¿Cuánto se ha transformado México en el siglo XXI? Hay muchas respuestas a esta interrogante, pero cuando lo pienso desde un plano musical, específicamente desde el ámbito de la vanguardia o de las tendencias de avanzada, la respuesta es esta: una gran transformación. Es a partir de la primera década de este milenio cuando las vanguardias provenientes del exterior, sin dejar de ejercer influencia, comienzan a ser menos reverenciadas para pasar a ser sólo referentes. Los creadores se multiplican, viajan al extranjero para especializarse; algunos no regresan, pero aquellos que lo hacen impactan en el panorama nacional de manera interesante. La tecnología se hace más asequible, circula mayor información gracias a internet y dejamos de ser una nación provinciana con aspiraciones para buscar competir, aunque sin un concepto claro de lo que ello significa. Sin embargo, seguimos siendo un país periférico al cual se le niega el acceso a los grandes mercados, salvo excepciones.
Por David Cortés
No obstante, en áreas en las que los flujos económicos no inciden arrolladoramente, en donde el arte aún posee peso específico, existe la posibilidad de hacer mella y obtener reconocimiento. Es allí cuando el cambio se vuelve notorio.
No deberíamos buscar legitimidad ni validación en el extranjero para valorar el trabajo de, en este caso concreto, los músicos mexicanos; pero dado nuestro malinchismo atávico, el que surja una compilación allende nuestras fronteras y haga una revisión del trabajo reciente en el ámbito de la música experimental mexicana ayudará a voltear los ojos a lo que se hace aquí. En una de esas, tal vez hasta los propios mexicanos lo hagan.
Anthology of Experimental Music from Mexico (Unexplained Sounds Group Production, 2020), reúne trece cortes de un par de generaciones en un álbum cuya edición física está limitada a 200 copias –la versión digital añade cinco temas– y es, probablemente, la primera compilación concebida por un extranjero que no recala en el pasado para concentrarse en obras recientes, aunque esta mirada parece contradecirse con el hecho de utilizar como portada a la serpiente de turquesa y reducirnos nuevamente a esa visón exótica y reduccionista de lo mexicano.
Si bien hay matices en cada una de las composiciones, también es cierto que la música se inscribe en las tendencias más actuales y observa un poco de ese revisionismo (inconsciente) que parece permear a la música actual. No esperen, salvo alguna excepción (Tecuexe Band), que por aquí asome un rasgo de identidad, un destello que ancle esta música con México.
La globalización, nuevamente con sus salvedades, ha generado un
sonido único en el cual a veces es imposible discernir los atributos de
nacionalidad y esto se acentúa más en la música instrumental, ya que la
carencia de idioma lo impide y el lenguaje sonoro se vuelve
verdaderamente universal.
La curaduría de este disco corrió a cargo de Raffaele Pezzella, cabeza del sello afincado en Italia y que en años recientes se ha dado a la difusión de un muestrario de las músicas electrónicas de diferentes regiones y naciones (Persia, los Balcanes, Medio Oriente, África, Irán, Líbano) y contó con la colaboración de Jorge C. Ortega, quien propuso a los participantes y redactó el texto que acompaña al álbum.
La mayoría de las composiciones ha aparecido en los diferentes registros solistas de los participantes, salvo los correspondientes a Simonel e Israel Martínez. Como en toda compilación hay altibajos, pero el todo permite formarse una somera idea de lo desarrollado en el circuito de avanzada nacional.
Tecuexe Band lleva a cabo una fusión de las músicas antiguas de la región de Acatic, Jalisco, con la electrónica contemporánea, en un par de cortes (“Acahual with the chia” y “Sembrador”), mientras Interspecifics, en “Tipología del deseo”, construye un discurso político y contestatario a partir del empoderamiento femenino.
Hay una “escuela” de la experimentación –ojo, comparten generación solamente– representada por Rogelio Sosa (“La noche del nahual” es una aproximación novedosa y atrevida a nuestras raíces), Juanjosé Rivas (quien se acerca tangencialmente al noise en “17° 48’ N”), Fernando Vigueras, Ismael Martínez y Rodrigo Ambriz (su participación, “Et voici la fiévre”, además de ser la más larga de la compilación, lo muestra no sólo fuerte en el dominio vocal, también atinado en el manejo de otros recursos sonoros) que tiende la mano a exponentes más jovenes como Concepción Huerta (“Invasión”), Mito del Desierto (“Larva ella que trastorna”), Microhm (aquí en “Dislocación del tiempo” una vena más exploratoria, espacial, distante de los devaneos bailables que también se le dan) y Gibrán Andrade (“No sólo es dolor” explota su alianza entre la batería y los artilugios electrónicos).
Dice el texto de Jorge C. Ortega que acompaña Anthology of Experimental Music from Mexico que “la música experimental en México es una extraña paradoja: es al mismo tiempo suspiro y grito”. Tiene razón, ésta se mueve con sigilo, busca espacios donde manifestarse, crea redes cual si se tratara de una conspiración, pero cuando llega el momento de manifestarse gusta de gritar, de hacer ruido, eleva la voz para hacerse presente…, porque sabe que tiene algo por decir.
Me gusta pensar este disco como eso, como un aullido no desesperado, como una manifestación de vitalidad, como un grito para invitar, llamar la atención y reconocer la existencia de algo que lleva tiempo allí, pero a veces no se le quiere prestar la debida atención.
Es también una bofetada con guante blanco para los mexicanos que saben de lo que pasa en otros países y no son capaces de voltear a ver lo sucedido en su propio patio.
Comentarios
Publicar un comentario