-¿Qué es eso, pa?
Y entonces se encendió. Me miró con los ojos como dos tapas de olla, todas sus facciones abrieron las puertas y de adentro escapó una sonrisa colmada de éxtasis.
-Es una grabación del último disco de los Redonditos de Ricota. ¿Ya escuchaste Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota?
Padre estaba emocionado, contento. No había muchas cosas que le movieran la aguja a ese sujeto o será que cuando se entusiasmaba su rollo era para adentro. Pero esa tarde mostró la hilacha. Se paseaba con una cajita en la mano, casi bailando, llevado por los hilos de alguna clase de felicidad. Cada tanto sacudía la cajita usándola para golpear la palma de la otra. Estaba inquieto, pero alegre.
-¿Qué es eso, pa?
Y entonces se encendió. Me miró con los ojos como dos tapas de olla, todas sus facciones abrieron las puertas y de adentro escapó una sonrisa colmada de éxtasis.
-Es una grabación del último disco de los Redonditos de ricota. ¿Ya escuchaste Patricio Rey y sus redonditos de ricota?
-No
Se dió la vuelta, agarró el radiograbador que estaba en la cocina, encaró para el fondo, empujó con el culo el mosquitero y me invitó a pasar. Lo seguí.
Se había montado una mesa de trabajo en el gallinero de los abuelos, era su guarida pero él decía que era su taller y no teníamos permiso para entrar. Esperé en la puerta mientras conectaba el aparato y metía el casette.
-Pasá, - dijo y, con peso en cada palabra, siguió -es importante escuchar, las letras son espectaculares. Vos escuchá.
Y él escuchó. Y yo fingí escuchar hasta que la primera canción le cerró los ojos, después lo miré escuchar a él. Eventualmente empecé a escuchar y dejarme entrar en cada ritmo.
"¡Mirá lo que dice!", gritaba cada tanto. Y yo miraba, no veía, pero entendía que ahí había algo para descubrir.
Un sábado cualquiera de 1991 vi a un hombre que siempre me pareció un poco extraño, un poco ajeno, un poco inasible, ser brutalmente atravesado por la poesía del Indio Solari. Expuesto como nunca. Abierto de par en par. Entregado. Pocas veces lo vi tan hermoso.
Al día siguiente se acercó, me dió una copia de su copia del cassette, guiñó un ojo. Me volví en el Roca con ese paquetito entre las manos, lo puse ni bien llegué a casa de mi mamá y escuché, escuché, escuché...
En mi adolescencia, Padre ya no estaba, se me revelaron otras incomprensibles crueldades del mundo, la política rompía el barrio... Pero entre esas letras y esa música nunca más me sentí sola.
Natalia Carrizo
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