La derecha solo hace números. La guía para sus cuentas son la codicia y la falsedad. Hasta en los DD.HH. ven un curro y pretenden discutir el número de desaparecidos, cual si la cifra no representara vidas, no fuera real ni tuviera un sentido simbólico. Una guerra, para ellos, es solo una variación en el precio de los commodities. Solo hacen cuentas, para su propio beneficio y para mentir. Cuentas cuyo saldo resta como muerte para los otros.
El candidato del capital, Milei, escenifica como pocos esta encarnación de la estafa: a punto del estallido, propone apostar aún más fuerte por el capitalismo que nos lleva a ese estallido. Su retórica de cambio retoma banderas del 2001, con el «que se vayan todos» cantado por sus seguidores, pero propone como salida el liberalismo económico que produce esa crisis. Algo que era impensable en aquel diciembre, pero que 22 años después resultó ser la opción más votada en las Paso. Cabe recordar que hace 20 años la elección la ganaba su admirado Carlos Saul, que se bajó del ballotage para no perder por goleada. Ahora, de llegar este Nuevo Menem a la misma instancia, aún resulta incierto el resultado.
Debemos reconocer errores propios como para que pueda darse este escenario apocalíptico al que asistimos, claro. Pero me resulta de mayor interés pensar en la crisis a la que nos lleva el anarcocapitalismo que transitamos, tan libertario como el propio Milei: podes elegir morirte como gustes, pero resulta cada vez más difícil elegir vivir. Por sostener las lógicas de este sistema de producción en decadencia terminal, que lleva a la destrucción del planeta, los distintos gobiernos populares deben enfrentar la crisis que no provocaron pero que los arrastra en su andar.
(...) Una propuesta de salida que se me ocure: capitalismo de Estado. Para enfrentar a las corporaciones que están destruyendo al planeta, deben los Estados recuperar su fase organizativa y productiva dentro del sistema en el que aún estamos atrapados. Demostrar que la única manera de lograr una producción razonable es si se la planifica, logrando así evitar el desperdicio y la contaminación que son hoy sustanciales dentro del capitalismo. Y concretar la redistribución apostando a la oferta, de modo tal que la intervención en el mercado no sea sólo con controles, sino especialmente con propuestas. Es inadmisible que no contemos con producción estatal de lácteos, carnes, panificación, hortalizas y vegetales, etc. No sólo apostando a mejores trabajos, sino a una mejor producción y alimentación de nuestra población. Lo mismo con diversos bienes y servicios, donde la conectividad digital es fundamental. Y demostrar que la mejor administración es la estatal, con trabajadoras/es que asuman su tarea como un auténtico servicio público.
Porque hay propuestas que dentro del sistema parecían imposibles, pero que la actual coyuntura no hace más que imponer como necesarias. Como la reducción de la jornada laboral, que de ser una propuesta vacía de las izquierdas pasó a convertirse en proyecto de ley de nuestra fuerza política. El cambio climático nos obliga a una reconsideración urgente del modo en que producimos, y veremos esto avanzar rápidamente en los próximos años. Un ejemplo: la responsabilidad de las empresas sobre los desperdicios que producen con el empaquetado de sus productos. En unos años será inverosímil el modo en que las empresas basan sus ganancias desconociendo el gasto social que implica la basura que producen sus envases.
Esto son sólo algunos apuntes, ante esta crucial elección que se nos avecina. Disparados por el espanto de ver al capital, una vez más, ofreciéndonos su salvavidas de plomo ante la inundación que provocó. Con fe en que nuestro pueblo sabrá esquivar a tiempo la estafa piramidal que nos proponen. Y que como organización política y social, como movimiento nacional, aprehendamos del abismo al que nos enfrentamos por no profundizar y actualizar nuestra doctrina.
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