La campaña electoral más desangelada y carente de ideas que se recuerde en mucho tiempo termina en medio de un festival de caranchismo político con el dolor ajeno, lo que ya es una marca de origen de nuestra derecha vernácula; aquella que bien decía Rodolfo Walsh que estaba inclinada al asesinato. Pero eso sí: con la virtud de señalar siempre la violencia de los otros. En apenas 48 horas pasaron de traficar con la tragedia de la muerte de Morena, a cerrar filas en defensa de la desproporcionada violencia institucional de la policía porteña, que se terminó cobrando la vida de un manifestante en el obelisco. Porque a la hora de defender Chocobares no hay halcones ni palomas, sino solo buitres.
De hecho, el "moderado" Larreta eligió como su compañero de fórmula nada menos que a Gerardo Morales, el carcelero de Milagro Sala que instauró en Jujuy un Estado policial para la persecución y represión de toda disidencia política o social que amenace su poder, y sus negocios. Y lo eligió precisamente por eso: no tenemos pruebas, pero tampoco dudas al respecto.
El aval explícito de Larreta a sus canas por la muerte del manifestante se inscribe no solo en su necesidad de no perder votos en la disputa con Patricia Bullrich, sino a enviar al conjunto de la sociedad el mismo mensaje que bien podría suscribir la ex ministra de De La Rúa y Macri: si llegan al gobierno se vienen cambios, y al que no le gusten, se jode. Y si protesta, ya sabe lo que le espera.
Sin embargo, nada de todo esto es nuevo y sucede y se perpetúa porque estos discursos -y sobre todo éstas prácticas degradantes de la democracia- tienen consenso social, porque de lo contrario el laboratorio electoral de la derecha recalcularía sobre sus pasos, y probaría de nuevo por el lado de los globos, el clima festivo y el discurso del 2015 de "no te vamos a sacar nada de lo que tenés, solo vamos a mejorar lo que está mal".
Cabalgando sobre la base de hechos reales -como la inseguridad creciente, en especial en las grandes ciudades-, la derecha explota como lo hace siempre las más bajas pasiones humanas y las manipula en su exclusivo beneficio. Y es necesario hacer un esfuerzo mayúsculo para no perder la compostura discursiva y política y caer a su bajeza redoblando la apuesta de los disparates, sin dejar al mismo tiempo de empatizar con la gente común que sufre las consecuencias de la violencia (como la familia de Morena), y de darles las respuestas que se merecen en modo de políticas públicas eficaces para combatirla.
En ese sentido, parece acertado lo que venía diciendo Massa (cultor en otros tiempos del discurso "manodurista" y las soluciones fáciles a la Giuliani) en sus spots de campaña en cuanto al "falso orden de la represión", y hasta un punto anticipó lo que terminó pasando ayer en el obelisco porteño: con policías bravas -con los débiles, con los pobres, con los que reclaman por sus derechos- que se sienten avaladas por un discurso insensato e irresponsable desde el poder político, es cuestión de contar los muertos, simplemente. Los actuales y los futuros.
Porque hay además allí todo un discurso sobre la violencia y los violentos, al que si se lo rasga un poco, se descubre que en realidad para ésta gente no son ni los narcos ni los motochorros -aunque no se priven de presentarse como los adecuados para terminar con esas amenazas- sino los piqueteros, los trabajadores o los sindicatos. Tampoco, por supuesto, para ellos la violencia no está nunca en los delincuentes de guante blanco, en los lavadores de guita, ni en los fugadores de capitales; que son los que crean el caldo de cultivo de la desigualdad en el que crecen la violencia y el delito.
Es que la idea es que para que el país supere su crisis es necesario hacer cambios, esos cambios suponen necesariamente recortes y privaciones de derechos y el que no lo entienda -y peor aun: el que no lo acepte, y decida hacer algo al respecto- atenta contra el conjunto, y debe ser aleccionado, incluso con violencia. Más aun: antes que nada con violencia, para que cunda el ejemplo.
Eso es lo que está queriendo decir Larreta, que es lo mismo que viene diciendo Bullrich, y es lo mismo que dicen Macri o Milei. Porque podrán discutir si el domingo están todos juntos o no en un "búnker" esperando los resultados, pero en esas cuestiones que para ellos son esenciales, siempre estuvieron de acuerdo.
Nota original
De hecho, el "moderado" Larreta eligió como su compañero de fórmula nada menos que a Gerardo Morales, el carcelero de Milagro Sala que instauró en Jujuy un Estado policial para la persecución y represión de toda disidencia política o social que amenace su poder, y sus negocios. Y lo eligió precisamente por eso: no tenemos pruebas, pero tampoco dudas al respecto.
El aval explícito de Larreta a sus canas por la muerte del manifestante se inscribe no solo en su necesidad de no perder votos en la disputa con Patricia Bullrich, sino a enviar al conjunto de la sociedad el mismo mensaje que bien podría suscribir la ex ministra de De La Rúa y Macri: si llegan al gobierno se vienen cambios, y al que no le gusten, se jode. Y si protesta, ya sabe lo que le espera.
Sin embargo, nada de todo esto es nuevo y sucede y se perpetúa porque estos discursos -y sobre todo éstas prácticas degradantes de la democracia- tienen consenso social, porque de lo contrario el laboratorio electoral de la derecha recalcularía sobre sus pasos, y probaría de nuevo por el lado de los globos, el clima festivo y el discurso del 2015 de "no te vamos a sacar nada de lo que tenés, solo vamos a mejorar lo que está mal".
Cabalgando sobre la base de hechos reales -como la inseguridad creciente, en especial en las grandes ciudades-, la derecha explota como lo hace siempre las más bajas pasiones humanas y las manipula en su exclusivo beneficio. Y es necesario hacer un esfuerzo mayúsculo para no perder la compostura discursiva y política y caer a su bajeza redoblando la apuesta de los disparates, sin dejar al mismo tiempo de empatizar con la gente común que sufre las consecuencias de la violencia (como la familia de Morena), y de darles las respuestas que se merecen en modo de políticas públicas eficaces para combatirla.
En ese sentido, parece acertado lo que venía diciendo Massa (cultor en otros tiempos del discurso "manodurista" y las soluciones fáciles a la Giuliani) en sus spots de campaña en cuanto al "falso orden de la represión", y hasta un punto anticipó lo que terminó pasando ayer en el obelisco porteño: con policías bravas -con los débiles, con los pobres, con los que reclaman por sus derechos- que se sienten avaladas por un discurso insensato e irresponsable desde el poder político, es cuestión de contar los muertos, simplemente. Los actuales y los futuros.
Porque hay además allí todo un discurso sobre la violencia y los violentos, al que si se lo rasga un poco, se descubre que en realidad para ésta gente no son ni los narcos ni los motochorros -aunque no se priven de presentarse como los adecuados para terminar con esas amenazas- sino los piqueteros, los trabajadores o los sindicatos. Tampoco, por supuesto, para ellos la violencia no está nunca en los delincuentes de guante blanco, en los lavadores de guita, ni en los fugadores de capitales; que son los que crean el caldo de cultivo de la desigualdad en el que crecen la violencia y el delito.
Es que la idea es que para que el país supere su crisis es necesario hacer cambios, esos cambios suponen necesariamente recortes y privaciones de derechos y el que no lo entienda -y peor aun: el que no lo acepte, y decida hacer algo al respecto- atenta contra el conjunto, y debe ser aleccionado, incluso con violencia. Más aun: antes que nada con violencia, para que cunda el ejemplo.
Eso es lo que está queriendo decir Larreta, que es lo mismo que viene diciendo Bullrich, y es lo mismo que dicen Macri o Milei. Porque podrán discutir si el domingo están todos juntos o no en un "búnker" esperando los resultados, pero en esas cuestiones que para ellos son esenciales, siempre estuvieron de acuerdo.
Nota original
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