Chapeau para este compositor inglés, sin discusión el más importante de su generación. De un modo u otro supo servir a cuatro monarcas con distintas prácticas religiosas en uno de los períodos más turbulentos de la historia inglesa, y sin que le cortaran la cabeza.
En otras palabras, si alguna vez se han preguntado qué impacto tuvo el protestantismo en la música religiosa inglesa —¡no!, ¿en serio?—, Tallis es su hombre.
Con fintas y amagos litúrgicos durante una prolífica trayectoria de cuarenta años, cambió de estilos, lenguajes y enfoques con una soltura y una rapidez pasmosas, hasta el extremo de que cada nuevo monarca podía reclamarlo orgullosamente como propio.
Con Enrique VIII se puso a componer música en latín, acorde con el catolicismo romano; después de la ruptura con Roma, entre 1532 y 1534, pasó a la música en latín, pero ahora anglicana. Cuando murió Enrique, en 1547, y subió al trono su hijo Eduardo, que tenía nueve años, fue obligatorio que los oficios eclesiásticos se cantaran en inglés; la nueva música coral —de la que este himno es una muestra espléndida— debía tener «para cada sílaba una nota sencilla y clara».
A raíz de la restauración del catolicismo romano con la reina María, en 1553, Tallis volvió a componer música católica en latín. Hasta que subió al trono Isabel I, hermanastra de María, y hubo que volver al inglés.
Uf.
Dios sabrá lo que Tallis pensaba de todo esto y dónde estaban sus convicciones religiosas y sus sentimientos personales. Pero la música que nos ha legado contiene algunas de las joyas más preciadas de todo el canon, que todavía ejerce, como veremos, una profunda influencia en algunos compositores actuales (véase, por ejemplo, el 26 de agosto).
Clemency Burton-Hill
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