Generar polémica en los medios de comunicación no es un fenómeno del nuevo milenio. La ópera de Shostakóvich Lady Macbeth (título original: Lady Macbeth del distrito de Mtsensk), estrenada este día del año 1934, retrata a una señora rusa del siglo XIX que se enamora de un trabajador de su marido y acaba cometiendo un asesinato. Es una mezcla feroz de sexualidad, violencia y música tempestuosa. Descrita como «sátira trágica», Shostakóvich vio en su heroína el «destino de una mujer notable, inteligente y dotada que agoniza en la atmósfera de pesadilla de la Rusia prerrevolucionaria […] Simpatizo con ella».
La ópera fue un éxito al principio: apenas dejó de representarse durante dos años. Pero hete aquí que a Stalin se le ocurrió ir a verla en enero de 1936. Dos días después apareció un editorial anónimo (atribuido al propio Stalin) en la Pravda, el órgano oficial del Partido Comunista, que condenaba la obra, calificándola de «alboroto, no música». La ópera recibió piropos como «cargante, neurótica» (lo cual no dejaba de tener gracia, viniendo de un régimen totalitario), «tosca, primitiva y vulgar»; la música «graznaba, gruñía, bramaba». Una «bromita», advertía el editorialista, «que puede acabar muy mal».
No fue una buena noticia para Shostakóvich. La obra fue prohibida, toda la música del autor puesta en entredicho y el autor mismo declarado enemigo del pueblo. Shostakóvich temió por su vida, por la de su mujer y la del hijo que aún no había nacido. Todavía veinteañero, retiró de la circulación su cuarta sinfonía y dio a la quinta un empaque pragmático, publicándola con una nota que decía: «Respuesta de un artista soviético a una crítica justa». Durante muchos años el compositor estuvo forcejeando entre la integridad artística y el miedo al régimen soviético. Solo después de la muerte de Stalin pudo volver a dar rienda suelta a lo que realmente sentía como compositor (véase el 17 de diciembre). Pero no volvió a escribir ópera.
Clemency Burton-Hill
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