Buenos días desde La Barra Beatles. Hoy en nuestra salsa, hablando de una canción del repertorio del cuarteto de Liverpool. Se trata de “Words of love”, un tema de Buddy Holly que lo publicó en 1957 en pleno auge de su cortísima carrera. Integra el accidentado álbum “Beatles for sale”, digo accidentado porque se hizo a los tumbos entre una gira y otra, en los ratos libres, incluso algunas de sus canciones fueron casi compuestas en los estudios de grabación. Algo de esto explica el productor discográfico George Martin: “Estaban bastante cansados durante la grabación de Beatles for Sale. No hay que olvidar que estuvieron batallando con sus giras durante todo el año 1964 y gran parte de 1963. El éxito es una cosa muy bonita, pero también es muy, muy agotador”.
Por Jorge Garacotche
En este disco aparecen varios temas de otros autores, no pudieron armar todo en base a composiciones propias como en el disco anterior “A hard day’s night”. Sacaron a relucir aquellos temas que los fascinaron en esos años, incluso algunos que tiñeron sus adolescencias. Ese es el caso de “Palabras de amor”. Paul era un fanático de ese cantante, guitarrista y compositor que, con un paso muy acotado en el tiempo, dejó algunas hermosas canciones. Fue grabada por su autor el 8 de abril de 1957, se dice que este disco simple fue un fracaso de ventas, sin embargo era cuestión de esperar, porque con los años se lo ingresó a la lista de clásicos.
Los Beatles grabaron este tema el 18 de octubre de 1964 y el álbum “For sale” se edita el 4 de diciembre de ese mismo año. Si bien conocí algunas de estas canciones por la radio, no tuve este disco y mis amigos tampoco. Creo que allá por mediados de 1968 un pibe más grande que yo, Ricardo Rodríguez, me hizo conocer el álbum y hasta me lo prestó, es que me veía con una emoción imparable ante esas canciones. Días después compré “Beatles for sale” y no paraba de escucharlo, estoy seguro que es uno de los discos más energéticos de Los Beatles. Recuerdo tardes en las que escuchaba esos temas y tenía la sensación de recibir una inyección de vida, nunca sentía algo así, tanto entusiasmo salvo cuando escuchaba a Los Beatles, y este disco en particular era poderoso.
Recuerdo el año 1970, cuando este disco era para mí de cabecera, me pasaba largos ratos escuchando y tratando de direccionar esa energía que percibía. Era el tiempo en donde un pibe trata de mirar hacia adelante, imaginar qué podría hacer con su vida, sobre todo en el corto plazo. Mis planes cambiaban con las semanas, mis amigos hacían algo parecido, entonces algo tranquilizaba ese desconcierto que me rodeaba. Las canciones se sucedían, me fascinaban las melodías, esa fuerza arrolladora que parecía hacer explotar a cada uno de sus instrumentos. Empezaba a darme cuenta que mi oído musical permitía captar el trabajo que realizaba cada instrumento, su lugar en la banda, los arreglos que armaban todo ese mapa que se despliega detrás de las voces, habían activado un diálogo fértil, propio, y se podía descifrar para iniciar otro recorrido. Así llegaba a los solos y entonces la guitarra pasaba al primer plano, era mi necesidad de decodificarla la que la ubicaba en ese lugar. Comencé a desarrollar un micro fanatismo: el laburo de George Harrison.
Nunca le había parado la oreja a lo hecho por un instrumento en particular, me concentraba en la melodía, la voz, algo del ritmo y lo que se movía por detrás no estaba en mi radar. Pero esto empezaba a cambiar, la guitarra de George iba creciendo en mi curiosidad, algo en el sonido inquietaba, hablaba distinto, las notas, activas y lúcidas, se entrelazaban de manera que hacían que mi atención salga del plano de la voz y fuera a buscarla y quedara ahí, siguiendo cada paso, cada movimiento. Esto se daba a través de todo el disco, pero había un tema que iba a buscar porque allí la guitarra parecía copar la canción, era “Words of love”. La melodía me gustaba, esa dulzura constante en las voces de John y Paul, pero la guitarra también relataba la letra, en otro lenguaje, claro, pero hacía propio el título de la canción. Ya en la intro era inquietante, ese sonido filoso, esa nota que se despega, se arrastra y otra vez se reúne con el acorde, y cuando se queda sola diría que se para a explicar lo que viene, y cuando sabe que el mensaje quedó claro se vuelve a sentar.
Escuché con gran concentración y descubrí dónde radicaba lo llamativo del ritmo, algo que no da descanso a lo largo de toda la canción, es Ringo, pero no la batería, sino pegarle a una caja de embalar. Hace corcheas, es decir que pega dos golpecitos por cada tiempo, maravilloso, una gran idea que sedujo a muchos. Por ejemplo a Charly García que se llevó esa idea al enorme “No soy un extraño”.
Las partes de guitarra en la versión original son muy agradables, incluso es altamente sorprendente que por detrás hay una percusión bolerística que hace raro al fondo. George modifica algunas notas y todo es más melodioso y agradable, es que esa es precisamente su marca. Lo de Holly es brillante, sin duda, pero lo de Harrison es genial, le sube la apuesta a la melodía, fabrica un abrazo entre la maestría y la elocuencia. Seguramente Buddy, desde el cielo de los compositores, se habrá pasado muchos días sonriendo de puro agradecido, un pibe inglés había embellecido su canción con algunas pinceladas fantásticas, esas que hacen volver la mirada hacia el cuadro y brindan un ratito de delicia.
El equipo beatle salió a la cancha con estos instrumentos:
John Lennon – Voz, Guitarra rítmica (Rickenbacker 325c58).
Paul McCartney – Voz, bajo eléctrico (Höfner 500/1 63′).
George Harrison – Voz, guitarra líder (Gretsch Tennesssean).
Ringo Starr – batería (Ludwig Super Classic).
Sigo pensando que el sonido de la guitarra de George estaba dotado de una energía diferente, es mucho más melodiosa y, sobre todo, muy rítmica, que la versión original, y con esas corcheas de Ringo la fiesta estaba asegurada. Yo escuchaba el tema todos los días y una tarde me di cuenta que me llegaban mensajes a través de todo aquello. Parecía un loco frente al tocadiscos, iba de conmoción en conmoción, todo emocionaba pero la guitarra me llevaba de viaje, hay en el toque una sutileza que desconocía, ahí yace la clave. Quizá fue la primera vez que me las vi frente a la toma de conciencia del significado del buen gusto, y era eso lo que quería. Ese modo mágico de expresar los sentimientos. Yo hablaba mucho, la verborragia empezaba a ser una aliada, pero la guitarra iba más lejos, carecía de fronteras. Las palabras dependen de la persona que las pronuncia, sino no significan nada, la guitarra parecía viajar sola, la música viaja sola y no se la puede detener.
Los religiosos la quieren secuestrar para manipularla, los fachos buscan prohibirla porque los perturba, los amigos con ella se unen más, los que se aman a través de ella se atraviesan. La música, loco, qué inmensidad.
Una tarde, parado en la esquina de la avenida Corrientes y la triste avenida Juan B. Justo, me di cuenta que necesitaba una guitarra. Lo empecé a pensar, debía elaborar un plan. Primero iría por un trabajo, no importa cual, al reunir el dinero suficiente el juego capitalista se volcaría a mi favor.
Desde esa tarde hasta mi ingreso a Antigua Casa Núñez, y volcar una quincena de mi sueldo, pasó exactamente un año. La culpable fue la duda en mí, como siempre ocurre, las cosas están ahí, es uno quien se acobarda. El problema no era menor, acá empieza el trabajo de los justificativos. El entusiasmo estaba a flor de piel, las ganas desbordaban, pero… el temor fue clarísimo con su pregunta filosa: ¿Y si no te sale? ¿Si con el entusiasmo no alcanza y al tiempo descubrís que no es para vos? Nunca conocí a alguien tan jodido para preguntar como el miedo, hasta con los malos se puede discutir, pero el miedo es el verdadero hijo de puta.
Y fue una mujer, como siempre. Justo vivía sobre la triste avenida Juan B. Justo, se llamaba Laura y en su casa había un equipo de puta madre, el volumen te mataba. Fui con el disco “Beatles for sale”, le pedí que ponga “Words of love” a todo lo que da. La intro subió por la espalda, pareció dar golpes en la piojera, se metió en mi cabeza sin pedir permiso y cuando llegó el solo aterricé en un país que no conocía, y hasta hoy esa es mi tierra. Me fui apurado, Laura habrá pensado: “Este todavía no es músico y ya está loco…” Yo quiero ir a muchos lugares, pero una mujer siempre es la que señala la ruta.
Las voces de los tipos repetían pocas frases: “vos cantás, encima tocás la viola, minas no te van a faltar…”; “vas a estar en un cumpleaños, todos se aburren y solo comen para engordar, sacás una guitarra y los transformás a todos…”; “vos cuando cantás y tocás la viola poné cara de profundo, alguna minita se te va a venir encima, no falla…”. Las chicas me decían: “¿tocás la guitarra, qué lindo…”, y ponían una cara que nunca había visto. Los envidiosos acusaban: “Las mejores minas se la llevan los músicos”, y ahí me dije “¡atenti, loco, la vida es solo una cosa, las mujeres, todo lo otro se compra o se pierde”. ¿Qué las minas se pierden? No, eso jamás, siempre dejan algo que no se borra con nada, y si uno es memorioso y sabe esconderlo de ojos malintencionados es feliz para siempre.
Dejame oírte decir las palabras que anhelo escuchar, cariño, cuando estás cerca, palabras de amor que susurras suave y sinceramente, cariño, te amo”. Me encantaban esas palabras tan simples como certeras; después fui descubriendo que no sonaban muy originales que digamos, pero bueno, una canción de 1957, yo, un adolescente de Villa Crespo que miraba al amor solo en los cines, que lo espiaba en las plazas, imaginando que era un mundo solo habitado por otros privilegiados.
Más de uno se va a preguntar adónde está la velocidad en el solo de guitarra de Harrison, la maratón de notas, el despliegue técnico, pero yo no hablo de eso, acá se nombra la sensibilidad, lo emotivo montado a notas elegidas desde el cuore de un pibe que en poco tiempo pasó de ser un hijo de colectivero, electricista de barrio, a ser estrella mundial y grabar su nombre en la historia grande, no la de las guerras sino la de las alegrías, esa que no está en los libros sino en los recuerdos más gratos de los pueblos.
Una de las tareas más complejas en la adolescencia es saber esperar la voz de alguien que nos llame, y esa voz funciona como un bautismo, da una nueva identidad. Por aquellos días imaginaba a una mujer, los sonidos de la guitarra comenzaban a llamarla, a darle un mapa de mi barrio, la foto del umbral de mármol donde yo me sentaba a esperar a los sueños.
Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires).
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