John Dryden, Edipo
Pues sí, es verdad. Este supremo testimonio del poder de la música procede de dos titanes artísticos del Londres de la Restauración: el dramaturgo John ryden y el compositor Henry Purcell. Trabajaron juntos en muchos proyectos, entre ellos King Arthur (1691), una (especie de) ópera que se considera la primera colaboración profesional entre un libretista y un compositor.
Cautivado por la música, Dryden suscribía la idea pitagórica de la «música de las esferas», que sostenía que la música, como expresión de las relaciones matemáticas de los sonidos, reflejaba de manera codificada la organización del universo. Dryden, que preparaba sus textos para que pudieran ponerse en música, encontró en Purcell el colaborador ideal; el único inglés «a quien por fin hemos creído comparable con los mejores del extranjero» y un hombre capaz de escribir música «con tanto ingenio que lo único que tiene que temer es un público ignorante y de juicio torcido». (Vale la pena señalar que la música novedosa estaba tan expuesta entonces como hoy a recibir las críticas y la incomprensión del público.)
Dryden tenía razón. Purcell es uno de los músicos más importantes que ha dado Inglaterra en toda su historia y su influencia en la música moderna sigue siendo considerable. Sus armonías, sus atrevidas suspensiones y resoluciones y sus estructuras formales —como el ascendente «bajo continuo» que sostiene esta pieza— pueden percibirse recreadas y reorganizadas no solo en composiciones clásicas posteriores, sino también en canciones pop actuales y en muchas bandas sonoras de películas.
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