Duró poco. Tan sólo una tarde, y quedó olvidado por culpa de un temporal de lluvia y viento que obligó a suspender todo. A veinte días de la contundente victoria en las urnas de la fórmula presidencial Cámpora-Solano Lima (el 11 de marzo de 1973), el peronismo regresaba al poder después de 18 años de proscripción y había que celebrarlo. La naciente patria chica del rock argentino pondría la banda de sonido para una fiesta popular que dejaba atrás siete años de dictadura militar. Por primera vez, el rock y la política se unían en un evento masivo bajo el anhelo compartido del regreso democrático y el retorno de Juan Domingo Perón, en el denominado Festival por el Triunfo Peronista.
“En esa época éramos todos peronistas. Después de que se conocieron los resultados del triunfo de Héctor Cámpora, recuerdo que había un espíritu de fervor libertario total. De pronto pasa un camión repleto de gente frente al teatro San Martín y lo veo colgado a [Luis Alberto] Spinetta abrazando a un montón de pibes”, le dijo Miguel Grinberg a Rolling Stone en una entrevista de 2013. El testimonio del periodista y participante esencial de los comienzos de rock argentino pinta un momento único de esperanza y alegría genuinas.
El sábado 31 de marzo de 1973, en el viejo estadio de Argentinos Juniors, Grinberg registró el festival en 66 fotografías blanco y negro, que en su mayoría permanecieron inéditas hasta hoy. Ahí aparecen músicos, productores y la multitud que acompañó el encuentro, testimonio histórico de un acontecimiento del que se cumple medio siglo, pero que persiste como un archivo casi secreto de aquellos días en que el rock argentino se animó a gritar “Viva Perón”.
“El general Perón, a través de la JP, me pidió que organizara un concierto para que los jóvenes conocieran a Cámpora y Solano Lima, la fórmula que resultó ganadora el 11 de marzo de 1973”, escribió Jorge Álvarez, afamado productor discográfico y editor literario en su libro de Memorias (2013). “Con Oscar López y Billy Bond nos hicimos cargo, por supuesto, de contactar a los músicos, los sonidistas y los iluminadores. Ver a Cámpora junto con La Pesada [la banda de Billy Bond] fue medio surrealista, pero lo cierto es que el rock y la militancia política se cruzaban arriba de un escenario, levantado en el estadio de Atlanta”.
La versión de Álvarez, fallecido en julio de 2015, revela una constante en la reconstrucción de la historia del festival que no fue: memorias frágiles, miradas antagónicas y otras calamidades del paso del tiempo conforman las piezas de un rompecabezas nunca resuelto. Si bien existió la conexión de Álvarez, padre de los sellos Mandioca y Talent, con Perón −son conocidos los encuentros en Puerta de Hierro, Madrid−, hay varias inexactitudes en el relato: el festival se realizó en Argentinos Juniors −cerca, pero no en la cancha de Atlanta−, y Cámpora nunca estuvo en el escenario montado en el césped de La Paternal, ya que había viajado a España para entrevistarse con Perón y luego visitar al papa Paulo VI en el Vaticano.
La importancia de la Juventud Peronista en la organización del megaevento fue clave, pero a través de las Brigadas Peronistas, una agrupación juvenil con una fuerte inserción barrial y muy cercana a La Banda del Oeste, trío porteño de rocanrol que formaba parte de la grilla del festival, pero no tan mencionado en la épica del rock nacional.
Es imposible remontarse hasta marzo de 1973 sin aclarar las connotaciones políticas que rodearon el festival y que provocaron diferencias marcadas entre los distintos sectores juveniles del peronismo. “Las Brigadas de la Juventud Peronista habían surgido hacia mediados de 1971 para nuclear a los militantes más jóvenes de Guardia de Hierro. Esta era una organización de cuadros de la Juventud Peronista que, desde 1967, realizaba militancia barrial en pequeños grupos distribuidos por circunscripciones electorales en Capital Federal”, señala la historiadora Ángeles Anchou en un exhaustivo trabajo académico sobre El rock con Perón (2013). “Se diferenciaban de las otras organizaciones surgidas en la época por no promover la lucha armada y abocarse a una militancia de inserción barrial a través de organizaciones intermedias como clubes deportivos, sociedades de fomento, etcétera, y, más adelante, abriendo unidades básicas en vista a la apertura electoral. Cuando, en febrero de 1972, Guardia de Hierro se alió con el Frente Estudiantil Nacional y otras organizaciones para conformar a nivel nacional la Organización Única del Trasvasamiento Generacional (OUTG), las Brigadas se integraron a la nueva estructura, pero tuvieron mayor autonomía que los otros frentes”.
Estas alianzas y movimientos de piezas dentro de una estructura partidaria amplia también marcaron las tensiones entre la izquierda y la derecha peronistas, a las que las Brigadas no eran ajenas por su cercanía con Guardia de Hierro, organización política con serias discrepancias frente a la línea más combativa y hegemónica de Montoneros.
“Eran tiempos de mucha confusión ideológica, no se sabía demasiado para dónde correr, el peronismo parecía la salida democrática más lógica y menos violenta”, dice Billy Bond desde San Pablo. El legendario líder de La Pesada del Rock & Roll ubica la tierra media que ocupaban los integrantes de la escena musical frente a los militantes políticos: “Nosotros no éramos muy bien vistos por la izquierda ni por la derecha, debido a nuestra obvia asociación con las drogas. Nos menospreciaban un poco, pero eso nos dejaba bastante libres”.
Tanto Jorge Álvarez como Bond no ocultaban su simpatía por el peronismo, basta rescatar aquella maravillosa tapa del compilado Pidamos peras a Mandioca (1970), en donde una pera gigante, un “perón”, dibujada por Daniel Melgarejo, representaba un posicionamiento ideológico muy claro frente a los métodos opresivos del gobierno militar. “Perón era inteligente, sabía de los movimientos en todo el mundo y que nosotros estábamos con la modernización de las reglas; confusos, pero más cerca del camino que los otros”. La Pesada venía de vivir la experiencia “Rompan todo” en el Luna Park −octubre de 1972−, una feroz represión policial se llevó puesto a quién se cruzara en su camino cuando parte del público intentó cambiar su lugar asignado en el Palacio de los Deportes. “No sé si Jorge Álvarez realmente fue convocado por Perón o a través de alguien, o su fantasía lo hizo creer en eso y, finalmente, su convicción política lo convenció. Pero Jorge no era de mentir demasiado”.
“Con la participación de los conjuntos de Música Moderna”, dice el volante del festival en su parte superior. Más abajo, dos filas de nombres revelan lo mejor del rock argentino cosecha 1973: Aquelarre, Billy Bond y La Pesada, Pappo’s Blues, Pescado Rabioso, Sui Generis, Dulces −que no son otros que los platenses de Dulcemembriyo−, La Banda del Oeste, Vivencia, Miguel y Eugenio. La lista sigue con errores como Gabriel, en vez de Gabriela Parodi, la pionera del rock argentino, y continúa con León Gieco, Raúl Porchetto, Escarcha, Color Humano, Litto Nebbia, Pajarito Zaguri, y cierra la nómina el grupo Juan Domingo. No es un chiste de Peter Capusotto: la banda tuvo una existencia efímera y hasta llegó a editar un single firmado por un tal Alberto Kreimerman, más conocido por el nombre artístico de Bingo Reyna, eximio guitarrista que brilló en la década del 60. Es fácil encontrar en YouTube los dos temas de Juan Domingo y Sus Muchachos: “Respuesta a tu carta” ocupa la cara A, un tema beat más cercano al Club del Clan que deriva en marcha partidaria, mientras que el lado B, “Pregúntale a Juan”, parece un jingle publicitario que el paso del tiempo volvió una pieza musical desopilante.
Alos 17 años, Jorge Garacotche supo que muy cerca de Villa Crespo, su barrio natal, iban a presentarse todos sus dioses de la adolescencia. Todavía faltaba un tiempo para que se convirtiera en líder y guitarrista de Canturbe, uno de los nombres más importantes de la escena progresiva nacional. “Recuerdo que con mis amigos fuimos temprano a la cancha de Argentinos. Nos parecía una cosa muy extraña porque, salvo lo de BA Rock, no eran una cosa muy habitual los festivales donde estaban las bandas que uno escuchaba y leía en la revista Pelo”, dice Garacotche y explica que, para esos pibes de la parte pobre de Villa Crespo, el Festival del Triunfo Peronista se transformó en un quiebre respecto a percepciones y prejuicios que ya arrastraba el rock. “Nuestros padres miraban con mucho recelo esa música joven que no se comprometía con lo político, que parecía decir que estaba todo bien y los problemas eran otros. Pensaban que la música joven era Palito, Sandro, El Club del Clan. Me da la impresión de que a partir de ese volante, de ese festival, el rock empieza a ser mirado de otra manera. Pibes más grandes, que no escuchaban rock argentino, cuando vieron que se venía ese festival, también se alegraron porque volvía el peronismo, la democracia, porque se iba la dictadura militar, cosa que del otro lado, la música comercial o complaciente, no dijo nada. O dijo algo por decir. No por convicción”.
En marzo de 1973, Gabriela vivía un tiempo único luego de grabar su disco debut y convertirse en la primera mujer en alcanzar esa meta artística hasta el momento reservada a los hombres. “Como no se llegó a hacer y yo en ese momento iba de show en show y estaba en mi época de mayor trabajo, registré el festival simplemente como un show más que se canceló”, dice Gabriela. “Nunca me enteré de los pormenores, creo también que fue porque no militaba y lo único que me interesaba era componer y tocar, mi vida tenía un solo centro en ese momento, la música”. La cancionista fue la única mujer de la grilla del festival, aunque en el volante publicitario figurase como Gabriel.
Nito Mestre, en cambio, vivió el encuentro desde el backstage gigante que comprendía a todo el campo de juego de Argentinos Juniors. “En ese momento la estrategia era mostrarnos mucho y el festival era un lugar más. Nosotros trabajábamos para la agencia de Jorge Álvarez y él tenía la concepción de tocar en todos lados y para todo público. Como tocar en la Villa 31 del Padre Mugica, poco tiempo antes de que lo mataran [en 1974]. Lo poco que recuerdo fue que se armó un quilombo bárbaro, salieron todos corriendo. Nosotros no llegamos a tocar, no sé si por el aguacero. Fue todo un caos”, dice una de las voces de Sui Generis, que por aquellos días preparaba su segundo álbum luego de la explosión de ventas del disco debut, Vida.
“Mugica era un cura que estaba por los pobres. El barrio era absolutamente distinto a como es ahora. Había unas casitas muy pobres con un gran espacio abierto donde los chicos jugaban al fútbol. Había un grado de respeto bastante importante en toda la gente. Nos ayudaban a bajar los equipos y tocamos arriba de una casa que sí era de material. No sé si en ese techo él daba la misa o era algo aledaño”, recuerda Nito sobre su presentación en la Villa 31.
Sui Generis, como La Banda del Oeste, Pappo’s Blues o La Pesada, tocaban seguido en las villas gracias al puente que tendían las Brigadas Peronistas y su trabajo de inserción social que también promovía el padre Carlos Mugica. “Los plomos que trabajaban con nosotros manejaban todos los códigos del lugar. Los chicos asistentes los heredamos de La Pesada y eran todos de la villa, no de la 31, de otras. Éramos una gran familia”, dice Mestre.
Aunque Sui Generis no llegó a subir al escenario en el Festival del Triunfo Peronista, Charly García sí alcanzó a tocar como tecladista invitado de La Pesada, que ese día alineó a un auténtico dream team del rock criollo: además de Billy Bond en voz y en el rol de maestro de ceremonia, también participaron Isa Portugheis y Juan Rodríguez bajo el inusual ensamble de dos baterías; Alejandro Medina en bajo, Kubero Díaz en guitarra y Jorge Pinchevsky en violín. En el libro de entrevistas de Daniel Chirom a Charly García (1983), recientemente reeditado por Editorial Vademécum, el líder de Sui Generis rememora postales del festival. “Yo no quería ir a tocar ahí, pero como fueron todos los grupos de rock, yo también fui. No me gustaba la onda. Recuerdo que estaba Solano Lima y se decía cualquier pavada”.
En una entrevista más reciente para Rolling Stone (2002), Charly vuelve sobre el tema y recuerda cuando acompañó a La Pesada. “Estábamos por subir a tocar y apareció una mina que tenía un camisoncito divino, y me dijo que le firmara un autógrafo en las tetas… Yo tenía un minipiano. Durante el show, ¿sabés quién estaba escondida ahí abajo? La mina. Y me hizo un blowjob”.
Inmerso en una sólida carrera solista, Litto Nebbia preparaba en marzo de 1973 lo que sería el lanzamiento de una de sus obras cumbres. Muerte en la catedral llegó a las disquerías en julio de ese año y se convirtió en uno de los grandes discos de una temporada prodigiosa en materia de ediciones discográficas como Pescado 2 y Artaud, de Pescado Rabioso, el debut de Aquelarre y Color Humano −la diáspora de Almendra en su máxima expresión−, y Volumen 4 de Pappo’s Blues, entre otros. “El festival en sí, lo tengo medio desdibujado. Recuerdo que había mucha expectativa, por la cantidad de músicos que íbamos a tocar, y también lógicamente por la convocatoria popular del peronismo. Yo me sumé, como habitualmente lo hago en tantos eventos, más allá de signos partidarios, por la motivación popular”, dice Nebbia cincuenta años después, sin perder su adhesión al peronismo, un legado familiar que nunca escondió y le valió persecución y el exilio en México durante varios años de la última dictadura cívico-militar.
Emilio del Guercio, bajista y cantante de Aquelarre, tiene un recuerdo más nítido del festival que se mancó por culpa de la lluvia. “Lo viví con alegría. Ya que yo había militado políticamente desde los 17 años. Sin embargo, también me quedó un cierto gusto amargo, ya que percibía una creciente violencia y también dentro del peronismo”. Como a la mayoría de los participantes del festival, los recuerdos se vuelven borrosos en los detalles organizativos. “Tuvimos un par de reuniones con los grupos políticos que lo organizaban. Ellos reconocían en Aquelarre a un grupo con temática afín. Aunque nosotros jamás escribimos canciones panfletarias”, cuenta Del Guercio. Las reuniones se llevaron a cabo en una sala del teatro General San Martín, el mismo espacio cultural en donde Grinberg vio pasar al Flaco subido al camión de la alegría. “En ese momento ya comenzaba a revertirse el prejuicio que tuvo la militancia con respecto al rock argentino, sobre todo en las primeras épocas de Almendra. Antes, nos tildaban de ‘extranjerizantes’, ¡qué gracioso! La historia nos dio la razón. El problema de toda ideología, aun la más respetable, si es que cabe el término, es que nunca deja de ser una lectura de la realidad acomodada a un pensamiento previo y recortado. Es como mirar por el ojo de la cerradura: lo que ves es real, pero es solo un fragmento…”
Oscar Jalil
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