A pesar de sus grandísimas dotes, Rajmáninov fue un compositor afectado por brotes de enfermedad mental y desgarraduras sobre su capacidad. A raíz del fracaso de su Primera Sinfonía, en 1897, sufrió un bloqueo creativo y una depresión tan grave y duradera que tuvo que someterse a un largo tratamiento de hipnoterapia, a cargo de un médico llamado Nikolái Dahl, gracias al cual pudo el compositor recuperar sus fuerzas y su capacidad.
No deja de ser revelador que Rajmáninov dedicara esta obra, la primera que escribió después de su recuperación, al mencionado médico. (No queremos ni pensar lo que habría sucedido si la terapia de Dahl no hubiera dado ningún fruto: yo, personalmente, no querría vivir en un mundo donde no existiera este concierto.) Estuve dando muchas vueltas al asunto, porque no sabía qué movimiento recomendar, pero al final me decidí por este, muy lento y muy representativo.
Es la típica obra descaradamente sentimental que algunos críticos se enorgullecen de despreciar por «populista» y «barata». Es igual. (Yo creo que este es el motivo por el que la música clásica tiene un problema de imagen.) Yo diría a estos críticos: relájense, caramba. Es lícito gozar de esta música como si el resto del mundo también gozara. Ser universalmente aplaudido no resta méritos a este concierto. Todo lo contrario.
En The Seven Year Itch («La tentación vive arriba» en España, «La comezón del séptimo año» en Hispanoamérica), la película que Billy Wilder dirigió en 1955, hay una escena preciosa en que Marilyn Monroe dice: «Esto es lo que llaman música clásica, ¿no?» Llámala como quieras, cariño. Esta obra lo es.
Clemency Burton-Hill
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