María Malibrán fue una de las divas más famosas de su tiempo: una cantante que causó sensación en Italia, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos, además de la España de la que procedían sus padres (ella nació en París).
Entre sus admiradores estuvieron Rossini, Bellini, Donizetti, Liszt y Mendelssohn, que en cierta ocasión escribió un aria especial con violín solo para ella y su compañero, el violinista belga Charles de Bériot.
María Felicia García Sitches (llamada Malibrán por haberse casado con un banquero francés mucho mayor que ella) fue toda una leyenda por su personalidad arrolladora. Invariablemente era descrita (por los hombres) con epítetos hiperbólicos: un día era un «ángel» y al siguiente una «sirena encantadora que inflamaba a los oyentes». Rossini, en cuyas óperas apareció a menudo su padre, Manuel García, y con cuya música estuvo muy relacionada, afirmó en cierta ocasión:
¡Ah! ¡Maravillosa criatura! Con su desconcertante genio musical sobrepasaba a todas las que querían emularla y con su espíritu superior, sus dilatados conocimientos y su terrible carácter eclipsaba a todas las demás mujeres que he conocido…
(Me encanta Rossini en estas manifestaciones porque subraya el «espíritu superior» y no otros puntos de interés.) Porque Malibrán estaba claramente superdotada: además de ser una cantante estelar, madre y compañera sentimental de Bériot, escribió su propia música, alrededor de cuarenta obras para voz solista o para dúo antes de morir en Mánchester a los veintiocho años, tras caerse accidentalmente de un caballo.
La pieza que proponemos hoy es lo que su título indica: un toque de tambor.
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