La verdad que acabó viendo la luz sucedió cuando García propuso que estrenásemos Parte de la religión en el boliche Space Lab de Rosario. Pude conocer así la ciudad que tanto me intrigaba, luego de abordar un bus junto a la comitiva y dos invitados selectos: Fito Páez y Fabi Cantilo. Por Fernando Samalea -¡Acá cursé la secundaria! -gritó Fito, señalando el Dante Alighieri por la ventanilla, mientras ingresábamos a la urbe por el Bulevar Oroño. -¡Éramos tan pobres! -retrucó Charly, parafraseando a Olmedo. Corría el otoño de 1987 y mi romance rosarino fue instantáneo. Tomé ese primer vistazo como una educación arquitectónica, rendido ante su halo europeo y art decó. Hasta entonces solo había visualizado algunos relatos de Fontanarrosa, Llegamos de los barcos de Litto Nebbia, el cine de Birri, Los Gatos Salvajes o la denominada “trova” al comprar Tiempos difíciles de Juan Carlos Baglietto y saber de reojo sobre Abonizio, Fandermole, Garré, Goldín o el propio Páez. Gustaba