Con Fervor: En general, hay un disparador en la infancia o adolescencia que nos lleva a la música, nos marca un camino ¿Cómo llegás a tu primer instrumento? ¿Qué te empuja a tocar guitarra o quién te empuja?
Jorge Senno: A veces, es difícil encontrar los orígenes. Seguramente, no fue sólo una cosa, pero, me recuerdo siendo un niño de cuatro o cinco años escuchando pilas de lps, apilados, justamente, en el eje del winco. De todo lo que circulaba en esa época, lo bueno y lo híper comercial. Pero, amplia variedad estética; desde María Elena Walsh hasta los compilados tipo Sótano beat, que traían a Los Gatos mezclados con bandas de moda. Frente a esa incipiente pasión, un tío abuelo mío, llamado Adolfo, socialista y muy entusiasta, me compró una guitarra en la avenida Almirante Brown, a metros del Riachuelo, en un polirrubro de época de un pariente que vendía tabaco, pipas, cartas, dominó, era agencia de quiniela y, también, ¡guitarras!
Así, tuve mi primer instrumento, que estuvo guardado unos años, sin poder hacerla sonar. Hasta que comencé con profesores del Conservatorio y demás, lo que me producía una gran frustración: mundos separados donde la música que yo amaba no la sabían reproducir y me sumergían en partituras muy aburridas. Entonces, dejé la música a eso de los doce años y tuvo que pasar un tiempo para tener mi primer profesor copado, el Nono Belvis, del grupo MIA, que lo recuerdo con muchísimo cariño. Eso ya fue cerca de los catorce o quince años. Y ya hacía como tres años que iba a los recitales y escuchaba rock.
CF: Sos de los músicos que, siempre, demostró una pasión muy particular por el rock argentino, por sus protagonistas, sus mitos y personajes, conocés la historia, sos un coleccionista, un tipo para consultar ¿De dónde viene esa relación?
JS: De la construcción de mi propia identidad, de refugio, de tabla de salvación, de formación emocional e intelectual en los años de plomo. Llegué a ver Adiós Sui Géneris con once años. Y como tenía amigos más grandes y un sector de la juventud escuchaba en directo, en tiempo y época, música maravillosa, me volví un fanático. A los doce escuchaba Yes, mi banda favorita de entonces, junto a Los Beatles, desde ya. Y de acá comencé a seguir a La Máquina de hacer pájaros y Crucis, que eran mis preferidos.
Un día, vi por la tele a Vox Dei, que, a mí, me gustaba mucho, presentando Estamos en la pecera, que fue un disco diferente de ellos, sin Soulé y con un guitarrista llamado Michelini, junto a una banda que desconocía y me volvió loco. Esa banda era Invisible, presentando Durazno sangrando. También, adelantaron Perdonado. Me compré ese disco, me encantaba y me costaba muchísimo, a la vez, su escucha. Y bueno, hay que aclarar que los Luna Parks de ese entonces eran eventos socioculturales, donde aparecía una realidad aparte, que no era la de la familia, ni la escuela, ni la TV. Yo lo entendí así y encontré un mundo muy rico y con valores, como la solidaridad, la creatividad y la búsqueda de la libertad.
CF: Te considero una especie de coleccionista, de historiador. Tenés mucha información, cosas que son documentos de época. Creo que eso denota una relación tuya con la música que va más allá del hecho de ejecutar un instrumento. Noto como una filosofía de vida.
JS: Tiene que ver con lo que venía contando. La música como vehículo cultural y de crecimiento humano y espiritual. Con el agregado de publicaciones claves, como el Expreso imaginario. Como puerta hacia la literatura, la ecología, la poesía, la mística, etc. Coleccionista no me considero. Es algo que trato de mantener a raya dentro mío, para poner energía en lo creativo. Sí me importa mucho el contexto histórico, ya que al rock, en nuestro país, lo considero como el movimiento cultural más importante de la segunda mitad del siglo XX. Cosa curiosa, porque fue perseguido e ignorado, incluso, al día de hoy, por una especie de autodenigración colonial que sufrimos como pueblo, que no jerarquiza y no da lugar a sus próceres vivos en el sitio que merecen.
Luego, el mercado transformó la mística en objetos de consumo. Lógicamente, es mucho más difícil una búsqueda de toda la vida, que comprar objetos, pedales, guitarras, lo que sea. Y el consumo acude al pensamiento mágico de: “comprá tales cosas y sonarás como tu ídolo”. Yo, a la lógica del mercado, la entiendo, pero, es una falacia que apela a un vaciamiento de contenido en el arte, muchas veces. Ya que, ni el camino, ni el espíritu, ni el corazón de un artista se pueden reproducir.
Lo importante, me parece a mí, es transitar un camino personal. Y todos los objetos que conservé los tengo como afirmación cultural.
CF: Fuiste un gran amigo de un mito del rock argentino como Jorge Pistocchi, un verdadero ícono de todo aquello que nos constituía como rockeros. Un tipo al que muchos lo mirábamos como a un patriota ¿Cómo lo recordás? ¿Cuál creés que es su legado?
JS: Un legado artístico, creativo, de ética y solidaridad. De demostrar que las cosas se pueden realizar con talento y creatividad y, a pesar de todo, con los elementos disponibles y, no necesariamente, en las condiciones ideales.
Lo recuerdo como un tipo brillante, generoso, que se esforzaba en una lectura propia del mundo y buscaba acciones, siempre, manteniendo una ética. Lo que pagó muy caro dentro del rock. No solamente el pensamiento, sino, la acción. Un lujo haberlo conocido y me honró su amistad. Recuerdo la última frase que me dijo, poco antes de fallecer, sobre la importancia de mantener una coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Era un pensamiento anarquista. Jorge estuvo increíblemente lúcido y dando batalla hasta el último momento.
Por otra parte, el rock argentino fue tan grande y tan contundente, no solamente, por sus pioneros músicos, sino, por gente intelectualmente muy grossa, que le puso cabeza, filosofía y sentido. Como el caso de Jorge, de Miguel Grinberg, de Rocambole, por citar algunos. Sus revistas fueron piezas claves, desde sus columnas en la Pelo, en el ´73. Luego, Mordisco, Expreso imaginario, Zaff y Pan caliente. Y, después (y antes), siguió, siempre; con el Centro cósmico de La Paternal; con Amat, en Llavallol; y, finalmente, en La Boca, donde yo lo conocí más en profundidad y generó un montón de cosas, que, aún, siguen rodando.
CF: ¿Cómo fuiste viendo el devenir del rock argentino, su cambio a través de las décadas, sus actualizaciones?
JS: Una larga historia, como el blues. Con un comienzo brillante, que tuvo que ver, también, con, tal vez, la generación más grossa que tuvo la Argentina en el siglo pasado y que, como es sabido, se llevaron a los mejores. Con un pueblo que creció con cultura y educación. Por el ‘74, ’75, también, hubo un gran exilio de músicos pioneros y un recambio generacional. Según mi punto de vista, hay toda una época heroica de movimiento social y profunda identificación del rock, como modo de vida, que culmina luego de la Guerra de Malvinas.
No es casual que, justamente hablando de Pistocchi a fines del ‘79, él renuncia al Expreso con la reunión de Almendra y le roban los títulos de las revistas y las vacían de mística. Ahí, yo creo que comienza la grieta, ya que, el rock empieza a perfilarse como un gran negocio, cosa que ocurre, en gran escala, luego de la guerra.
Musicalmente, estuvo repleto de creadores brillantes, como Spinetta, Charly, Nebbia, Moris, Javier Martínez, entre tantísimos otros, que desarrollaron un lenguaje cultural propio.
Los ’80, como década, no me gustaron, excepto excepciones, como los Redondos (que ya los conocíamos de antes) o Sumo. Toda la estética del pop “moderno” no me copaba. Siento que se vació de contenido la lucha de tantos años.
Por otro lado, la parte rockera, siempre, estuvo presente, desde Vox Dei hasta la Renga, con bandas excepcionales, como El Reloj, lo mismo que el blues. Por supuesto, todo lo que hizo Pappo, músico extraordinario. Acá, siempre, se tocó bien y hay muchísimo talento. En los ’90, me gustó que se volvió a valorizar el rock más visceral. Y falta un montón. Yo agradezco haber crecido con una cultura tan rica y diversa. El under tuvo momentos de gloria a fines de los ‘70, con mucha mixtura con elementos folclóricos y ciudadanos, como Alejandro del Prado. Yo seguía mucho a La Fuente, por ejemplo.
Quedan muchas cosas por decir. Da, casi, como para un libro esta pregunta. Es sólo lo que emerge, rápidamente, de la memoria. El rock argentino es un fenómeno cultural importantísimo, que debe ser valorado como tal y, sobre todo, a la voz de sus pioneros, que todavía están vivos.
Lo que aprendí es que, como dijo Heráclito, ningún hombre puede cruzar dos veces el mismo río. Hace poco, tuve una gran sorpresa compartiendo un asado en lo de mi compañero de banda Facundo López Burgos, junto a Acru, un rapero de 24 años. Nos sorprendimos, mutuamente, intercambiando historias y similitudes. Hay que mantener la apertura mental, sensitiva. No envejecer en una zona de confort, declamativa y cerrada. Larga vida a la expresión humana en forma honesta, sea en el género que fuese.
CF: El blues, como el tango o el jazz, no es sólo un ritmo musical, hay una historia, una filosofía de vida, una especie de resistencia permanente ¿Qué te llevó al blues, a la madre de todas las cosas? ¿Cómo ves su recuerdo y su presente?
JS: Cuando empecé, era el auge del rock sinfónico y, más tarde, el jazz rock. Y no era fácil conseguir material de blues. Por un lado, casi todas las bandas de acá tenían, por lo menos, un blues en su repertorio, desde Vox Dei hasta Sui, ni que hablar de cultores directos, como Manal o Pappo’s Blues. Siempre, nos juntábamos a tocar con amigos y, emocionalmente, estaba identificado con el género, aún, sin conocer demasiado. Me salía tocar por allí y tenía la necesidad de escuchar virtuosos guitarristas. Un disco que fue clave, para mí, y me definió fue Just one night, de Clapton, en vivo en Japón. Quería tocar eso.
El blues, siempre, está vigente y lo seguirá estando, porque, como decía Muddy Waters, son las raíces y cuanto más fuertes son las raíces, mejores serán los frutos. Como todo género tradicional, también, tiene, a veces, un grado de purismo excesivo, de prejuicio, del cual, siempre, me mantuve a distancia prudencial.
CF: ¿Cuáles fueron los guitarristas de blues que te formaron, qué te impactó de ellos?
JS: Eric Clapton fue clave durante muchos años y punta de lanza de otros artistas de los cuales era muy difícil conseguir material. Siempre, fui admirador de mi futuro maestro y amigo entrañable: Claudio Gabis. También, Pappo y David Lebón, que, en los ’70, tocaba de una manera extraordinaria, aunque, obviamente, sigue tocando muy bien. A Spinetta lo valoro mucho como guitarrista, además. Y, de a poco, fui descubriendo a Johnny Winter, quien, junto a Peter Green y Mike Bloomfield, son mis favoritos, además de Clapton.
Y, como pasa, fui para atrás y si tengo que darte nombres para que alguien los busque y le interese, los King: BB, Freddie, con su garra, y Albert, con sus bendings únicas. El mejor show que vi de blues fue Albert Collins. Y, para atrás, Muddy Waters, Robert Johnson, Charlie Patton y todos, en definitiva. Cada uno puso su peculiaridad y eso es lo interesante: el sello humano y no solamente la copia.
Gran parte de mi formación de blues acústico se la debo al material educativo de Stefan Grossman, con quien tuvimos el honor, gracias a la gestión de Marcelo Ponce y Vivi Dallas -colegas y amigos-, de tocar en vivo y compartir una semana de clínicas, paseos y reuniones.
CF: Considero que sos uno de los más grandes docentes de guitarra que tenemos. Y no sólo porque impartís conocimientos importantes, sino, por el combo de integrar todo eso mágico que sabés que lleva un gran guitarrista ¿Cómo te formaste y con quiénes?
JS: Sinceramente, una de las cosas que más me interesan en la vida es estudiar música. Y, cuanto más uno avanza, más inagotable es. Es una disciplina que mantengo siempre, incluso, la incrementé durante la cuarentena. Crecí en una época donde no había carreras formales (ni informales) en música popular y mi formación fue con grandes maestros particulares. Cuando quería aprender algo buscaba al más grosso y tomaba clases. Y, con el tiempo, fui avanzando como autodidacta, también.
A los quince años, comencé a ir al Pasaje Huergo, donde enseñaban los MIA, y tomé un par de años clases con el Nono Belvis. Él me enseñó a improvisar (fundamental) y a amar y disfrutar la ejecución. Mi emoción era indescriptible cuando, en esa época, me pasaba perfecto (casi nadie tocaba cosas así) temas como Cristálida, de Pescado, o Tristeza por un día, de Steve Howe.
Luego, por un camino casi natural, estudié con Alberto Muñoz, quien incentivaba mucho la creatividad y la composición. Los MIA, también, tenían la idea de enseñar una filosofía autogestiva, que valoro mucho. No era fácil encontrar maestros, más bien, lo contrario, casi no había.
Un hecho fundamental en mi vida artística es haber conocido, aprendido y trabado una duradera amistad con Claudio Gabis, quien no necesita presentación. Además de su trabajo enorme en nuestro rock, él venía de Berklee, con una data que no había en nuestro país. Lo considero mi principal referente, sin dudas. Y, como en el cosmos no hay error, trabajamos durante seis años volcando sus enseñanzas y parte, también, de mi trabajo de años en su libro Armonía funcional, del cual soy colaborador. También, tengo editado, por la Editorial Melos, tres libros: Solos redondos, Solos de La Renga y Solos Divididos.
Pasé, muy brevemente, por lo de Miguel Botafogo. En los ’90, descubrí el Stefan Grossman Guitar Workshop y comencé a traer muchísimos videos de él, de slide guitar, de John Fahey, de Pierre Bensusan, de hawiian slack key y de Duck Baker. Con todo ese material, armé, en el ’95, el primer Taller Argentino de Blues Acústico, con mis alumnas/os avanzadas/os. Y, nuevamente, todo cierra al conocer y tocar junto a Grossman, como comenté anteriormente.
Como mi deseo era poder sistematizar el conocimiento y enseñar música, hice el curso completo de Audioperceptiva, de cuatro años, con María de Carmen Aguilar. Hago todas estas citas, también, como para que lo tengan como referencia los futuros estudiantes. Es la base que usé toda mi vida. En su estudio, también, hicimos un taller de composición con Leo Masliah.
Estudié guitarra tango con Aníbal Arias. Era un placer verlo tocar y un cálido ser humano. Era el tango personificado. Conservo el Fender Deluxe reverb ’71 que le compré y que él usaba en el cuarteto con Aníbal Troilo.
En cuanto armonía, seguí con un armonista llamado Pedro Arturo Aguilar, que había sido el maestro de todos los tangueros, desde Pugliese hasta Eduardo Rovira, músicos de jazz y, también, de rock. Hice cursos con Juan Carlos Cirigliano y Gabriel Senanes, que me resultaron fundamentales. Actualmente, estudio orquestación en SADAIC con Guillo Espel y, cada día, busco aprender algo nuevo. La música, siempre, seguirá sonando y nosotros intentando honrarla.
CF: Sos un gran futbolero, un conocido fan de Racing. Debés recordar, como yo, aquella época en donde no era comprendido el músico que se apasionaba por el fútbol, se lo veía a través de una pantalla llena de prejuicios ¿Cómo pensás que algo como el fútbol, el ir a una cancha y seguir a un equipo nos para frente a la cultura popular?
JS: Cuando era pibe, mi viejo me llevaba, religiosamente, a la cancha. Teníamos platea en Racing, llegábamos temprano y, a mí, me llamaba mucho la atención los cánticos entre las hinchadas y las colecciones de banderas de diferentes clubes que, en esa época que concurría el público visitante, ostentaban como trofeos de guerra. O sea, visto desde ahora, me llamaba mucho la atención lo sociocultural. Mi viejo se enojaba y me retaba: “¡mirá el partido!”, me decía (risas).
Uno viene de esos grandes fenómenos de masas, como el rock y el fútbol, hasta la adolescencia, al menos. Pero, tampoco, hay que mezclar los tantos. En su origen, el rock apuntaba a los pies, pero, también, a la cabeza. Luego, sumado a las crisis socioeconómicas de la Argentina y el deterioro de la educación, tanto pública como privada, una parte del rock se futboliza y, de alguna manera, pierde conciencia, búsqueda, riesgo. Por otra parte, ¿cuántos años de contracultura se pueden sostener? Yo creo que la cultura rock ya dio lo que tenía para dar.
CF: La pandemia fue una verdadera tragedia para las/os músicos/as. El aislamiento, la soledad, estar lejos de los ensayos y de otros colegas fue una triste novedad ¿Cómo viviste esa etapa, que, hoy, parece que vamos dejando atrás?
JS: Por razones familiares y personales, me tuve que cuidar muchísimo. Me aboqué al estudio y a la composición. Trabajé mucho en ese sentido. Por otra parte, uno se pone a pensar en qué estado de desprotección, de ninguneo estamos como trabajadoras/es y que poca representación desde las instituciones musicales que se manejan desde cómodas cúpulas de poder.
CF: Sé que estás en un nuevo proyecto discográfico, con la alegría que eso representa, después de la experiencia Covid 19. Contanos de qué se trata, cómo lo estás viviendo, hablanos sobre este nuevo material y cuándo lo podremos tener.
JS: Estamos en la etapa final de un nuevo trabajo discográfico, que, posiblemente, se llamará Los espejos del plata. Lo grabamos, casi, en vivo, en cinta abierta, junto a mis queridos parceiros Facundo López Burgos y Lechuga Beckerman, en bajo y batería, respectivamente. A lo que se sumó, en dos temas, una cuerda de candombe impresionante, liderada por Juan Candamia, de Ansina (Montevideo), uno de los mayores referentes que tiene el candombe. El toque naturalizó todo y la mistura mata.
La fotografía estuvo a cargo de Laura Tenenbaum y María Marta Garbarino. Considero que es lo mejor que hicimos hasta la actualidad. Suena orgánico, con swing, estamos muy contentos. Así que, ahora, a realizar un par de videos de rigor y a lanzarlo a las plataformas.
Por otra parte, te quiero adelantar que venimos trabajando, junto a Rubén de León, quien escribió los textos de una Cantata sobre el pensamiento y los temas que abarcaba Jorge Pistocchi. Pronto, entramos a estudio y forma parte de un proyecto ambicioso que incluye una película, sobre la que estamos trabajando junto a Mascaró Cine, con la dirección de Omar Neri y Mónica Simoncini. Con ellos ya realizamos el DVD La noche que quedó grabada y musicalicé dos de sus películas.
Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15.
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