¿Recuerdan que hace un par de meses asistimos a la boda del violinista belga Eugène Ysaÿe? ¿Qué le regalaron la fantástica sonata para violín de César Franck (18 de junio) y que la tocó para sus invitados? Pues aquí tenemos al personaje, un tipo obsesionado por Bach hasta el tuétano.
Casualmente, esta pieza también fue un regalo para otro violinista, su gran amigo Jacques Thibaud, que empezaba ritualmente sus prácticas diarias con la partita en mi mayor de Bach que oímos ayer. Ysaÿe estaba fascinado, ¿qué digo?, obsesionado por esta obra; él mismo había querido escribir su propia serie de sonatas para violín solo, inspirándose en Bach, no basándose en él, pero admitió que su incapacidad para escapar a la omnipresente influencia del gran maestro ponía en peligro su plan.
De modo que domó a la bestia, por así decirlo, invitándola a entrar: empieza con una cita directa del principio del preludio bachiano, sotto voce, y a continuación entreteje una despreocupada paráfrasis de aquel con el tema del «Dies irae» de la Misa de Réquiem (punto de referencia, asimismo, de muchísimos otros compositores, como Thomas Adès, Johannes Brahms, Hector Berlioz, Gustav Mahler y Wendy Carlos). Ysaÿe intenta una y otra vez eliminar las frases de Bach de su obra; pero las frases vuelven una y otra vez: hasta que los dos temas se resuelven en un chispeante y travieso final.
La obra se escribió en 1922, el año del Ulises de James Joyce y de La tierra baldía de T.S. Eliot, dos cumbres del vanguardismo literario. Sin embargo, Ysaÿe señaló que la obra estaba compuesta en un «lenguaje deliberadamente posvanguardista» (las cursivas son mías): y la verdad es que a mí me suena a algo emocionante y vigorizantemente nuevo.
Clemency Burton-Hill
Comentarios
Publicar un comentario