Para ser sinceros, en un libro sobre música clásica yo incluiría legítimamente a pocos compositores que además alardearan de ser baterías de bandas hardcore/metal y publicaran álbumes de techno experimental.
Pero el músico islandés Ólafur Arnalds, ganador de un premio BAFTA (puso la música de la popular teleserie británica Broadchurch, entre otras muchas cosas) no es el compositor clásico estadísticamente típico. Al igual que Nils Frahm, a quien conocimos en marzo, y que Max Richter, probablemente el arquitecto involuntario de toda la escena, Arnalds forma parte de un puñado de músicos que viven aventuras asombrosas en la frontera de las músicas clásica, electrónica, ambient minimalista y pop, poniendo fin a estas etiquetas.
La llamada música clásica, sin embargo, ha estado siempre en el centro de su actividad y su amor y respeto por Frédéric Chopin se remonta a sus relaciones con su abuela. Parece que, en sus años de heavy metal, cada vez que la visitaba, se sentaba junto a ella para oír música de Chopin. También estuvo junto a su lecho de muerte. «Me quedé con ella y escuchamos una sonata de Chopin —cuenta—. Luego le di un beso de despedida y me fui. Murió horas más tarde».
En 2015 transformó su amor al compositor en algo excepcional: una iniciativa innovadora que rompía con los géneros y que se denominaba Proyecto Chopin, que combinaba unas cuantas obras originales y su propia música inspirada en Chopin: piano, quinteto de cuerdas y sintetizador. En colaboración con la pianista germano-japonesa Alice Sara Ott y grabado en Reikiavik con pianos de varias clases y equipo de grabación antiguo, el álbum describe un mundo sonoro etéreamente bello que pone este nocturno original bajo una luz nueva y meditativa.
Clemency Burton-Hill
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