El pianista y compositor ruso Aleksandr Skriabin, que murió este día, es uno de los grandes excéntricos de la música.
Parece que hasta cierto punto tenía complejo de Dios; una vez quiso andar sobre las aguas del lago Léman (Ginebra) para predicar a unos pescadores y estaba firmemente convencido de que su obra traería el apocalipsis.
Estas obsesiones son perceptibles en sus obras tardías, por ejemplo en su Mysterium —que según sus indicaciones tenía que ejecutarse durante siete días al pie de la cordillera del Himalaya— y su sonata «Misa negra», que tiene momentos de auténtica chifladura.
Pero nada de esto se percibe en sus primeros preludios, cuya audición es muy agradable y nada apocalíptica. He elegido uno encantador en sol bemol mayor, una tonalidad particularmente suntuosa y expresiva, aunque todos son una delicia.
Clemency Burton-Hill
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