El Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia que conmemoramos hace poco estuvo atravesado por la actualidad que se revolcaba en el pasado: por primera vez en 40 años de democracia, un gobierno elegido por el pueblo argentino hizo suya la doctrina oficial no ya del simple negacionismo, sino de la justificación y apología de los crímenes de la dictadura. El desatino tuvo respuesta masiva en las calles y las plazas de todo el país, pero expresó con crudeza la ruptura del consenso democrático, y la existencia de un vasto sector de la sociedad que no comparte con nosotros ese piso que suponíamos común. Que decir -en ese contexto social- de éste nuevo 2 abril, de la causa Malvinas y de la memoria y el respeto por nuestros veteranos: que esa causa que en otros tiempos fue una de las pocas (si no la única) que nos unía como país y como colectivo social, hoy parece caer en el abismo de la mal llamada (por simplificación pueril) "grieta": el 56 % de los argentinos terminaron votando para presidirlos a alguien que dice admirar a Margaret Tatcher, al que no se le escuchó pronunciar nunca el nombre de las islas, y omitió en sus discursos en el Congreso al asumir y al inaugurar las sesiones ordinarias, siquiera renovar el compromiso de continuar reclamando por nuestra soberanía sobre ellas.
La gestión de las relaciones exteriores de éste gobierno horrible (y con ella el reclamo por Malvinas) rankea alto entre sus aspectos más bochornosos: nos ha alineado incondicionalmente con quienes votan sistemáticamente en contra de nuestro reclamo en Naciones Unidas como Estados Unidos, Israel y Ucrania; mientras provoca sistemáticamente conflictos donde no los había con nuestros hermanos de América Latina o los países que integran el BRICS (del que abjuran), que siempre respaldaron la posición argentina.
El gobierno acaba de comprar aviones norteamericanos que son chatarra volante (si es que vuelan) pero cuentan con el visto bueno de los dos socios mayoritarios de la OTAN a sabiendas de que no representan ninguna amenaza para la fortaleza británica en las islas; y toda su política hacia las Fuerzas Armadas consiste en reivindicar los crímenes de la dictadura, e intentar introducirlas en asuntos de seguridad interior en seguimiento de las hipótesis de conflicto diseñadas por EEUU, para reforzar de paso el orden represivo, alejándolas de su misión específica.
El ministro de Defensa cosplayer protagoniza un papelón persiguiendo pesqueros chinos que pescaban con licencia, mientras la cancillería tolera en silencio que los ingleses se apropien de 166.000 kilómetros cuadrados de nuestra plataforma continental para explotar sus recursos, y Mondino cree que puede resolver las provocaciones británicas -como la visita de Cameron a las islas- tuiteando en modo banana.
Y por si faltaran señales del desmembramiento social, científico, tecnológico y aun territorial del país -que es una nueva y más profunda forma de desmalvinización- el mega DNU del presidente deroga las restricciones de la ley de tierras para que los extranjeros se queden con nuestro suelo, mientras permite la injerencia del ejército yanqui en nuestros ríos, genera rondas de negocios para vender al mejor postor nuestros recursos naturales, desmantela nuestro plan de desarrollo nuclear y le aplica la motosierra al sistema de investigación científica y desarrollo tecnológico.
En ese marco, pretender que se ponga al hombro la causa Malvinas como manda la Constitución sería un exceso, y una pérdida de tiempo. Por eso en estos tiempos aciagos el mejor homenaje a los caídos en la defensa de nuestra soberanía y a los que volvieron para ser olvidados por años, es luchar para volver a ser un país que se piensa como tal y desde allí reclama por lo que le ha sido amputado, y no un mero enclave colonial cuyos destinos deciden otros.
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