Después de la joya de ayer del octogenario Richard Strauss, hoy visitamos a otro compositor en el tramo final de su larga e ilustre vida. No porque esta música sea «propia de ancianos», ni mucho menos; es todo lo contrario: desde el comienzo mismo, innegablemente lírico, burbujea con un encanto y una elegancia formal y limpia que nos devuelven a la época clásica.
Con instrumentos de madera mucho peor representados en el repertorio que sus compañeros de cuerda, Saint-Saëns —que en cierta ocasión afirmó que él «daba música como el manzano daba manzanas»— quiso cargar durante su último año de vida con la responsabilidad de crear sonatas individuales para oboe, clarinete, fagot, flauta y corno inglés (un instrumento muy arrinconado pero con sonido precioso que podría estar entre el del oboe y el del fagot).
Pero ay, murió antes de terminar todo el plan, dejando a generaciones de flautistas y especialistas en corno inglés con la duda de lo que habría podido ser la sonata respectiva. Con más nueces que ruido, Saint-Saëns explota aquí las mejores posibilidades del clarinete e introduce este instrumento en el siglo XX. Un diamante y no precisamente en bruto.
Clemency Burton-Hill
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