Nacido en Varsovia y afincado en París, el pianista y compositor Frédéric Chopin fue una de las primeras superestrellas de la música clásica y un pensador musical originalísimo, sobre todo en lo referente a su instrumento favorito.
En las obras de este creador que han llegado hasta nosotros, más de 230 (en todas las cuales interviene el piano), amplió el alcance y el repertorio de lo que podía hacerse con un teclado e ideó formas musicales nuevas.
Se cree que este centelleante y breve estudio era un medio de perfeccionar la técnica de los estudiantes de piano: la ejecución exige que se estire mucho la mano, sobre todo la derecha, algo que se consideraba muy atrevido a principios del siglo XIX. Pero es mucho más que un elogiado ejercicio doméstico. Chopin adoraba la música de Bach y Mozart y en esta diminuta obra maestra de invención melódica y riqueza armónica muestra lo mucho que debía a ambos.
El 2 de enero puede resultar un día extraño y a veces un poco decepcionante, pero esta pieza que solo dura dos minutos largos concentra, en mi opinión, todas las promesas del año que comienza y todo lo que ellas comportan: esperanzas, sueños, descubrimientos, resoluciones y revoluciones en potencia…
o, este primer día de nuestra aventura comienza con una gran explosión orquestal y un coro que canta con todo entusiasmo («Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos»). Sean ustedes quienes sean, vengan de donde vengan, crean en lo que crean, estos cinco minutos de música llenan de gozo el corazón, elevan el espíritu y dicen: «Ven, año nuevo, permítenos abrazarte».
Clemency Burton-Hill
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