Llegamos ahora a una de las principales figuras de la música actual. Algunos compositores escriben música por amor a la música: obras que pueden llevarnos en toda clase de direcciones emocionales e intelectuales, pero que no «tienden» a nada que no sea ellas mismas.
Steve Reich —que mientras escribo esto es un vivaz octogenario que sigue componiendo, acepta encargos internacionales, hace escapadas al otro lado del Atlántico para asistir a estrenos, explora nuevas posibilidades sónicas y subvierte expectativas— viene componiendo desde los años sesenta música innovadora e imaginativa que invariablemente contiene cierta dosis de comentario social sobre nuestra época. Su música desafía, reflexiona, sondea, deslumbra y deleita.
Reich pertenece, como John Adams y Philip Glass, al grupo norteamericano al que se atribuye la creación del movimiento musical llamado «minimalismo», consistente en repetir pautas, intensificar ritmos y metamorfosear melodías. Indudablemente creó un lenguaje que sonaba y se sentía —y todavía suena y se siente— fascinantemente nuevo.
Sin embargo, a pesar de la impresión ultramoderna que produce, Reich pone en juego a menudo viejas triquiñuelas del manual de estrategias clásicas. En esta seductora pieza para guitarra eléctrica y cinta grabada, subvierte nuestras expectativas sobre la melodía y el acompañamiento de un modo que no habría sido desconocido para los compositores, por ejemplo, del siglo XVIII. Y cuando nos fijamos en las hechizantes pautas que construye y nos mete por los oídos, no estamos lejos de una línea que viene de J.S. Bach.
Tomen esto como un fuerte estimulante para combatir la cuesta de enero…
Clemency Burton-Hill
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