Los músicos de nuestros días suelen recibir serios rapapolvos cuando se trata de la comprensión y la accesibilidad. Steve Reich es un buen ejemplo de vanguardista que quiere ser comprendido. «Escribo música y quiero que la gente la escuche, se interese por ella, que surta algún efecto en su vida», dijo en cierta ocasión. «Cuando tengo la suerte de que ocurra eso […] me siento estupendamente».
Aquí nos recuerda que, aunque el minimalismo puede parecernos un fenómeno exclusivamente del siglo XX, tiene raíces antiguas.
Esta obra, estrenada tal día como hoy del año 1994, se escribió para el gran violinista del siglo pasado Yehudi Menuhin y su querida amiga Edna Michell. Reich comenta que «la música se ha construido con cánones sencillos para los dos violines, que suenan al mismo tiempo y que de vez en cuando se separan un poco rítmicamente».
Reich sabe sintetizar influencias diversas para componer algo único. Su muy característico mundo sonoro ha contraído aquí una deuda, por ejemplo, con las escuetas texturas neoclásicas de Stravinsky; con la sublime y matemática fluidez estructuradora y coloquial de J.S. Bach; y yendo más allá, con las cantinelas palpitantes para varias voces y claramente decorativas de Perotinus Magnus, compositor francés a caballo entre el siglo XII y el XIII (16 de noviembre). Y sin embargo, es totalmente de Steve Reich. El efecto es fascinante.
Menuhin fue un filántropo comprometido que estaba convencido de que los músicos tenían una responsabilidad moral con la sociedad que iba más allá de proporcionar entretenimiento y placer. Como ya vimos en junio, sus perspectivas eran amplísimas. Reich rinde homenaje a esta personalidad singular dedicando esta obra al espíritu «de entendimiento internacional que lord Menuhin ha cultivado durante toda su vida».
Clemency Burton-Hill
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