Antes de casarse con Ottilie, la hija de Dvořák, Suk era el discípulo estrella del gran compositor checo. Su propia Serenata para cuerdas, compuesta cuando tenía dieciocho años y estaba a punto de terminar los estudios en el Conservatorio de Praga, lleva el sello del estilo de su mentor y futuro suegro en sus exuberantes melodías y su compleja orquestación.
Pero por muy cercanos que estuvieran personal y musicalmente, en carácter eran básicamente distintos. Ya en su juventud, años antes de que las tragedias de la vida se abatieran sobre él (perdió muy pronto a su querida esposa), Suk tenía rasgos melancólicos. Su lenguaje musical solía tener notas sombrías e introspectivas; esta pieza surgió, por lo que cuentan, porque Dvořák le recomendó que escribiera «algo alegre, para variar».
Suk no obedeció la sugerencia al pie de la letra. La serenata no es lo que se dice «alegre». Pero tiene en su centro cierta radiación romántica y a mí me parece que este adagio, con su lírica melodía inicial para violonchelo y sus pasajes emotivos, es de audición particularmente gratificante y enriquecedora. Escribir una música así es una hazaña extraordinaria para cualquiera y no digamos para un adolescente taciturno.
Clemency Burton-Hill
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