Como regalo de cumpleaños, este tiene que ser clasificado de primerísima categoría.
Felix Mendelssohn escribió esta exuberante pieza de música de cámara como regalo de cumpleaños para su gran amigo y profesor de violín Eduard Ritz (o Rietz). Tenía dieciséis años.
Habría sido una hazaña impresionante para cualquiera y no digamos para un adolescente. Aunque ya se habían compuesto octetos, fue un paso arriesgado y ambicioso que Mendelssohn decidiera componer una obra para ocho instrumentos de cuerda (cuatro violines, dos violas y dos violonchelos). Y el resultado fue muy innovador, ya que abordó la obra como una sinfonía en miniatura en que los ocho instrumentos llegan a fundirse en un todo glorioso sin perder su individualidad.
Mendelssohn siempre amó esta obra: «Lo pasé maravillosamente mientras la escribía», confesó tiempo después. Y lo que más me gusta de ella es que, a diferencia de esas obras en que de un modo u otro nos percatamos del proceso de su construcción, aquí percibimos el gozo creador en cada nota.
Clemency Burton-Hill
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