Arcangelo Corelli, que falleció este día, se considera un genio de la primera época barroca, aunque no escribió mucha música. Su fama se basa en su contribución a una forma musical llamada «concerto grosso» (plural «concerti grossi»): obras de varios movimientos interpretadas por un pequeño grupo de músicos que tocan juntos la misma melodía (a diferencia del concierto orquestal, inventado posteriormente, en que un instrumento solista dialoga con una orquesta).
Corelli, que por lo visto era un perfeccionista, revisó y corrigió obsesivamente su serie de concerti grossi, pero se negó a publicarlos. Vieron la luz un año después de su muerte y el mundo barroco enloqueció inmediatamente por ellos. Otros destacados compositores de la época, como Georg Friedrich Händel, se pusieron a escribir inmediatamente sus propias versiones.
No es de extrañar que los conciertos de Corelli causaran tanto impacto. Escucharlos es una delicia: son ágiles y elegantes, y están llenos de inventiva. Me encanta cómo Corelli sabe sacar partido de la capacidad expresiva de cada instrumento —además, es muy divertido interpretar estos conciertos— y el hecho de que, a pesar de que están estructurados con una elegancia casi arquitectónica, abundan en lugares que permiten cierto margen de improvisación: algo así como una forma primitiva de jazz.
A mí me despeja mucho escucharlos: es como un bálsamo sónico para el caos de la vida cotidiana.
Clemency Burton-Hill
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