A lo largo del año hemos tenido ocasión de conocer a algunos compositores que escribían a velocidad de vértigo y ahora vemos a Puccini, que en el curso de una sola noche de 1890 evocó un elegíaco ramillete de crisantemos musicales para cuarteto de cuerdas.
La velocidad a la que lo compuso es tanto más notable porque era un momento angustioso para Puccini, afligido como estaba por el fallecimiento de su amigo Amadeo de Saboya, duque de Aosta y rey de España entre 1871 y 1873; los crisantemos, en las culturas latinas, es una flor asociada con los difuntos.
Quizá sorprenda que Puccini optara por el cuarteto de cuerdas, dado que a duras penas componía nada que no fuera para el teatro de ópera. (El propio Puccini reconocía que su único talento estaba ahí. En 1920 señaló: «Dios Todopoderoso me tocó con el índice y me dijo: “escribe para el teatro; recuérdalo, solo para el teatro”. Y siempre he obedecido el supremo mandato».) Como es lógico, se sintió muy satisfecho cuando tres años después recicló estas limpias melodías para su ópera Manon Lescaut, donde el tema de los Crisantemos es el motivo que acompaña la muerte de Manon.
Clemency Burton-Hill
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