Tan clásica como pueda serlo una sinfonía clásica, esta despliega todo el aparato formal que satirizó Prokófiev. Forma parte de la serie de doce obras tardías de Haydn conocidas como «sinfonías de Londres».
Como por entonces había compuesto ya un centenar de sinfonías —¡un centenar!—, podría esperarse que estuviera sembrando un terreno conocido, pero Haydn se las apaña para convencernos de que se trata de una aventura totalmente nueva, como si hasta entonces no hubiera tocado el género sinfónico.
Se estrenó en Mayfair en 1794 y los críticos la pusieron por las nubes. Uno que escribió en el Morning Chronicle de Londres, afirmó:
Como de costumbre, la parte más deliciosa del espectáculo fue la nueva sinfonía de HAYDN: ¡del inagotable, el maravilloso, el sublime HAYDN! Los dos primeros movimientos se repitieron a petición del público. El carácter dominante de toda la composición fue la alegría desbordante. Cuando nos enteramos de que está escribiendo algo nuevo, tememos que sea una repetición. Y todas las veces nos equivocamos.
[Las mayúsculas son del autor del artículo.]
Por lo menos, el motivo del nombre de esta obra está claro cuando empieza este movimiento. Tictac, tictac…
Clemency Burton-Hill
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