La música británica Sally Beamish se dedicó a componer a causa de una desgracia personal: en 1989 le robaron la viola, su bien más preciado y totalmente insustituible.
La verdad es que venía componiendo desde pequeña. «Mi madre me regaló un cuaderno azul de papel pautado y me enseñó a escribir en los pentagramas
—recuerda—. Los signos que yo ponía eran flores, caras, y así aprendí que la posición exacta en aquellas cinco rayas, o entre ellas, traducía milagrosamente las diferentes notas de su violín». No obstante, tuvo que aparcar la composición porque se dedicó a tocar la viola de manera independiente y luego fue madre.
Perder la viola cambió esta situación. «Me dije que de aquello debía salir algo interesante —cuenta—. Quería ser capaz de mirar atrás y decir: “Si no me hubieran robado la viola, entonces no habría…” Y lo que más había querido en la vida era ser compositora las veinticuatro horas del día.»
Dejó Londres y se mudó a Escocia con sus dos hijos pequeños y su marido, el violonchelista Robert Irvine, al que ya conocimos por mediación de Eleanor Alberga (6 de agosto). Estimulado por su mentor, Peter Maxwell Davies (5 de mayo), se dedicó a componer y escribió música de cámara, vocal, coral y orquestal.
La pieza de hoy, muy personal, se escribió en 1994. Beamish comenta: «describe la tristeza que sentí a raíz de un aborto espontáneo». Basada en una canción local, «Braw, braw lads of Gala Water», describe un abanico de emociones en vivo.
La pareja tuvo una niña en fecha posterior. Y de esa forma feliz con que la vida cierra a veces determinados círculos, cuando Stephanie cumplió dieciocho años decidió ser lutier, es decir, fabricante de instrumentos de cuerda. Ya pueden imaginar lo que pasó: que le construyó una viola a su madre.
Clemency Burton-Hill
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