo y ancho de este lugar del mundo.
Pero cada cuatro años viene el fútbol y nos cuesta vernos como uno solo, ya en Bogotá, algunos vecinos gritan las mejores jugadas de los polacos, de los de Países Bajos, de los Croatas, los oigo y me asombro y claro parece que Argentina no nos representa porque esas extrañas diferencias que son absurdas, pesan y nos olvidamos que si, que somos uno solo y que Argentina no solo nos ha dado fútbol sino música y cine y literatura y otras cosas hermosas, de la misma forma como Colombia lo ha hecho o Chile o Ecuador o los demás países mágicos de la región más exótica del planeta.
Yo no quiero que Argentina gane el mundial por Messi, el solito ya escribio su gran historia, yo quiero que Argentina gane el mundial por esos días caminando por sus calles como colombiano, quiero que lo gane por los asados a los que me invitaron, por los trabajos que me dieron, por las oportunidades que recibí, quiero que gane el mundial por los mates y las facturitas que compartimos muchas mañanas, por las personas que conocí, por sus lugares, quiero que lo gane por el tango, por sus tangueros, por la señora del kiosko, quiero que lo gane porque sé que no la están pasando bien y yo estuve ahí y sé lo que significa para su gente el fútbol que va más allá de un simple juego.
Quiero que Argentina gane el mundial, no para sentirme argentino sino para sentirme orgullosamente suramericano, porque Argentina es Suramérica en el mundial y si no lo gana, ojalá eso no ocurra, pues bueno pondré un par de tangos, me terminaré la botella de Fernet y lloraré como un colombiano orgulloso que ama Argentina y ondea con orgullo en cualquier lugar del mundo la bandera de Suramérica.
El 22 de junio de 1986 se convertía el mejor gol de la historia y a kilómetros de ahí, un pibe de trece años, campeón en dos campeonatos de colegio y futuro subcampeón de atletismo en intercolegiados, sentía de manera intuitiva que aquello era motivador para conocer el país donde había nacido Maradona. Luego vino Charly García, Tango Feroz, Sui Géneris, Mercedes Sosa, las revistas donde aparecía la historia de Kempes el Matador, Soda, Los Fabulosos y el darse cuenta que por aquellas épocas era imposible ir a la Argentina, porque el mito era que Argentina no era de América Latina sino de Europa, entonces se sintió lejano de ese deseo. Pero el teatro hizo que se lograra años después, primero a Mendoza y un par de años más a Buenos Aires y ahí el mundo fue distinto para aquel que soñaba con conocer ese lugar, entonces apareció el tango, Calle Corrientes, Palermo, el choripán, el Fernet con cola y el deseo de quedarse más tiempo y entonces vino San Telmo, la plaza Dorrego, el asado de los domingos, las idas a la cancha para ver a Boca, el mate y los vinos y llegó el amor por un país lleno de nostalgias, un país enmarcado en una especie de melancolía callejera.
Por Fernando Prieto.
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