Hoy celebramos el nacimiento de uno de los gigantes olvidados de la música clásica. Las obras intensamente personales e imaginativas de Georges Enescu siguen siendo mayoritariamente desconocidas fuera de su Rumanía natal, lo cual es realmente indignante, porque este violinista, pianista, director de orquesta, profesor y compositor fue probablemente el mayor «omnidextro» musical del siglo XX.
Enescu tuvo una experiencia decisiva a los tres años, cuando vio a una banda popular zíngara cerca de su pueblo y quedó cautivado por lo que oía. A los cinco soñaba con ser compositor; a los siete ingresó en el famoso Conservatorio de Viena, por lo que fue el alumno más joven. Tiempo después se dirigió a París, donde estudió composición con maestros como Gabriel Fauré (30 de enero, 15 de mayo). En 1927 Maurice Ravel (7 de marzo, 14 de julio) se presentó en casa de Enescu con una sonata para violín con objeto de que la tocaran juntos. Tras ensayar una vez, Enesco prescindió de la partitura. La había aprendido de memoria. ¡Con un solo ensayo! No nos extraña que Pablo Casals (19 de marzo) lo llamara «el mayor fenómeno musical desde Mozart».
Poco antes de morir confesó a un amigo: «Si me pusiera a escribir toda la música que tengo en la cabeza, tardaría cien años…» Perfeccionista implacable, solo nos legó treinta y tres obras, aunque se trata de una producción excepcional que refleja su bagaje musical, fantásticamente rico y variado.
Como dijo su protegido, el gran violinista Yehudi Menuhin, Enescu fue «un ser humano con una herencia muy especial: raíces folclóricas y zíngaras de Rumanía y Hungría mezcladas con el mundo culto de la música occidental». Su música suele tener un aire aparentemente improvisado, pero ponía instrucciones muy minuciosas en las partituras y daba indicaciones precisas para obtener matices exactos de color técnico y expresivo. Esta fabulosa obra para trompeta de 1906 es un ejemplo embriagador
Clemency Burton-Hill
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