De por sí, y hasta desde los medios y foros del propio mileísmo, el intento de marcha atrás con el saqueo de las prepagas convirtió a La Libertad Avanza en La Libertad Recula.
Hay dos formas, al menos, de observar ese tema.
Una es que los reculados debieron retroceder ante cierta olla a presión, que debiera magnificarse cuando se acumulen los tarifazos de luz y gas sobre la clase media. Como señala Fernando Savore, de la Federación de Almaceneros bonaerenses y citado este sábado en la columna de David Cufré, esto recién empieza porque, normalmente, en la primera factura uno saca plata de donde no hay y la paga. Pero el asunto son las siguientes porque el aumento es tan agresivo, tan inmoral, que en los próximos dos meses se verá un tendal de negocios cerrados.
La otra forma de ver es que tuvieron un gesto que de fondo implica más poco que nada, porque las prepagas ya levantaron en pala lo que les permitió la deidad desregulatoria.
Hubo y hay, sí, el entretenimiento de que los senadores se aumentaron la dieta, con pretensión de disimulo, avergonzados.
Milei quiso guapear con la castidad de su tropa mientras, vaya casualidad, se había desatado el escándalo por la horrible apretada contra Marcela Pagano para que renunciase a encabezar la Comisión de Juicio Político. O, en rigor, que (encima) desconociera la votación que la ungió. ¿Por qué los altera tanto quién preside esa Comisión? ¿Es una chiquilinada de celos personales? ¿O ven el riesgo de qué?
La exdiputada Graciela Camaño, a quien se respeta de manera unánime por su labor legislativa y su conocimiento del reglamento parlamentario, fue la primera que dejó los aspectos técnicos muy claros: todos los senadores votaron en forma positiva, porque ninguno utilizó ni la voz ni la actitud para formular un rechazo explícito.
“Usted fue diputado”, le recordó Camaño a Milei cuando éste, en otra muestra de hipocresía y/o ignorancia supinas, felicitó a los miembros de LLA por no acompañar la votación. “Cuando se vota a mano alzada, quien no está de acuerdo debe expresarlo a viva voz; y quien se abstiene, debe pedir autorización al cuerpo antes de la votación. Hoy, todos los senadores presentes votaron afirmativamente el aumento de la dieta”.
Estos aspectos no son menores. Revelan el grado de inopia del conjunto senatorial. O el tamaño de sus fingimientos.
Nadie se inquietaría por lo que ganan los representantes parlamentarios si demostrasen una vocación popular significativa. A los que trabajan de veras, mostrando sus trayectorias, proyectos e intenciones, no se les pregunta cuánto ganan mientras “el pueblo” —como otrora se lo llamaba— no puede salir de la ñata contra el vidrio.
El pequeño detalle surge cuando unas gentes sentadas en sus bancas cada muerte de obispo, sin siquiera preocuparse por que se les conozcan las caras, asoman para aumentarse la plata.
Excepciones mediante, que no vengan con el desarraigo, los viáticos y el peligro de que el Congreso quede en manos de una élite de ricos y enriquecidos. Basta de ese fulbito dialéctico porque, por diversos conductos, una mayoría de diputados y senadores cuenta con ingresos particulares que les permiten solventarse sin depender, exclusivamente, de lo que les entra por su actividad parlamentaria. Es análogo a los empresarios de las corpos que se quejan por su estructura de costos, jamás revisada, mientras su nivel de vida llega a ser obsceno.
Lamentablemente, en lugar de dar el debate franco sobre sus estipendios como representantes, eligieron el “si pasa, pasa”. Y contribuyeron al discurso banal de “la antipolítica”.
La cuestión es que “la política”, hace rato y salvo singularidades, no ofrece casos de ejemplaridad individual. De honestidad personal sin mácula. Si el argumento resuena polémico, no lo es que eso percibe “la gente”. Y por allí se cuela, por ejemplo, que cualquier loquito que no pertenezca a “la casta”, de modo formal, termine de Presidente.
“La política” está despeñándose en un precipicio, por ahora interminable, que conduce a la impresión de no salvarse ninguno. Es injusto, por aquello de las salvedades y porque se necesita cada vez más y mejor política. Pero es así, y (casi) nadie parece intranquilo. De ocurrir lo contrario y junto a otros componentes, estaríamos hablando de alguna opción opositora potente, fresca, creíble. No sucede.
Axel Kicillof emerge como la mayor o una de las excepciones, bien que sometido a la condición de gobernar la provincia decisiva en circunstancias tremendamente adversas. Más el chicaneo individualista de una interna penosa. Y de yapa, el fuego de matones que los medios ¿amigos? tienen de panelistas.
Se siente un vacío sin antecedentes. Las multitudes que vienen protestando, y que este martes harán una manifestación impresionante en defensa de la Universidad y Educación públicas, están a la deriva.
Ese desconcierto de ausencia dirigencial opositora tendrá un límite. Los vacíos políticos siempre son transitorios, porque en algún momento alguien los cubre. Hasta acá, los llena Milei como expresión de un hartazgo que, enfrente, no tiene prácticamente nada al margen de minorías intensas, imprescindibles, carentes de conducción.
En un artículo de simpleza y contundencia muy valiosas, publicado por La Tecla@Eñe, Carlos Caramello refiere desde el título a la pregunta de quién le teme a Milei. Y sostiene que la clase política parece haber entrado a un estado de pánico ante la magnitud del daño, o la potencia maligna, que expresa el Presidente.
Pero, claro, no es sólo “la clase” política. Son los analfabetos políticos que describía Bertolt Brecht. “Los que se enorgullecen de odiar a la política y entonces eligen al peor de todos los bandidos, que es el político trapacero, granuja, corrupto y servil de la empresas nacionales y multinacionales”.
Por supuesto, Milei no es, ni mucho menos, el único político que entraría en esa categoría. En el “campo nacional y popular” hay varios de ésos. Pero el problema es que Milei fue votado, y sigue visto por un grueso de la sociedad, cual alguien que escenifica exactamente lo contrario. Un outsider solitario que, junto a La Hermana que cada vez más continúa haciendo y deshaciendo a su antojo, enfrenta a los molinos de viento.
Como reseña Caramello respecto de las épocas más oscuras de la Humanidad, la locura tuvo distintas máscaras. El castigo de los dioses, el pecado, el designio del demonio.
“De ahí, y probablemente pandemia mediante, para algunos Milei sea también una especie de semidiós o demiurgo mayor. Delirante, incompleto, pero semidiós al fin. Lo que no lo hace precisamente bueno. O, acaso, lo hace bueno para ejercer el sentimiento que los corroe: la venganza. Temor que se vuelve reverencial. Y confía en que el empleo del dolor que produzca el ídolo no los alcance”.
Parecería que hay mucha gente a la que le cabe ponerse ese sayo.
P/D: ¿Puede ser que no haya ningún fiscal que proceda de oficio, o alguna personalidad destacada del ámbito judicial, capaz de reaccionar frente a la convocatoria de Milei para comprar dólares en el mercado negro? ¿O se trata de que ya se acepta absolutamente cualquier cosa, incluyendo que un Presidente instigue al delito?
Eduardo Aliverti
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