Vivimos una profunda crisis de humanidad en que se gestan espacios de alta criminalidad de Estado dirigidos a la aniquilación de pueblos enteros –limpieza étnica–, una intención genocida que no se oculta, contando con la tolerancia de una irresponsable comunidad política euroestadunidense. Los pueblos, de un lado y del otro, son siempre los perjudicados. Ataques de Israel contra Palestina dejan al menos 3.300 muertos según el informe preliminar del Ministerio de Salud de Gaza (por lo que cifra seguramente será mucho más alta). Este martes, el impacto de un proyectil en un hospital de Gaza, en el que había decenas de pacientes, médicos y rescatistas, y unas 1.000 personas refugiadas, dejó cientos de fallecidos, el Ministerio de Salud de Gaza reportó que había más de 500 muertos, mientras que la ONG Médicos Sin Fronteras, que tiene médicos en el hospital, calificó el ataque como "una masacre". Recordamos que la venganza no tiene nada que ver con la defensa.
Son tantos los pedidos, los clamores, los reclamos, los llamados que hacen los humanistas de todas las latitudes por la solución de este conflicto que lo más coherente que se me ocurre es hacer un llamamiento a todo el pueblo humanista, a todos aquellos que tengan interés y gusto, a venir a esta tierra a la vez tan fascinante y tan terrible, que ha visto despertar en ella lo mejor del ser humano pero que también lo ha visto en algunos de sus peores momentos, a traer aquí un renovado Mensaje de paz y humanismo. No en vano Silo mencionó a Israel y Palestina, entre otros, como lugares de un especial interés.
Hace poco un amigo preguntaba: “¿será que los humanistas estamos demasiado adelantados al sacralizar la vida humana?” si esto es así, pues qué se manifieste en este lugar tan necesitado.
El cambio que anhelamos no sucederá por sí mismo. En muchísima gente, jóvenes y adultos, se ve una gran desorientación. El camino de la reconciliación, en lugar del camino del resentimiento y la venganza, no está claro. Hacen falta guias que muestren el camino. ¡Seamos esos guías!.
Aaron Elberg - Vive en Israel y es activista por la paz y la no violencia.
Condenamos las acciones que ha llevado a cabo el Gobierno del Estado de Israel contra la población palestina residente en la Franja de Gaza, incluyendo bombardeos indiscriminados que han afectado a viviendas y estructuras críticas como centros de salud, colegios o carreteras, que se han saldado con más de 3.000 personas fallecidas y más de 10.000 heridas. Condenamos el bloqueo de la ayuda humanitaria y el corte de los suministros de electricidad, agua y combustibles que, desde el anuncio de lo que desde el gobierno israelí ha calificado como "asedio total", ha dejado sin recursos a más de 2 millones de personas. Un bloqueo que lleva produciéndose desde el año 2007.
Condenamos la orden dada por el Gobierno del Estado de Israel de ordenar el desplazamiento de alrededor de un millón de personas al sur de la Franja de Gaza en menos de 24 horas, dejando un único corredor seguro hacia Egipto que, además, fue también bombardeado, tal y como denunció Amnistía Internacional e informaron diversos medios. Condenamos al Gobierno del Estado de Israel por utilizar fósforo blanco para bombardear a la población civil en Gaza y en Líbano, un arma que provoca quemaduras y malformaciones permanentes, que ya empleó en 2014 y que cuyo uso está prohibido por el derecho internacional desde 1997.
Pero más allá de este nuevo conflicto, condenamos al Gobierno de Israel por sus crímenes y violaciones de los derechos humanos al imponer lo que el relator especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) calificó de "apartheid" para definir la situación en la que vive la población palestina, donde sus derechos se ven seriamente limitados y sufren grandes discriminaciones con respecto al resto de la población ya que, por ejemplo, no se admite que la población palestina sea ciudadana de pleno derecho del Estado de Israel al mismo tiempo que no se acepta la existencia del Estado de Palestina. Los palestinos no pueden circular libremente por su país, ni votar, ni decidir sobre asuntos que les afectan a nivel general. Situación denunciada también por Amnistía Internacional, Human Rights Watch e incluso políticos y grupos israelíes, críticos con esta situación. Condenamos, además de estas violaciones y abusos de los derechos humanos, otras denunciadas por asociaciones como Amnistía Internacional, que denunció que la población palestina había sido objeto de asesinatos extrajudiciales, torturas y otros crímenes, que en 2022 documentó en un informe de 280 páginas en lo que calificaron de crímenes de lesa humanidad.
Hacemos claro nuestro rechazo absoluto y nuestra condena firme al empleo de la violencia y al abuso de los derechos y las libertades de la población civil de cualquier pueblo como método para perseguir fines políticos o de otra índole, sea del bando que sea. También denunciamos las actitudes racistas, xenófobas, supremacistas y fundamentalistas que han caracterizado al conflicto, tales como tildar a la población palestina de "animales" por parte del Gobierno del Estado de Israel. Por otro lado, condenamos las conductas y actitudes antisemitas hacia la población judía. También abogamos por diferenciar entre la población judía de su gobierno y de los sectores radicales, así como entre la población palestina y organizaciones como Hamás.
En ese contexto, recordamos las palabras de Eduardo Galeano escritas en 2012 y que hoy cobran renovado vigor...
Desde 1948, los palestinos viven condenados a la humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.
Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelita usurpó.
Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina. Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.
Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.
No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.
Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros.
¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza?
El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?
El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica. Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.
Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan
a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.
La llamada comunidad internacional, ¿existe? ¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro? Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más.
Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad.
Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.
La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra.
Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son,
antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.
(Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró).
Eduardo Galeano
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