Hablando de nostalgia, pienso en el estreno de esta obra, que tuvo lugar en el Queen’s Hall de Londres tal día como hoy del año 1914 y que parece haber congelado un instante en el tiempo. Rectifico: haber congelado un mundo en el tiempo.
Seis semanas antes había sido asesinado el archiduque Francisco Fernando de Austria. Once días antes del estreno mencionado, mientras el Big Ben daba las campanadas de la medianoche, se había declarado la guerra. Elgar no podía saber nada de la catástrofe que estaba por llegar, ¿no creen? Al fin y al cabo, la guerra «habrá terminado en Navidad».
Sin embargo… ay, sin embargo. Tras escribir Salut d’amour, había planeado preparar una obra paralela, pero a la hora de abordarla se sintió atraído, al parecer instintivamente, por un espectro tonal más sombrío y desgarrador. Nadie sabe lo que había en la cabeza y el corazón de Elgar cuando apoyó la pluma en el papel pautado. Pero como oyentes, sabiendo lo que aguardaba a la vuelta de la esquina, a la Inglaterra de Elgar, a toda Europa, a todo el mundo, cuesta no percibir la esencia misma de una despedida en las conmovedoras sacudidas musicales que alteran su carácter de égloga serena.
Clemency Burton-Hill
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