En 1829, mientras trabajaba en su primer y ambicioso concierto para piano (que se publicó más tarde, por eso lleva el número 2 en el catálogo), Chopin, con diecinueve años, seguía perdidamente enamorado de una joven cantante llamada Konstancja Gladkowska, con la que no había hablado todavía.
«He encontrado mi ideal —escribió a un amigo—. La adoro con toda fidelidad y sinceridad […] Pero desde que la vi por primera vez, hace seis meses, aún no le he dirigido la palabra, y eso que sueño con ella todas las noches».
Amigos, todos hemos pasado por eso. Sin embargo, a diferencia de casi todos los jóvenes enamorados, por lo menos Chopin encontró una vía de escape para sus sentimientos no correspondidos: volcó su pasión en este radiante larghetto y confirmó a su amigo que «pensaba en ella cuando lo compuse».
Cuesta imaginar una carta de amor más persuasiva. Lástima que el romance con Konstancja no fuera a más. Al menos esta música celestial ha perdurado.
Clemency Burton-Hill
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