Por Jorge Garacotche
Hace unos días ingresé a un viejo café en la ciudad de Bs As y en una tele estaban pasando un video de Carlos Gardel, el inventor de este formato allá por la década del ´30. Allí Carlitos, junto a sus tremendos guitarristas a través del tangazo “Yira yira”, le daban duro y parejo a la hipocresía.
Vengo de un barrio, de una casa, con una idiosincrasia tanguera. Mi viejo era fanático gardeliano, acumulaba discos, revistas, libros y todo lo fundamental como para mostrarme ese mundo viejo, mundo que cuando leía esas letras no parecía tan viejo. Transcurría la década del sesenta y la censura gozaba de muy buena salud paseándose con absoluta soberbia por un país acorralado. Se turnaban gobiernos radicales y militares en el manejo de las restricciones. El peronismo estaba proscripto y en mi barrio todos y todas puteaban en voz baja por ello. Pero en nuestras casas las fotos de Perón y Evita no le daban bola a los censores, ellos lucían de gala, sonreían vestidos de fiesta y hasta sabíamos que formaban parte de la familia. ¡Hay que ser pelotudo para tratar de prohibir a los familiares!.
Veíamos a nuestros padres muy esperanzados con el regreso de los buenos tiempos, mientras tanto sonaban anécdotas e historias que se parecían muy poco a lo que nos tocaba vivir. Se hablaba de derechos, dignidad, festejos, anhelos, y una serie de realidades tan novedosas como emocionantes, sobre todo para gente que conocía el rostro del abandono, del olvido y sus precariedades. La mayoría de esos relatos nos eran transmitidos a través de pupilas humedecidas por una melancolía que provocaba temblores. Y allí estaba de fondo el tango, un ritmo y una poética que parecía el vehículo perfecto para esa transmisión.
La letra de “Yira yira” relata un tiempo cruel, una crisis profunda sin precedentes, la del ‘30, como describiendo la ausencia de todo contacto con la vida digna. Una visión dramática de la gente pobre con un destino que iba directo al fracaso total. Un mundo que solo se esforzaba por traer desgracias en cuotas. Algo que íbamos a ver en documentales en el viejo Cine Villa Crespo, donde mostraban la asquerosa aventura nazi, comprobándonos que la mierda no era un relato de ficción sino la peor de las realidades. Uno se asustaba al comprobar que había gente capaz de hacer aquellas salvajadas que uno no haría ni siquiera en la peor de sus pesadillas.
Estar bien en la vía, sin rumbo, desesperado, rajando los tamangos buscando ese mango que te haga morfar y no encontrando un carajo, solo la tristeza envuelta en papeles falsos con yerba de ayer secándose al sol. Rodeado de indiferencia del mundo, que es sordo y es mudo, sabiendo que nada es amor y que todo es mentira. Una descripción terrible de las peores consecuencias de la miseria planificada, como enseñaba el gran Rodolfo Walsh. Y uno viene de ahí, no es familiar de los oligarcas que siempre revolean manteca al techo total no tienen que pagarla ni fabricarla. No conocemos a los chicos bien, no caminamos por las calles con ellos, nunca nos van a invitar a sus cumpleaños, jamás vamos a jugar a la pelota con ellos, ni siquiera porque votemos a sus padres, ellos saben bien que nosotros no solo estamos lejos, para su lente somos invisibles.
Discépolo en 1929 se sienta a escribir una historia durísima en donde él es protagonista, no habla de algo que le contaron. A su cuerpo lo dejaron tirado después de cinchar lo mismo que a mí, mientras veía que al mundo nada le importa, yira, yira, cuando buscaba un pecho fraterno para morir abrazado.
El video que dirige Eduardo Morera muestra un diálogo sin desperdicio entre Gardel y Discépolo, allí Carlitos simula ingenuidad y le da pie a Enrique para que cuente el origen de esa letra “tan pesimista”. Discépolo, con tono paternalista, explica irónicamente aquello que Gardel conoció en su pobrísima infancia en el Abasto, castigando duro a los que la juegan de ingenuos y se despiertan a los cuarenta años. En el tango nadie toca de oreja, todos hablan de lo que conocieron, no hay teóricos ni simuladores. Alguna vez Discépolo declaró acerca de este himno: “los hombres de las grandes ciudades no pueden detenerse para atender las lágrimas de un desengaño. Las ciudades grandes no tienen tiempo para mirar el cielo. El hombre de las ciudades se hace cruel, caza mariposas de chico, de grande, no, las pisa. No las ve, no lo conmueven”. Recomiendo fervorosamente buscar en Youtube ese video y escuchar aquel dialogo entre dos tipos descomunales de la Cultura Nacional Argentina.
Un detalle instrumental: en los dos estribillos y en la intro hay un toque melancólico, se trata de un fino trabajo del negro José Ricardo, la primera guitarra de Gardel, emulando a una mandolina mediante un trémolo que trae reminiscencias de la música folclórica europea.
La vida reserva crueldades para todas y todos, las distinga uno o no, las comprenda o no, mire hacia adelante o pavee mirando a los costados cuando nos habla. El tango quizá sea el mejor estudio filosófico con fondo musical que nos puede dar muestras de lo que sucede en la vida real, o al menos si tenemos la suerte de saltar varias vallas nos puede advertir, ponernos a la defensiva de ciertos infiernos.
Alguna vez lo escuché al enorme filósofo José Pablo Feinmann decir que él sentaría en la Academia de Platón a varios autores de tango para formular esas preguntas profundas que tanto entretenían a los griegos. Los mismos que le enseñaron a los infames religiosos que no había respuestas serias, pero estos se decidieron por el racismo y el negocio para dividir y así poder vivir sin trabajar hasta el día de hoy.
Escuchar y decodificar muchas letras de tangos les puedo asegurar que son un curso veloz de sabiduría. Nos puede ayudar a encontrar explicaciones cínicas a más de una traición. Vamos a mirar algunas miserias con anteojos especiales para observar enchastres humanos. Pero ojo, a no caer en el reduccionismo barato de creer que el tango solo tiene palabras para contar penurias, tipos funestos, o denunciar minas que se rajaron. Los que no quieren pensar, los que esquivan la reflexión, los fabricantes de la estupidez, quienes todos los días faenan la superficialidad, saben que el tango es uno de sus enemigos más temibles. Y Discépolo es quizá el abanderado de esa escuela, el que nos habla en voz baja recordando de dónde puede ser que vengamos, a pesar de la tilinguería que aconseja ser otro, esa que en el espejo siempre nos muestra rubios.
"Cuando manyés que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar, te acordarás de este otario, que un día cansado se puso a ladrar...". De vez en cuando está bueno sentarse y escuchar esos ladridos, ¿quién dijo que la felicidad solo va de visita a la casa de los boludos? ¿Cuántos años hace que uno escucha a los falsos decirnos que si lo deseamos, podemos, que si somos crédulos la realidad se acomoda a nuestros sueños, que el amor de la televisión o de algunas películas nos pueden tocar justo a nosotros, por más que no nos paguen una fortuna para simularlo?.
Por esos años en que mi viejo me hacía conocer a Discépolo había uno que desde la radio nos cantaba con alegría prefabricada: "la felicidad, jajajaja...", pero resulta que tiempo después los militares prohibían los tangos de Discépolo, mientras ese cantor se regodeaba en sus películas con policías y militares. A todo esto en las calles los nazis argentos disfrutaban nadando en sangre ajena.
Hay versiones de este tango para todos los gustos pero me parece que la de Gardel tiene un sabor especial, la interpreta uno que tuvo que huir de Francia junto a una madre soltera. Llegaron al puerto de Buenos Aires con una mano atrás y otra adelante, anduvieron por conventillos y comían salteado. Carlitos siendo menor estuvo preso en el helado penal de Ushuaia por una causa que le inventó un comisario. Este acusaba de hurto al pibe de solo 15 años, pero en el barrio se rumoreaba que Carlitos visitaba a la mujer del botón para mostrarle la pasión de los civiles. De modo que cuando escuchamos este tema, al ver aquel video que es un documento histórico, percibimos un mundo que grita desde el subsuelo de la patria. Un mundo que espera una ayuda, una mano, un favor, de aquellos pechos fraternos que alguna vez se inflaron cantando en las fábricas, en los barrios, en los campos.
Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15. Bs As
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